Lo centrífugo y lo centrípeto
En la estupenda novela (valga la redundancia) La novela luminosa, del escritor uruguayo Mario Levrero, hay una división de la vida en general, de los días buenos y los días malos, sobre la que merece la pena detenerse en estos tiempos de economía centrífuga y de pesimismo centrípeto. Levrero murió en el año 2004 y La novela luminosa es su obra póstuma, y para quien no la haya leído diré, sin revelar demasiado ni atentar contra ella, que es el diario de un escritor que ha recibido una beca Guggenheim y trata de echar a andar una novela mientras lidia con su adicción al ordenador, su hipocondria, el clima y su decadente vida sentimental. "Estoy en lo que se llama periodo de centrifugación. Algo intangible en mí aleja a la gente de mí. También hay periodos opuestos, de centripetación, y ahí se me pega todo el mundo y no doy abasto para recibir gente. Hay que tener paciencia y esperar a que la cosa cambie", nos cuenta el personaje de Levrero, y tiene toda la razón del mundo; hay días, o temporadas, en que uno anda centrífugo o centrípeto; no se trata de momentos, acciones o evidencias aisladas; no es que, por ejemplo, una novia huya de ti mientras otra corre a tus brazos, se trata de un periodo sostenido de centripetismo o de centrifuguismo. Esta teoría raya en lo esotérico, en lo supersticioso, equivale a creer en una fuerza misteriosa que de pronto obra contra nosotros y, al cabo de un tiempo, nos favorece. Un científico diría que el centripetismo y el centrifuguismo dependen de la actitud de quien se siente de una u otra forma, que cuando uno se siente centrípeto es porque anda y actúa y se deja ver como un centrípeto; pero lo cierto es que a las novelas, y a buena parte de la vida misma, no puede aplicárseles la mirada científica sin desnaturalizarlas; hay días muy activos socialmente y hay otros de horrible centrifuguismo en que nadie repara en ti, con una intensidad que te lleva a pensar que no eres tú, sino tu fantasma, y esto no hay científico que lo explique. La idea del personaje de Levrero retoza y se solaza justamente en lo inexplicable, en eso que, al no ser responsabilidad nuestra, algo tiene de reconfortante.
En la novela de Levrero se divide la vida entre días buenos y malos
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