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Carles Santos, un Piturrino muy serio

El músico estrena una compleja obra para piano y orquesta

El título de la obra es bastante más serio y preciso del cachondeo irreverente que parece desprenderse de su primera lectura. En Piturrino fa de music (Piturrino hace de músico) Carles Santos (Vinarós, 1940) retoma uno de los heterónimos utilizados en su carrera para volvernos a hablar de sí mismo, esto es de su compromiso como artista. Pero si el Piturrino anterior era el propietario de un circo en el espectáculo Sama Samaruck Suck Suck (2002), este Piturrino de ahora, que aparece luego de que su creador obtuviera, en 2008, el Premio Nacional, se ha puesto a "hacer" de músico. ¿Es que antes Santos no "hacía" de músico? No en los mismos términos actuales. Si hasta ahora más bien cabía calificarle como intérprete -genial, iconoclasta- de sus propias creaciones, a partir de Piturrino fa de músic habrá que considerarle como compositor de obra escrita, cerrada, susceptible de ser abordada por otros intérpretes. "Ya tocaba", decía un Santos exhausto al final del concierto.

Ya tocaba, en efecto. Uno de los problemas más acuciantes del arte contemporáneo, y de la música muy en particular, es el de reivindicar su estatuto como obra duradera, más allá de la volatilidad de la performance. Santos se ha reído de todas las sacralizaciones estéticas, pero a sus 69 años -"dos menos que el abuelo de la percusionista", subrayaba- ha sentido la necesidad de la escritura.

Extraña tregua

Más que un concierto para piano, ha escrito un complejo concertante, de una hora, en que el instrumento está en permanente diálogo: consigo mismo, con la cuerda, los metales, la percusión y por supuesto el animoso tutti orquestal. Doce músicos (Barcelona 216) y un director (Xavier Piquer), en funciones éste básicamente de coordinador de tempi -endiablados- para que el edificio no se descuadre y acabe por los suelos, porque el alma de la construcción brota toda del teclado, verdadero motor de la pieza, no sólo rítmico, como es habitual en Santos, sino también lírico en algunos pasajes solistas, como si la terrible lucha de Piturrino con el instrumento a lo largo de los años estuviera desembocando en una suerte de extraña tregua. También cuela en la obra la vida y sus múltiples referencias sonoras: el pasodoble festivo, la parodia circense a lo Nino Rota, la severidad bachiana, el gol de Iniesta ante el Chelsea...

Obra grande, adulta y muy seria, sin perder por ello un ápice de la vitalidad a que nos tiene acostumbrados Carles Santos. Piturrino "hace" de músico porque lo es, hasta la médula. Hay funciones en el Teatre Lliure de Barcelona hasta el 24 de mayo. Si pueden, no se lo pierdan.

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