Dejadme solo, que ya veo los 'brotes verdes'
¿Por qué creerá Zapatero que él solo, sin ayuda de nadie, puede hacer frente a la mayor crisis económica en décadas? ¿Por qué desprecia a los pesos pesados de la propia izquierda? ¿Quién le jalea tanta suficiencia?
José K., a dos pasos de la ancianidad, se despierta aterrorizado. Tembloroso, rememora la terrible pesadilla que le tiene, a estas horas de la noche, incorporado en la cama bañado en un sudor de hielo. Revive el desvarío: negros cuervos le acosaban con gestos fieros y sonidos amenazadores que salían de sus negras fauces: estaba seguro de haber oído, entre horrísonos gemidos y pasear de cadenas, cosas como pensión, años de cotización, no hay dinero. Precedía a estos monstruos de la razón un gran personaje: de inmediato se percibía su mucha autoridad. Era muy educado, tenía el hablar pausado y gestos de profesor. A José K., vaya usted a saber por qué, una tontería, le recordó al gobernador del Banco de España. Con paciencia, desgranaba argumentos: subprime, burbujas inmobiliarias, crisis mundial, contracción del crédito, circulante, demanda interna, aumento del desempleo. Así que como consecuencia de tantos movimientos telúricos, en su boca todo tenía una lógica aplastante: tú, José K., te vas a quedar sin la dispendiosa pensión, que es una pasta y un derroche. No tenemos un duro, decía el señor principal, y lo poco que hay lo estamos destinando a salvar a un hatajo de banqueros rufianes, luz de nuestras vidas, soporte de nuestra civilización.
Ya hemos logrado que José Luis Perales escriba los discursos de la vicepresidenta económica
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Ahora, sentado ante su mesa de siempre en el café de siempre, aún le tiemblan las manos cuando rememora el terror nocturno, sin haber decidido qué le producía más espanto, si el graznido de los cuervos o la suave dialéctica del muy razonable profesor. Ha ojeado su periódico -tarda poquito: será para talar menos árboles; decisión encomiable de la dirección del medio, se dice- y reflexiona. Lleva días aún más perplejo de lo habitual... si tal cosa fuera posible.
José K. vive desde hace años, muchos años, atrapado en el desconcierto y el asombro permanentes, sumido en un sinfín de dilemas de salida imposible. A nuestro veterano amigo le asedian, una y otra vez, ciclópeos problemas sin solución, comparables al teorema de Fermat, la conjetura de Hodges o la hipótesis de Riemamm. Por ejemplo: ¿Por qué serán tan inanes nuestros jóvenes socialistas? O, ¿por qué son tan zafios los dirigentes de la derecha? Cuestiones irresolubles, enigmas esotéricos, incógnitas del destino.
José K. se arremanga dialécticamente, dispuesto a la pelea cuerpo a cuerpo. Porque vamos a ver, señores míos -¿advierten su progresiva elevación del tono, el aumento de la vena en la frente, el acero en su mirada?-, no es de recibo asistir al día a día de la cruda realidad, económica y política, y contemplar, cada vez más irritados, cómo unos viven y medran en la impunidad, y otros callan, sorprendentemente acobardados como aquel viajero del metro que asiste impasible a la vejación de la pasajera emigrante. Nadie de su alrededor en el café lo nota, pero José K. se ha calzado el taparrabos del sumo, los guantes del boxeador, el bate del beisbolista y el florete del esgrimista. Reconvertido mentalmente en un temible M-198, comienza a disparar razonamientos como proyectiles M-155.
Recurre a tan aparatoso arsenal nuestro amigo porque es consciente de la enorme distancia que le separa no ya de Superman o Lobezno, sino de muchos ciudadanos más inteligentes, más fuertes, más listos, más cultos, más preparados. A José K. le parece normal creer que Pedro Solbes sabe más de economía que él. El reconocimiento de nuestra debilidad debe ser nuestra fuerza, epigrama que José K. no recuerda si es precepto confuciano, consejo de Sun Tzu, reflexión de Clausewitz, verso suní o máxima de Camino. Por eso se indigna cuando el joven presidente juega a don Tancredo, quieto en mitad del ruedo, sin ayudantes ni peones, a sortear al descomunal toro de la mayor crisis que hemos padecido en décadas. Ha prescindido de pesos pesados en los saberes imprescindibles en estos momentos, y ha decidido jugar la carta de Soy Yo Quien Va A Resolver Esta Dura Situación. Así reveló a los mortales en el debate sobre el Estado de la nación Mi Cambio Histórico Del Sistema Productivo, con el que logró dos cosas: no tener que pisar el sucio fango de la realidad, mejor fijar la mirada en el horizonte siempre promisorio, y, de segundas, volver a noquear al adversario consuetudinario que ya de por sí vive noqueado. Claro que para esos grandes proyectos de futuro, gentes como Obama han reclutado a los mejores economistas para su gobierno; ¡pobre tipo sin confianza en su carisma! Ignora José K. qué ha llevado al inquilino de La Moncloa a confiar en este insólito dejadme solo, decisión que más que heroica aparece ridícula por prepotente. ¿Cree acaso que no hay recoveco económico que no domine, envite financiero que no pueda frenar, tsunami monetario que no sepa amansar? Y si eso piensa, ¿por qué lo piensa? ¿Se engaña solo? ¿Tanto le halagan sus íntimos: "Oh, capitán, mi capitán"?
Se sorprende nuestro hombre con la primera y gran comparecencia pública de la gran esperanza blanca del nuevo Gabinete. Se esperan, claro, espectaculares medidas anticrisis. ¿Alguien las vio? ¿Quizá estábamos distraídos cuando la nueva vicepresidenta económica anunció decisiones espectaculares que acabaron con las incertidumbres de los mercados? ¿Acaso dormitamos en esos momentos y sólo despertamos para oír el momento Heidi y los brotes verdes? ¿Quizá nos las perdimos porque estábamos corriendo camino de la agencia de viajes para anular los billetes de avión, ante el singular anuncio del nuevo ministro de Fomento de que la mundialmente famosa T-4, hombre, bonita sí es, pero de seguridad, un desastre?
Vamos bien, piensa José K. Ya hemos logrado que José Luis Perales escriba los discursos de la vicepresidenta económica, y Stephen King los del ministro del gasto. Sólo falta que alguien le diga al Gran Timonel que conviene que en el debate del estado de la nación ofrezca algo más a los cuatro millones de desempleados que echar a correr a comprar un coche o un piso para hacerse con unas rebajillas fiscales. Para volvos y adosados estamos, dirán cargados de razón: ¡cualquiera pierde la vez en la cola del paro!
Porque millones de ciudadanos que no votan al PP asisten asombrados a las premoniciones que nos juran que las europeas las va a ganar -José K. está a punto de pedir una ristra de ajos cada vez que pronuncia su nombre- Jaime Mayor Oreja, espectro del pretérito, ectoplasma de emanaciones ignotas, brillantemente apoyado en su campaña, señoras y señores, por José María Aznar, doble espectro, triple ectoplasma. Por eso la vena ya está a punto de estallarle a José K., que asiste, incrédulo, a que este baile de los monstruos tenga el refrendo de los votos -de sus votos- y que la izquierda huya despavorida al campo, al mar, al supermercado o, al paso que vamos, a los comedores sociales, una vez más espantada ante el panorama de sus gaseosos dirigentes.
¿Contribuirá a ello, se dice nuestro pendenciero amigo, ya de vuelta a casa, el hecho de que importantes dirigentes regionales del PSOE anden dormitando por las esquinas, entretenidos en vaya usted a saber qué miserables peleas de mesa camilla, mientras los presuntos culpables de pingües untos de la oposición sigan impertérritos ocupando escaños, cargos y cinturillas? ¿Alguien sabe en qué grandes aprietos ha puesto el número uno del socialismo madrileño, Tomás Gómez, a su rival Esperanza Aguirre o a sus presuntos pillos? ¿Alguien recuerda su valiente actuación, sus artículos brillantes, sus sólidas argumentaciones? Similares medallas luce, ya se cabrea José K., Jorge Alarte, secretario general del Partido Socialista valenciano, poseedor del magnífico récord de permanecer invisible en toda España cuando ha recibido el regalo de los dioses de que el presidente de su región luzca en la primera página de todos los periódicos, acusado un día sí y otro también de graves irregularidades.
Ha tomado su tila José K., y no puede evitar que regrese el recuerdo de la pesadilla de cuervos negros y profesor meloso. Gusta durante el día de evadirse con análisis y otros circunloquios, pero en la noche, ahora lo es y cerrada, le asalta, como a millones de españoles, la triste realidad del hoy y ya veremos mañana. Echa mano de un librito de José Emilio Pacheco, el mexicano recién galardonado, y allí relee tres, cuatro, cinco veces, dos humildes versos: "No me deja pasar el guardia. / He traspasado el límite de edad".
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