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Visita del presidente francés
Columna
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Mejor con Francia

La visita del presidente Nicolas Sarkozy y la Cumbre Hispano-Francesa de estos días reclaman alguna perspectiva. Desde luego, mejor con Francia, que con su actitud hostil o refractaria. Y en esas estamos bajo un nuevo impulso desde 2004. Algo habrán hecho los Gobiernos, a uno y otro lado de los Pirineos, y también las condiciones atmosféricas compartidas en las áreas de la política, de la economía, de la cultura, de la Unión Europea o de la Alianza Atlántica. Pasaron los tiempos de cinismo primario en que se encontraba ventajosa la debilidad del vecino y se procuraba agravarla. En el Quai D'Orsay -sede del Ministerio francés de Asuntos Exteriores- no hay rastro de aquel plan para la balcanización de la península Ibérica. Es inimaginable el regreso a escenarios y ensoñaciones como las de la posguerra civil con los restos políticos del naufragio militar negociando un acuerdo para la desmembración de España a favor de protectorados, por ejemplo franco-británicos (véase Al servicio del extranjero. Historia del servicio vasco de información (1936-43), de Juan Carlos Jiménez Aberásturi y Rafael Moreno Izquierdo, editado por Antonio Machado Libros).

La visita debería servir para multiplicar las conexiones eléctricas, ferroviarias y de autopistas
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A la España democrática le fue regateado el respeto que merecía durante un tiempo excesivo y peligroso. Los mayores de la clase todavía recordarán la primera visita oficial del Rey a París en octubre de 1976 invitado por el presidente Valery Giscard d'Estaing. Porque en el brindis de la cena de gala del palacio del Elíseo, don Juan Carlos hubo de invocar el mapa como prueba irrefutable de nuestra pertenencia a Europa todavía en duda.

Nuestro país, reconciliado consigo mismo merced a la Constitución de la concordia, ha dejado de ofrecer aquellas oportunidades de negocio que brindaba el franquismo a precio de ganga para que hicieran la vista gorda con las vergüenzas del régimen. Además, después de tantos años acostumbrados a enfrentar la amenaza del fuerte, todos hemos aprendido muy deprisa la máxima gravedad que ofrece ahora la amenaza del débil. Un aprendizaje que España por su parte aplica a sus relaciones de vecindad con Marruecos.

Pero hay pruebas contundentes de que la historia no sigue una trayectoria lineal, ni es siempre acumulativa. Ya teníamos Constitución y todavía Francia continuaba siendo un santuario al que se acogían los terroristas después de haber atentado en España. Recordemos que, por ejemplo, el embajador francés Pierre Guidoni a la altura de 1985 sostenía que el terrorismo de ETA era una cuestión estrictamente española y que la colaboración de su país en la lucha antiterrorista ni era exigible ni siquiera recomendable porque derivaría en contagio del problema al País Vasco francés.

Entonces cundía la indignación y la prensa española reclamaba la ruptura de relaciones diplomáticas. Luego vino la entente Felipe González-François Mitterrand, el fin del bloqueo que permitió la adhesión de España a la Comunidad Europea, la permanencia en la Alianza Atlántica y la cooperación reforzada en muy diversos ámbitos. Nuestro país se curaba de pasadas susceptibilidades y París abdicaba de sus desfasados complejos de superioridad para buscar un trato equilibrado.

Como decíamos jugando al corro en nuestros juegos infantiles, vino Gil y apagó el candil. Es decir, que, con la llegada de José María Aznar a la presidencia del Gobierno, el proceso del reencuentro hispano-francés padeció un severo enfriamiento. La diferencia de estatura con el presidente Chirac operaba entonces en sentido contrario. Ánsar se apuntó a redescubrir la perfidia francesa anticipada por el alcalde de Móstoles. Encargó una fulgurante reescritura de la historia que cargaba las tintas contra el vecino desde Lepanto y más atrás. Y se alistó como zapador de Rumsfeld para abrir la brecha entre la vieja y la nueva Europa. Mientras, París hacía sus propios análisis internacionales y llegaba a sus propias conclusiones, sin dejarse arrastrar a la guerra contra Irak en busca de las inexistentes armas de destrucción masiva. Fue entonces cuando los peperos más aznaristas organizaron el coro de delenda est Galia que puede volver a sonar antes del 7 de junio.

En todo caso, recordemos que si nuestros restaurantes son los mejor calificados, todavía ellos controlan la Guía Michelin. Por eso, la visita de estos días debería servir para liberar los bloqueos, esta vez franceses, multiplicar las conexiones eléctricas, ferroviarias y de autopistas e idear proyectos pensados para todo el ámbito de la UE. Veremos.

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