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Columna
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Ansiedad por ver el final del túnel

Antón Costas

A fuerza de practicar un optimismo patológico, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, corren el peligro de perder credibilidad y ser arrollados por la continuidad de la crisis. Las elecciones europeas de junio próximo pueden ser el momento del encontronazo.

El ejemplo más reciente de ese optimismo irreflexivo es el desempleo. Las cifras oficiales del paro dadas a conocer la semana pasada son demoledoras para ambos.

Corbacho llegó al ministerio afirmando que el desempleo en España difícilmente llegaría a 3,5 millones de personas. Tuvo que tragarse esa cifra. Pero la resistencia a ver las cosas como son le llevó a decir que en modo alguno veríamos cuatro millones de parados. Las cifras oficiales del INE dicen que a finales de marzo se había rebasado esa cifra.

Los pesimistas suelen acertar más al pensar que las cosas puedan ir a peor, pero a los optimistas les suele ir mejor en la vida

Por su parte, el presidente del Gobierno anunció a bombo y platillo que al final del primer trimestre de 2009, es decir, en estas fechas, veríamos las señales del final del túnel de la crisis.

¿Qué tiene de malo ser optimista?, se pregunta con frecuencia Rodríguez Zapatero cuando le recuerdan su resistencia, primero, a pronunciar la palabra crisis y, ahora, su optimismo prematuro. En tiempos de recesión, el optimismo prematuro puede llevar a confundir la luz del final del túnel con la del tren de la crisis que viene de frente a toda velocidad y amenaza con arrollarte.

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Ése es el riesgo. A fuerza de desear que ocurra lo mejor, el optimismo irreflexivo impide prepararse para lo peor.

Hacen falta planes de contingencia porque la crisis aún no ha tocado fondo. Dejemos de lado ahora las consecuencias a largo plazo, como la cuestión de las pensiones, sobre la que ha llamado la atención el gobernador del Banco de España, con el sonoro enfado del ministro Corbacho y del presidente Zapatero, que le han llamado al orden. A corto plazo hay al menos tres aspectos de la economía en los que muy probablemente vamos a ver deterioro.

El primero es el del desempleo. Su avance aún no se ha frenado. Hay varias razones que me llevan a pensar que continuará deteriorándose durante un tiempo no necesariamente corto.

Por una parte, la población que desea trabajar (población activa) está aumentando. Muchas personas que antes no trabajaban, especialmente mujeres, ahora desean hacerlo para llevar un ingreso al hogar que sustituya a un empleo perdido. Por tanto, en muchos hogares ahora tenemos a una persona que ha perdido el empleo y a otra que desea trabajar pero no encuentra trabajo. Esto es lo que ha hecho aumentar el desempleo a finales del año pasado. Y aunque su ritmo disminuya como consecuencia del desánimo, continuará su crecimiento.

Por otra parte, ha aumentado el ritmo de destrucción de empleos existentes. Esto es lo que ha hecho aumentar el desempleo en este trimestre. Hasta ahora la destrucción de empleo se producía básicamente en la construcción, pero ha comenzado también a manifestarse en la industria y en los servicios. Y probablemente continuará en los próximos meses como consecuencia de lo que más abajo diré.

Hay que tener en cuenta, además, que aun después de que la economía deje de caer, el empleo lo seguirá haciendo durante un periodo posterior, que puede ser largo. En la recesión del año 1992, la actividad económica (el PIB) cayó durante 18 meses, pero el empleo continuó empeorando casi durante los dos años siguientes.

El segundo aspecto en el que la crisis no ha tocado fondo es el del sistema financiero. Es cierto que la regulación financiera en España ha sido más prudente al haber exigido a la banca hacer provisiones en tiempos de bonanza, pero también es cierto que la burbuja fue mayor en el caso español.

Hasta ahora, bancos y cajas han experimentado el impacto de la falta de liquidez. Pero aún está por llegar en toda su intensidad el problema de solvencia provocado por la morosidad del fuerte crédito concedido a los promotores inmobiliarios y el de la pequeña y mediana empresa. Y queda un tercer impacto: la necesidad de reducir la dimensión y cambiar el modelo de negocio, especialmente las cajas de ahorro, que lo han centrado hasta ahora en el crédito inmobiliario.

Quizá por todo ello, una persona que como José Ramón Quintás, presidente de la Confederación de Cajas de Ahorro, conoce bien los riesgos pide insistentemente al Gobierno un plan de recapitalización de las cajas para evitar "riesgos catastróficos".

Por último, los problemas de liquidez y solvencia de bancos y cajas aumentarán las dificultades de supervivencia de muchas pequeñas y medianas empresas al faltarles el oxígeno del crédito. Esto hace que también en este terreno el Gobierno tenga que ser más activo en suministrar crédito a las empresas, si no quiere que se dispare el desempleo en la industria y los servicios.

Por tanto, hay tres tipos de actuaciones públicas que son necesarias para aminorar el impacto a corto plazo de la crisis. Primero, persistir en los planes de sostenimiento del empleo y de apoyo a los desempleados. Segundo, un plan de recapitalización de cajas y bancos, que no sea gravoso para los contribuyentes. Tercero, aumentar el flujo de crédito a empresas solventes.

No tengo nada contra el optimismo, al contrario. Es cierto que los pesimistas acostumbran a acertar más al pensar que las cosas puedan ir a peor, pero a los optimistas les suele ir mejor en la vida. Aunque sólo fuese por esto, es mejor mantener una actitud optimista.

Pero la ansiedad por encontrar señales que anuncien el fin del túnel puede llevar a no estar preparado para lo peor. Ése es el riesgo que el Gobierno debe evitar.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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