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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Ecos de Hamburgo

Diego A. Manrique

El libro tiene una portada fea y puede pasar desapercibido; además, sus dimensiones resultan disuasorias. Hablo de Testigo de raza: un negro en la Alemania nazi (Papel de Liar, 2009), de Hans J. Massaquoi. Fruto del breve romance entre una enfermera alemana y un playboy liberiano, Hans-Jürgen Massaquoi burló las leyes sobre la pureza racial gracias a la determinación de su madre y a su propia rareza: creció en Hamburgo y se libró del destino reservado a los "bastardos de Renania", hijos de alemanas y soldados coloniales franceses, esterilizados o exterminados para evitar que contaminaran la sangre germana.

Como testimonio de la vida cotidiana bajo el nazismo, el tomo de Massaquoi va de lo trágico a lo hilarante. Siguiendo los pasos de sus coetáneos, intentó ingresar en las Juventudes Hitlerianas, donde le gritaron que no había lugar para un negro en la organización "ni en la Alemania que estamos construyendo". Hans exhibió la esvástica y admiró los uniformes nazis hasta que se acumularon las humillaciones públicas. Víctima de un síndrome que he podido conocer en la Cuba castrista, detestaba al régimen pero simpatizaba con su carismático fundador: "Después de sufrir el aplastante embate psicológico que suponía cada uno de los golpes que me infligían los adláteres de Hitler, yo lo racionalizaba diciéndome que había sido víctima de un subalterno excesivamente entusiasta, que, tergiversando los grandiosos planes del Führer, se había excedido en el ejercicio de su autoridad".

En el barrio de St. Pauli se forjaron los Beatles y el equipo de fútbol más "rojo" de Europa

Le salvaron su inteligencia y sus puños. Encontró modelos en Joe Louis y Jesse Owens, atletas negros que derrotaban a los superhombres arios. Y la música resolvió su soledad: durante la guerra, descubrió la subcultura de los swingboys, jóvenes que desafiaban la estética dominante con su vestimenta y su amor por el jazz. En las redadas, nadie sabía qué hacer con un mulato alemán; las medidas contra el pelo largo no parecían aplicables a Hans y su afro natural. Suerte para él: casi todos los hamburgueses fanáticos del swing cayeron en las redes de un Reich rabioso, que despachó los chicos al frente oriental y las chicas a campos de concentración. Pocos sobrevivieron.

Hamburgo tiene un lugar mitológico en la historia del rock: a principios de los sesenta allí se forjaron los Beatles. Aquellos pardillos de Liverpool encontraron un oasis de sexo y drogas estimulantes, algo que de alguna manera les preparó para la embriagadora oferta de sus años de estrellato. Musicalmente, fue la escuela más implacable para los Beatles: su capacidad de síntesis estilística se desarrolló en sesiones diarias de siete de la tarde a dos de la madrugada, con quince minutos de descanso cada hora.

Eso ocurría en St. Pauli, barrio chino de la ciudad portuaria. Que ahora da nombre al equipo de fútbol más radical de Europa. Son "los piratas de la Bundesliga": enarbolan la bandera de la calavera y las tibias cruzadas. El St. Pauli tiene una hinchada que se define por su intolerancia con el racismo, el fascismo, la homofobia y el sexismo. Sus partidos en casa tienen ambiente rockero, y no sólo por el aspecto de su público: se abren con Hell's bells (AC/DC) y suena Song 2 (Blur) cada vez que marcan un gol. Ya han perdido la cuenta de los grupos que les han dedicado canciones o actuaciones especiales.

¿Y Hans J. Massaquoi? Su color le permitió prosperar en el negocio del estraperlo durante los años de la ocupación, intentó (sin éxito) aclimatarse a la Liberia paterna y terminó en Estados Unidos, como periodista destacado de la revista Ebony. Al final de Testigo de raza, visita una discoteca alemana y descubre a los nietos de los nazis bailando ritmos negros: "Recordando la rigidez y el paso de la oca de los camisas pardas de mi infancia, y las burlas que soporté por tener la piel oscura, me embargó una renovada esperanza en mi país natal".

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