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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La huelga que viene

El primer envite comprometido que va a tener que afrontar el futuro Gobierno socialista en Euskadi le va a venir de una dirección que tiene poco que ver con el inédito proceso de alternancia que lidera Patxi López. Será la huelga general convocada por los sindicatos nacionalistas, encabezados por ELA y LAB, para el 21 de mayo. No se trata de una respuesta política del sindicalismo abertzale al advenimiento al poder autonómico de una fuerza que ve ajena y tilda sin ambages de "españolista". Hay que creer al secretario general de ELA, Adolfo Muñoz, cuando asegura que esa medida extrema en absoluto está dirigida contra el nuevo Gobierno vasco, sino que pretende atajar el intento de los empresarios de "sacar tajada con la crisis" y censurar las políticas públicas que la han propiciado. No hace falta hacer un acto de fe. Si se conoce la dinámica interna del sindicato mayoritario, cabe concluir que, una vez decidido en su seno la conveniencia de hacer un paro general, ese puñetazo en la calle lo habría convocado igualmente, semana antes, semana después, con un Gobierno de continuidad de Ibarretxe.

El paro se habría convocado igual con Ibarrtxe, pero es un acto inamistoso
Se trata de lograr el mayor trozo del pastel sindical y echar a la competencia

Sin embargo, esta certeza no impide considerar el gesto inamistoso que representa la huelga para el Gobierno que entrará en Lakua apenas diez días antes. Sin apenas tiempo de aposentarse, el novel Ejecutivo va a tener que hacer frente a un desafío del que resulta imposible salir indemne. Sobre todo, ante una convocatoria parcial -ELA y sus acompañantes constituyen la mayoría sindical, pero no secundan la iniciativa CC OO y UGT- y poco sentida socialmente. La conciliación de intereses resulta problemática en esta situación. La obligación de todo Gobierno es garantizar el derecho de cualquier ciudadano a trabajar y asegurar el funcionamiento de los servicios públicos con las limitaciones que se pacten para esa jornada. Por el contrario, el objetivo de los convocantes consiste en obtener una imagen de suspensión de la vida ciudadana. Una foto que no se consigue en las fábricas donde se aplican los ERE, sino paralizando el transporte urbano y cerrando el comercio y los colegios. Con estos ingredientes cualquier chispa provoca incendios, por lo que puede anticiparse que, aunque la huelga no tenga como destinatario al Gobierno del PSE, su desarrollo tampoco va a mejorar sus relaciones con los sindicatos convocantes.

Desde la perspectiva de ELA, este es un aspecto secundario. La organización que dirigió José Elorrieta hasta noviembre se mueve con una dinámica propia que la singulariza entre las demás fuerzas sindicales, y en esos parámetros internos hay que entender el golpe de efecto que supone la huelga. No se pretende con ella hacer de Euskadi y Navarra en el foco de la reacción obrera contra el marasmo del capitalismo mundial, sino afianzar el poder del sindicato en su marco territorial. Y eso se consigue intimidando a los empresarios y a la Administración, y dejando fuera de juego a los sindicatos de ámbito estatal.

El impacto que la crisis está teniendo en el desempleo -abruman los datos que arrojan cada mes las estadísticas y, sobre todo, el roce diario con personas afectadas- y en la fragilización de las condiciones de trabajo de quienes lo mantienen son motivos, sin duda, para que los sindicatos se hagan ver y oír. Hay muchas formas de hacerlo. Un paro general es una de ellas, pero no la única ni la más adecuada en las presentes circunstancias. En plena oleada de expedientes de regulación de empleo por falta de demanda, dejar de trabajar un día resulta -si se descuenta el salario- un auténtico regalo para muchos empresarios. Claro que ese detalle no rige cuando lo que importa de la huelga es la demostración de fuerza, condición previa para que la central mayoritaria mantenga su hegemonía.

ELA califica de "contrapoder" el tipo de sindicalismo que desarrolla. Una práctica que compatibiliza el pragmatismo general en las empresas donde controla el comité con la radicalidad más extrema en unos conflictos muy escogidos, y la huida de cualquier compromiso de concertación social con un discurso impostadamente anticapitalista y muy soberanista en lo político. Sin embargo, se ha constituido en un poder en sí misma: real en el ámbito social, y fáctico en el político.

El éxito incontestable de ELA consiste en haber introducido con convicción y profesionalidad en el cuerpo de un sindicato la filosofía de la empresa capitalista industrial. Su finalidad sería obtener los máximos beneficios para sus afiliados -no tanto para el conjunto de los trabajadores- y hacerse con el mayor trozo posible del mercado (el sindical, en este caso), expulsando al mismo tiempo a la competencia. En este contexto habría que interpretar una convocatoria que se hace difícil de explicar en otros términos, habida cuenta de la inadecuación de la respuesta (el paro general) a un estado de crisis que no puede imputarse con rigor ni al empresariado ni a los poderes públicos locales. Sería conveniente tenerlo en cuenta cuando desde los días previos al Primero de Mayo comiencen a publicitarse los otros motivos para la huelga del día 21.

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