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Columna
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La resultante del Gobierno

Después de tratar del Gobierno resultante conviene hoy atender a la resultante del Gobierno. En la mecánica clásica se estudia la composición de las fuerzas y cómo se suman o se diversifican vectorialmente formando paralelepípedos. Ahora deberemos aplicarnos a estudiar esa resultante. Tendremos que observar, por ejemplo, la manera en que funcionan las tres vicepresidencias y las comisiones delegadas que en torno a ellas se configuren, la división de sus aguas jurisdiccionales, que nunca es satisfactoria y siempre mantiene zonas discutibles de ambigüedad. También cómo juegan las personalidades de cada titular y quién prevalece en caso de conflicto. Es decir, cuál es la resultante del Gobierno remodelado por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero.

Rajoy propugna en abstracto "medidas impopulares", pero se ha cuidado de enumerarlas

Mientras llega el momento de las explicaciones de Zapatero sobre los cambios operados en el Gabinete, que escucharemos en el Pleno del Congreso de los Diputados, la versión más insistente es la de que la remodelación pretende un cambio de ritmo para hacer mejor frente a la crisis económica. Se trata, en definitiva, de ganar en rapidez y en eficiencia. Pero estos dos objetivos carecen de relevancia porque sería inimaginable su sustitución por los contrarios -lentitud e ineficacia- que nunca ningún presidente hubiera podido invocar. Por eso se comprende bien que al retirarse David Vegara, número dos de Pedro Solbes y de tan acreditada competencia, se haya mostrado molesto señalando que el equipo anterior de Economía y Hacienda trabajaba a plena dedicación sin permitirse la siesta ni el descanso.

Tal vez sería más exacto pensar que el propósito de Zapatero consiste en un cambio de criterio o de paradigma respecto a la economía, una ciencia que siempre trata de definir las prioridades en la asignación de unos recursos siempre escasos. Ese es el cambio que pareció aflorar el domingo en Valladolid durante la conmemoración del 30º aniversario de los primeros ayuntamientos democráticos. Allí el presidente se manifestó contrario al recorte del gasto público defendido por el Partido Popular cuyos alcaldes y presidentes autonómicos comparecen solicitando más fondos. Enseguida sugirió que al PP "igual le gustaría reducir el gasto social que consideran suntuario porque a ellos no les hace falta ni lo necesitan".

Tampoco es así, porque entre los diez millones de votantes que en las últimas elecciones generales, en 2008, optaron por la papeleta del PP muchos sin duda estarán afectados también por necesidades acuciantes. Desde luego, Mariano Rajoy que en abstracto propugna la adopción de "medidas impopulares" se ha cuidado mucho de enumerarlas. Además, huyendo de populismos baratos ha sido el propio Gobierno de Zapatero quien ha acudido solícito en ayuda de la banca, cuya solvencia interesa preservar, y se ha preocupado de las grandes empresas, que deben seguir entre nosotros para evitar mayor destrucción de empleo. Claro que esta actitud ha generado de modo inmediato nuevas peticiones procedentes de otros sectores que argumentan también su valor estratégico al pedir apoyo. Lo mismo da la construcción, el inmobiliario, los medios de comunicación que el automóvil. Nadie quiere perecer víctima de la destrucción creadora que teorizó Joseph Schumpeter.

Es la senda del déficit por la que caminamos, que debe atender de modo perentorio, sin desfallecimiento alguno, al seguro de paro, cuya duración se proyecta extender por dos años más. Hasta qué cuantía y proporción pueda incrementarse el gasto público, cuando al mismo tiempo la perspectiva de los ingresos fiscales se reduce al compás de otras variables de la actividad económica, es la cuestión básica a considerar. Porque ya sabemos, mucho antes de Pedro Solbes, que los remedios a partir de determinadas dosis resultan venenosos.

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