Molina, un buen gestor poco político
Las cualidades de César Antonio Molina como gestor cultural siempre han sido coreadas por enemigos y afines. Cuando llegó al Ministerio de Cultura la pregunta era: ¿será igual de buen político que gestor? Apenas dos años han bastado para aclarar la duda. Tenía una estrategia clara, pero la obsesión por llevarla adelante ha terminado por sacarle del Gobierno.
La acción cultural exterior fue la marca de su gestión. Pero para hacerse con las competencias que sobre ella tiene Exteriores se requería mano izquierda. Su empeño en reivindicar públicamente esa parcela, no sin razón, hicieron que se dejara jalear hasta por el PP. Cuanto más le daban la razón en la oposición más se irritaban en el ministerio de Moratinos. El resultado: Zapatero ha acabado destituyéndole.
Otro talón de Aquiles de su gestión ha sido la deficiente y poco hábil aplicación de otra encomiable iniciativa como el código de buenas prácticas. Pretendía acabar con los nombramientos a dedo y puso en armas a figuras carismáticas.
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