Marte se acerca a Venus
Empieza la semana grande. La de las reuniones que deberían cambiar el mundo. Marte se acerca a Venus. Obama no tiene ninguna guerra que ofrecernos. Al contrario, antes de llegar al Continente ha abierto vías de comunicación con Irán, algo que hasta hace unos meses equivalía a pactar con el demonio, e incluso ha ofrecido caminos de entendimiento a los talibanes susceptibles de ser integrados a un proceso afgano en que ya no se habla de victoria militar, sino de reconstrucción del Estado. Obama viene a encontrarse con los europeos casi comportándose como los europeos.
¿Por qué casi? Porque hay una diferencia manifiesta de ritmos y tiempos. Es algo que está ocurriendo en estas crisis. Obama intenta imponer un ritmo vivo. Merkel prefiere la calma. Y Sarkozy, más que actuar, se excita. También en España hay desajustes en los ritmos. Zapatero tardó en ponerse en marcha. Y ahora encadena las sobreactuaciones y las pausas. Últimamente se ha puesto en evidencia que el Banco de España y el Gobierno no van a la misma velocidad. Fernández Ordóñez aprieta. El Gobierno se lo piensa. Hasta que el gobernador le coloca ante hechos consumados.
Obama intenta imponer un ritmo vivo. Merkel prefiere la calma. Y Sarkozy, más que actuar, se excita
Mariano Rajoy, por su parte, espera que la crisis le dé el poder por añadidura. En Tengo una pregunta para usted, estuvo tan obsesionado en no molestar que el retrato de su presentación quedó totalmente desenfocado.
Obama se presenta con muchos deberes hechos. Europa sigue como siempre, pendiente de articular un poder conjunto real. El descalabro de la presidencia checa es la última exhibición de la impotencia europea. Merkel advierte que su preocupación son los intereses nacionales alemanes. Y Sarkozy, gestos y palabras, dice que se irá si no se obtienen resultados. Zapatero, inasequible al desaliento, se despide antes de ir al encuentro del Mesías, con un vídeo en el que dice que la cumbre del G-20 "será el inicio de la recuperación". Con este panorama de expectativas, quién duda de que la frustración está asegurada. Hay que apelar al buen sentido de la ciudadanía para que el día después no sea el día de la depresión absoluta.
Sólo un cambio de paradigma podría conducirnos a un tiempo distinto, y alejar el fantasma del retorno a la cultura del "todo es posible" que ha hecho explosión en forma de crisis. Ésta parece ser la dirección que marca Obama.
Ciertamente el papel de los dirigentes es procurar que las cosas se muevan en la buena dirección. Sin embargo, ¿están de acuerdo entre ellos en cuál es la buena dirección? ¿Y con el poder financiero, principal responsable del desastre, que les lleva años de ventaja en capacidad de globalización? Aunque se tome la buena senda, los resultados tardarán. Tienen que cambiar muchos hábitos, muchas maneras de hacer, y esto no se consigue en tres días.
La semana grande tiene cuatro citas: el G-20, la reunión de la OTAN, la bilateral Estados Unidos-Europa y el encuentro de Obama con el mundo musulmán. La reunión de la OTAN tendría que servir para refundar una institución que ha quedado obsoleta por defunción del adversario. Inventarse un enemigo para que siga viva sería absurdo. Hay que cambiarla de arriba abajo. En este momento es uno de los focos de tensión entre Rusia y Occidente. Rusia no teme a Europa pero sí a la OTAN. Que sea necesario neutralizar la capacidad de enredar que tiene Rusia no justifica el mantenimiento de la vieja lógica de la institución. Hay que replantear el concepto de defensa y abandonar la idea de Occidente contra el Mundo.
En Turquía, Obama escenificará esta nueva etapa en que el presidente vuelve a los valores fundacionales de la América contemporánea, la que encuentra sus mejores argumentos en la tradición filosófica del pragmatismo, que toma sus decisiones a partir del reconocimiento de la realidad y de la capacidad de transformarla, y no por la imposición idealista de un proyecto con voluntad de absoluto.
Pero lo más peliagudo será el G-20 y Europa. ¿Qué cabe esperar de estas dos reuniones? Un cierto relato compartido y unas medidas concretas que no sean frases bien intencionadas para salvar la cara. No basta con decir que se mejorará la regulación del capitalismo. Hay que decir cómo. No basta con decir que se acabará con los paraísos fiscales. Hay que decir de qué manera. La gente es fundadamente incrédula. Todos se juegan mucho en esta reunión. Pero los que andan con mayores dificultades son los que se juegan más. Y Zapatero, en este sentido, está en primera línea.
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