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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Blasco Ibáñez en el G-20

Manuel Rodríguez Rivero

Al final, y gracias al entretenido juego de las sillas de Sarkozy que ya nos permitió sonreír en Washington, también nos sentaremos en la reunión londinense del G-20, igual que nuestros rivales holandeses. Total, que entre instituciones financieras más o menos chuchurrías y estadistas gobernando a ojo la crisis, esta vez seremos 29 para discutir la cuadratura del círculo: cómo regular el sistema financiero y relanzar el crecimiento sin cambiar el modelo económico (que es, porrrr favorrr, el único posible). Claro que esos 29 mueven más gente de la que cabía en el camarote de los Marx (excluido Karl). Para empezar, están las esposas (y esposos, supongo) y los séquitos de cada cual, que dan mucho juego: la prensa, por ejemplo, ya ha descubierto en Sonsoles Espinosa (opera singer and wife of spanish prime minister) a la "nueva Carla Bruni", lo que, bien aprovechado, puede constituir la baza secreta de la desorientada diplomacia española. También habrá una multitud de individuos (género epiceno) con estilizadas gafas negras, la inevitable (y oximorónica) marca de identidad de cualquier servicio secreto que se precie. Y muchos curiosos. Y es que a Londres también acude el emperador con sus trajes nuevos (es su puesta de largo internacional): el Air Force One aterrizará en el lejano aeropuerto de Stansted para no provocar un quilombo en el tráfico, una decisión inmediatamente aprovechada por la compañía Ryanair, que ha lanzado urbi et orbi un anuncio en el que promociona su millón de billetes de avión a cinco libras bajo el texto: "¡El presidente Obama prefiere Stansted, igual que nosotros!". No pueden estar equivocados.

La Red echa humo con consignas, citas... da la sensación de que aún queda gente (ingenua) convencida de que hay otro mundo posible

Además de los asesores y acompañantes, de los multitudinarios agentes de seguridad (secretos o bobbies de a pie) y de los curiosos, también se movilizarán los militantes, que han diseñado un intensivo operativo -convocado por medios analógicos y digitales- durante el tiempo que dure la cumbre. La Red echa humo con citas, consignas, contraseñas, itinerarios, consejos y recomendaciones: da la sensación de que todavía queda en este planeta gente (ingenua) convencida de que hay otro mundo posible (porrrr favorrrr). Como gran parte de las demostraciones tendrán lugar en la City, la policía metropolitana ha solicitado a los ejecutivos (género epiceno) de bancos y multinacionales que, para no "provocar", olviden por unos días sus aburridos ternos de raya diplomática y sus trajes de chaqueta azules o grises (con una discreta nota de color) y se vistan informalmente. Es decir, que se mimeticen con los manifestantes rescatando su antigua ropa casual, esa que dormita en el batiburrillo del fondo de armario en el que también se suelen arrumbar los sueños de la loca juventud anticapitalista y (probablemente) promiscua.

Bueno, ¿y el Blasco Ibáñez del título? Ahora llego. Entre los actos convocados por los disidentes destacan cuatro manifestaciones simultáneas (de carácter festivo) que confluirán desde distintos lugares y estarán encabezadas con efigies y símbolos de cada uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis (fijados por Durero en su grabado): la guerra, la peste, el hambre y la muerte. Pero convenientemente puestos al día: la guerra (que, ay, nunca cambia), los delitos financieros, las vallas y cercados (un homenaje a los "cavadores" igualitaristas de la época de la Guerra Civil entre el Rey y el Parlamento) y el caos climático. Bien, ya sé que nuestro novelista valenciano tomó del libro visionario de San Juan (6, 1-8) el título y los símbolos para su célebre novela sobre los Madariaga (por cierto, la única española que ha sido número uno en las listas de best sellers de EE UU, una hazaña conseguida en 1919). De manera que lo de Blasco en el G-20 viene cogido por los pelos. Claro que, al fin y al cabo, Zapatero también está en Londres un poco (sólo un poco) de la misma manera. Y es que lo importante es participar.

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