Bocados cada vez más lejos del suelo
ESPACIO 33, vistas privilegiadas de Madrid y una cocina correcta en el restaurante urbano más alto de España
Lo más engorroso es superar las trabas que dificultan el acceso. Primero, la prohibición de aparcar en el interior de Torre Espacio, circunstancia que obliga a buscar plaza en los bajos del cercano hospital de La Paz. Después, la necesidad de acreditarse y salvar los controles de seguridad que protegen este vigilado rascacielos, donde se alojan las embajadas de Canadá, Australia, Reino Unido y Países Bajos. Lograda la tarjeta digitalizada que franquea el paso a los ascensores, los clientes disponen de dos opciones. En pleno ascenso, un posible punto de recalada: Espacio 18, situado en la planta homónima, donde se halla una divertida cafetería, con barra central y mesitas desperdigadas, a la que ennoblece el derroche de espacio y el lujo de vistas panorámicas. Un lugar que abre de 9.00 a 19.00 e invita a desayunar, comer, merendar o disfrutar con algunos cócteles. Sugerencias desenfadadas y a precios contenidos, que incluyen surtidos de bollería, bocadillos, platos calientes y tartas. Todo con la seriedad habitual del grupo catalán Paradis, adjudicatario de los servicios de hostelería de la torre.
ESPACIO 33
PUNTUACIÓN: 6
Paseo de la Castellana, 259 D. Torre Espacio. Madrid. Teléfono: 914 27 68 91. Cierra: domingos y todas las noches, excepto viernes y sábados. Precios: entre 50 y 100 euros por persona. Huevo con menestra, 18 euros. Bacalao rebozado, 30 euros. Carrillera de ternera, 22 euros. Sopa de piña, 8 euros.
Segunda alternativa: Espacio 33, el nuevo restaurante urbano más alto de España, que supera al recién inaugurado Madrid Towers de la torre contigua. Un espacio de interiorismo ramplón, debido en alguna medida, según parece, a las estrictas restricciones que imponen los propietarios, entre ellas la prohibición de fumar en el inmueble.
Una carta escueta
En su comedor, medio desangelado aunque muy luminoso, un puñado de mesas con vistas privilegiadas. Y al frente de la cocina José Carlos García, profesional que ya participó en la inauguración de Paradis Madrid en 1992, y al que ahora acompaña David Ayuso en el papel de jefe de sala. La carta, escueta, bastante convencional y de precios elevados, se basa en esas recetas de corte mediterráneo, típicas de la marca, que tanto éxito alcanzaron en la pasada década de los noventa. Platos predecibles que se resuelven con desigual acierto. Justo entre los entrantes figuran las especialidades más conseguidas. Es reconfortante el salteado de hongos y calamares con huevo a 63º centígrados; magníficas las colmenillas frescas en salsa verde con almejas (plato fuera de carta), y muy finas las alcachofas al natural, impecablemente tratadas. Sin embargo, desilusiona el arroz rústico de pollo, carente de argumentos ¿Por qué razón en aras del diseño los cubiertos de muchos restaurantes son tan endiabladamente incómodos?
En el resto de las propuestas se acentúan los contrastes. Suculento el bacalao rebozado, al que alegra un toque de salsa de tomate, y discreto el rape al vapor de hierbas, insípido y reseco. Algo parecido sucede con las carnes. Correcta aunque rutinaria la carrillera de ternera con zanahorias especiadas, y aceptable el taco de solomillo de vacuno con patatas de mortero. Todo muy normal, sin grandes desencantos ni sorpresas que entusiasmen.
Los dulces prolongan el halo de sensaciones. Convencen la espuma de crema de vainilla al helado de toffee, así como la sopa de piña con coco al jengibre, y dejan indiferente el bizcocho de zanahoria y la presunta copia de la tarta Sacher. El café es bueno y la bodega, todavía en formación, trasluce inquietudes. De momento, y en pleno rodaje, son más los atractivos de su ubicación que los estrictamente gastronómicos.
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