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Columna
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Un sexo no tan débil

La separación de las mujeres y los hombres en los ámbitos deportivos, en general, y la hegemonía masculina en los deportes de masas -notablemente el fútbol- consagran, de la mano de tópicos anticuados pero vigentes, modos de discriminación de la mujer insoportables. Por eso hay que saludar con simpatía y optimismo -moderado por el peso de la realidad- el Manifiesto por la Igualdad y la Participación de la Mujer en el Deporte, del Consejo Superior de Deportes (CSD), para "superar prejuicios y estereotipos" y "garantizar la plena igualdad (...) en todos los ámbitos y a todos los niveles", incluido el de competición. El CSD señala con acierto, entre las "barreras ocultas" que fomentan la discriminación, "la adscripción que las actividades físicas y el deporte han tenido y tienen al rol social masculino".

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Campeonas invisibles

Quienes hemos vivido en la España franquista -especialmente perjudicial para las mujeres- recordamos la asignación de las jóvenes a los Coros y Danzas, propiciados por la Sección Femenina, mientras el Frente de Juventudes fomentaba entre los muchachos la práctica del deporte, así como el entusiasmo por la milicia, también vedada a las mujeres. Desde el recuerdo de aquellas barreras, interesa analizar otras que aún subsisten, a pesar de la promulgación de normas como la Ley de Igualdad. Así, se mantiene que el deporte es demasiado violento para una constitución femenina físicamente más frágil, el sexo débil. Sin embargo, está demostrado que las mujeres son más longevas que los hombres y más resistentes, aunque prácticas culturales y sociales las han configurado como menos brutas -hay de todo- y más vulnerables.

Pero, ¿de dónde sacamos que el deporte es violento? Si nos referimos al boxeo, de acuerdo. Sin embargo, existen dudas fundadas de que se trate de un deporte y, en todo caso, la comprobada violencia de una práctica consistente en propinarse mamporros lo hace desaconsejable igualmente para hombres y mujeres.

Cojamos el toro por los cuernos y analicemos el fútbol. Niego que sea violento, aunque sí lo son a veces algunos de los que lo practican. Pensemos, por ejemplo, en Messi, probablemente el mejor jugador del mundo. La facilidad con que dribla y culebrea en el área, gira, se revuelve, controla la pelota y elude al adversario es orfebrería deportiva, que me atrevería a calificar -haciendo uso del mismo tópico que combato- de habilidad femenina.

La mujer no está inhabilitada, por su configuración física, para la práctica del fútbol o de cualquier otro deporte. Y digo más: nada le impedirá formar parte de equipos de fútbol mixtos, aunque sería prematuro y desmoralizador poner en práctica ahora esa medida sin un previo proceso de preparación, ensayo y divulgación. Existen casos de futbolistas mujeres con gran éxito, como la brasileña Milene Domingues, conocida por La Ronaldinha -fue esposa de Ronaldo- y la mexicana Maribel Domínguez, llamada Marigol por su facilidad para el tiro a puerta. Esta última, que ya jugó en su país en equipos juveniles masculinos haciéndose pasar por un chico, solicitó a la FIFA jugar al fútbol con los hombres. La respuesta fue negativa.

El manifiesto del CSD plantea que la plena igualdad debe afectar a todos los niveles: practicantes, dirigentes, entrenadoras, técnicas, árbitras, periodistas... No me resisto a contar la anécdota de una periodista que en 1969 fue a un periódico de Madrid a pedir trabajo y el director le dijo que sólo tenía un puesto, pero no podía ocuparlo una mujer, porque era en la sección de deportes... Y enfrentarla a la experiencia de mi mujer, que era profesora de Educación Física y en los años ochenta fue pionera: entrenó a un equipo de fútbol de chicos.

Para avanzar en el sentido que propone el CSD hay que derribar los obstáculos contra la plena igualdad de mujeres y hombres en el deporte. La creatividad de las mujeres puede aportar mucha calidad a la práctica deportiva y no basta con fomentarla sólo entre mujeres, porque la experiencia demuestra que allí donde se produce la coparticipación en condiciones de igualdad -la Universidad, por ejemplo-, las mujeres demuestran su capacidad y hasta superan a los hombres.

Es preciso, desde los poderes públicos, como manda el artículo 9.2 de la Constitución, "remover los obstáculos que impidan o dificulten" la igualdad en "plenitud" de hombres y mujeres. Si el legislador democrático ha suprimido incluso la medieval y arraigada supremacía masculina en la sucesión de los títulos nobiliarios, hora es ya de que desaparezcan las trabas legales existentes para la práctica de los deportes en plenas condiciones de igualdad.

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