"En la literatura hay un poder de liberación"
Jean Starobinski (Ginebra, 1920) no sólo huye de las escuelas de crítica cultural y literaria, sino que rechaza que su ingente labor inspirada por una voluntad de "comparatismo generalizado" pueda ser considerada como el origen de un método propio, como un conjunto de recetas al que otros críticos puedan remitirse. Es esta independencia lo que el Círculo de Bellas Artes de Madrid ha querido reconocer al concederle la Medalla de Oro, una condecoración que, entre otras cosas, le ha permitido una nueva visita al Museo del Prado "en este periodo en el que estoy completando mis obras". Para Starobinski, comparatismo generalizado no significa otra cosa que acercarse a lo que le "atrae, lo que constituye un problema o lo que parece urgente" desde una actitud que busca "utilizar los mejores medios de los que puedo disponer". No son escasos: desde su original formación como médico -profesión que desarrolló en hospitales de Ginebra durante los años cincuenta- fue ampliando su campo de intereses hasta llegar a la crítica y la literatura, convirtiéndose en uno de los principales especialistas en Montaigne, Rousseau, Diderot y Voltaire.
Para el autor de La relación crítica, lo que le atrae, lo que le parece urgente es "comprender bien, por así decirlo, la genealogía de nuestros problemas, ver cómo se ha considerado a partir del siglo XVIII, la condición humana y cómo se ha definido también el enfoque del mundo". No se trata de escoger entre disciplinas, pero tampoco entre épocas. "No tengo la impresión de abdicar del momento presente porque me interese por ese personaje de energía extraordinaria y dispersa que era Diderot". ¿Está de acuerdo, entonces, con la idea de que la Ilustración tiene todavía mucho que aportar? "A los problemas de hoy debemos responder con una reflexión de hoy". Pero Diderot, entre otros autores del siglo XVIII, llega hasta "el umbral de nuestro tiempo". No es "uno de esos optimistas que creen en un mundo siempre mejor", sino que se plantea cómo serán juzgadas en el futuro las acciones de los hombres. "Así que, en Diderot, vemos nacer muchas de nuestras propias preocupaciones". No sólo la conciencia "del dominio occidental", sino también "una reivindicación de justicia y de humanidad con respecto a los que no son europeos". Eran entonces, y son ahora, problemas graves que exigen que los "individuos adultos no se dejen caer en una cultura de la diversión y de la infantilización".
¿Están cayendo? ¿Está cayendo la literatura? "No sé si toda, pero existe un nivel en el que predomina la diversión y no voy a ser yo el que vaya a hablar mal de la diversión". El problema, en cualquier caso, no reside en que prolifere esa literatura, sino en la necesidad de "preservar la gran riqueza, la intuición del pasado que nos precede". Porque, para Starobinski, "en la literatura y, sobre todo, en la enorme contradicción que la literatura puede subrayar entre los distintos registros de la palabra, del pensamiento, del sueño y de la percepción de lo real, hay un poder de liberación". Es a desentrañar ese poder, a mostrarlo con la mayor claridad posible, a lo que el profesor, y también el crítico, debe dirigir su tarea. "Yo era profesor", recuerda, "mi trabajo consistía en demostrar hasta qué punto la relación con lo real afecta a nuestra relación con los demás, nuestra relación con nosotros mismos, con nuestros pensamientos, con nuestra dignidad o con la falta de ella".
Apoyándose en su formación como médico y en su conocimiento del pasado, Starobinski ha prestado atención a un sentimiento presente en cualquier actividad humana, pero no frecuentemente estudiado: la melancolía. Bajo ese único término se esconden conceptos que han ido variando a lo largo de la historia. Hasta el siglo XIX, señala, se consideraba como un efecto de la secreción de bilis negra, un estado inducido por una reacción orgánica; en nuestra época se interpreta, en cambio, "como una relación con el tiempo, con la posibilidad de proyectarse en el futuro, un arrepentimiento de un pasado incompleto o malogrado". Se huye de la melancolía y se considera un estado mórbido porque "siempre ha estado relacionada con la pérdida de energía vital". Pero "a la melancolía le debemos el estímulo para reflexionar acerca del pasado, el presente y el futuro, y de plantearnos un acceso a ese futuro". Se trata de un sentimiento que no da signos de desaparecer: "Ésta es una época en la que la melancolía es genuina".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.