Casandra al paredón
Optimismo, ésa es la consigna. Casandra es nihilista, disolvente: acabemos con ella para impedir que corrompa a nuestros jóvenes (sean o no editores). Es la hora de Pangloss, aquel volteriano discípulo de Leibniz que enseñaba que todo iba a pedir de boca en el mejor de los mundos posibles. El Apocalipsis ha pasado, regocijémonos con la luz al final del túnel.
El nuevo optimismo tiene, como casi todo, raigambre obamista. En enero y febrero, con el emperador recién llegado al puente de mando del acorazado Washington, se imponía la ducha escocesa: el catastrofismo servía para galvanizar la economía y a quienes la habían desquiciado -esos tycoons blindados que, no lo duden, van a ser los encargados de reformar el capitalismo para que todo cambie y el sistema siga igual- con dosis masivas de neo-keynesianismo anti-neocon (sí, ya está todo inventado: la creatividad es siempre "neo"). Pero, ya lo dice el refrán fisiócrata: febrero es loco y marzo no poco. De manera que, ahora, cuando el entorno del (aún) flamante presidente-esperanza empieza a detectar fisuras en su imagen, toca optimismo: ahí tienen a Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, apuntando que "probablemente" (p-r-o-b-a-b-l-e-m-e-n-t-e) la recesión en Estados Unidos terminará antes de que cante el gallo (rojo) de final de año. Magia potagia. Y, ¡pumba!: suben las bolsas. Paradojas: mientras uno lee que todavía hay un 90% de toxicidades financieras que no emergen y que los responsables de los desaguisados siguen cobrando bonos millonarios en atención a los servicios catastróficos prestados, mientras en Europa se discrepa por las medidas de urgencia y el paro sigue creciendo, el fantasma del nuevo optimismo recorre el mundo real.
Pregunten, pregunten a los libreros. Pregúntenles si están contentos. Ya verán cuántos militan en el campo de Pangloss
Y también el editorial. En febrero, y según los titulares de este periódico, "los editores se ponen en lo peor". Un mes más tarde -y en contra del refranero: marzo engañador, un día malo y otro peor- la situación ha cambiado: "el libro resiste en la tormenta". Pues claro, qué remedio. La fuente del neo optimismo es la neo estadística anual del INE, que lanza a bombo y platillo la noticia de que "el número de títulos editados en España en 2008 aumentó en un 19,8 %", etcétera (con todos los etcéteras numéricamente impresionantes).
Una de las muchas anomalías del sector editorial español consiste en la existencia de, al menos, tres fuentes estadísticas que le conciernen: la del INE, la de la Agencia del ISBN y la de la Federación de Gremios de Editores. Jamás han coincidido, y sus discrepancias superan a veces el 10%. La más valorada por los profesionales es la de los editores que, aunque imperfecta, se basa en el comercio interior. La menos fiable es, en mi opinión, precisamente, la del INE, que se basa en el Depósito Legal y en la que se incluyen hasta los libros que se producen en España por encargo de editoriales extranjeras.
De manera que las estadísticas acuden en apoyo de la nueva consigna. ¡Más libros, más ejemplares, más de todo! Y, ¿por qué?: pues, señores y señoras, porque el libro es un bien "refugio" (¿ah, sí?) y "ocio barato" (¿para quién?). No importa que las afirmaciones optimistas se vean desmentidas por la realidad: un descenso en el libro de trade del 17% en enero respecto al mismo mes del año pasado (Nielsen), avalancha de devoluciones estupefacientes (con notable disminución del fondo), quiebra de distribuidoras, descenso del gasto medio, disminución de la compra "por impulso" y de las institucionales, descenso de la facturación del libro de texto (política de préstamos), etcétera. Pregunten, pregunten a los libreros. Pregúntenles cómo les han ido este año los grandes premios (Planeta, Nadal), si las ventas siguen concentrándose alarmantemente en menos títulos, si están contentos. Ya verán cuántos militan en el campo de Pangloss y cuántos en el de Casandra.
Babelia
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