El terrorista como mito
Cuando un cineasta decide ponerse el traje de la ambición para abordar un acontecimiento histórico dilatado en el tiempo y más o menos (re)conocido por sus compatriotas, lo puede hacer de dos formas: mediante el relato exhaustivo, complejo y trascendente de parte de ese extenso trayecto histórico que ejerza de especie de sinécdoque para la comprensión del conjunto; o mediante el relato pormenorizado de todos y cada uno de los eventos, sin tiempo para un análisis detallado ni para la asimilación de ésos. Entre el 2 de junio de 1967, fecha de la visita a Berlín Oeste del sha Reza Pahlevi y de la muerte de un estudiante por un disparo de la policía durante las manifestaciones de protesta, y el 18 de octubre de 1977, día que Andreas Baader y sus principales compinches de la RAF murieron en la cárcel de máxima seguridad de Stamm-heim (por suicidio, según la versión oficial), los sucesos alrededor del terrorismo de la izquierda radical alemana fueron muchos y variopintos. Una década de bombas, gritos y plomo que el guionista y productor Bernd Eichinger y el director Uli Edel se han propuesto contar en RAF, Facción del Ejército Rojo desde la segunda de las sistemáticas iniciales: intentando contar cuanto más, mejor, aunque sea en perjuicio del asiento ético, político e histórico que dichos acontecimientos puedan dejar en el espectador.
RAF, FACCIÓN DEL EJÉRCITO ROJO
Dirección: Uli Edel.
Intérpretes: Martina Gedeck, Moritz Bleibtreu, Johanna Vokalek, Bruno Ganz.
Género: político. Alemania, 2008.
Duración: 150 minutos.
Más didáctico que artístico, más pormenorizado que analítico, pero desde luego interesante y entretenido, el filme parece dirigirse a las nuevas generaciones de alemanes, poco conocedoras de los sucesos acaecidos en su tierra en el pasado reciente, y ahí quizá se le vaya la mano en su visión del grupo como una panda de snobs más cercanos a una banda de rock que a un grupo político radical que desemboca en el terrorismo. Cierto que eran días de sexo, drogas y rock&roll, y que el poso intelectual de gente como Baader no parecía ir mucho más allá de unas cuantas consignas marxistas poco asimiladas, pero de ahí a filmar algunos de los golpes mortales con el estilo banal y presuntamente espectacular de ciertas películas de acción juvenil hay un buen trecho.
De todos modos, se nota la mano experta de Eichinger (productor de, entre otras, El nombre de la rosa y El hundimiento) para atemperar un tanto los impulsos artificiales de Edel. Así, el punto de vista siempre escrupuloso, sobre todo en la secuencia más peligrosa, la que da cuenta de las polémicas muertes en la prisión (¿suicidio o ejecución?), y el continuo apoyo documental de imágenes televisivas reales acaba dando al producto cierta altura cinematográfica. Eso sí, atrapados en la correlación de hechos y llegada la hora de dar carpetazo a la película (teniendo en cuenta que las actividades de las siguientes generaciones de la Baader-Meinhof continuaron hasta 1993), Eichinger y Edel resultan demasiado restrictivos apelando pura y simplemente a la caída del mito.
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