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Columna
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¿Nuevo telón de acero?

La decisión de la cumbre europea de los 27 reunidos en Bruselas de no poner en marcha un plan de ayuda para los miembros de la UE originarios del antiguo bloque comunista no es una mala noticia en sí misma. En efecto, la cumbre ha precisado que, para hacer frente a la crisis, especialmente en sus dimensiones financieras y bancarias, los países más frágiles se beneficiarán, caso por caso, de la ayuda de los demás miembros y de la propia Unión. No obstante, esta decisión da una idea inquietante de la situación actual de la UE.

Sabemos, en efecto, que la coyuntura es acuciante y que para los más frágiles -países bálticos, Hungría y, tal vez pronto, Polonia- es una cuestión de semanas si queremos evitar la quiebra de un banco importante o del sistema bancario de alguno de los países afectados, según el presidente del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD). El grito de alarma lanzado por el primer ministro húngaro -que afirmaba que, 20 años después de la caída del muro de Berlín, Europa podría verse dividida por un nuevo "telón de acero"- expresa bien la angustia de los dirigentes de los países afectados. Aunque todo el mundo, excepto Hungría, era hostil a la idea de un plan específico para los países del Este, la necesidad de una solidaridad activa fue refrendada por todos.

El abandono de los países de Europa del Este durante la crisis pone en riesgo la cohesión de la UE

La tensión actual pone de manifiesto la fragilidad de la Unión. Imaginemos que las inclinaciones nacionales se impusieran y que los grandes países -Francia, Alemania y Reino Unido en particular-, se reservasen sus recetas anticrisis y los recursos comunitarios para sí mismos, acá en favor de la industria del automóvil, acullá en beneficio de la industria financiera. Hace apenas unas semanas, esta misma zona este de Europa que ahora pide ayuda se encontraba en la primera línea de la guerra del gas desencadenada por Rusia.

Cabría afirmar que en ese asunto la reacción de la Unión fue demasiado tardía, por no decir globalmente casi indiferente, pues también entonces los países más poderosos se vieron poco afectados. Ahora bien, es sabido que Rusia puede manejar tan bien el palo -cuando cierra el suministro de gas- como la zanahoria si atisba cualquier posibilidad de disociar de la Unión Europea a algunos de sus antiguos satélites, que, económicamente hablando, podrían sentirse atraídos de nuevo por una Rusia renacida.

El reto no es pues exclusivamente económico. También tiene que ver con las consecuencias políticas que nuestra indiferencia o nuestro abandono de los países de la Europa del Este podrían acarrear. La consecuencia interna más evidente sería el riesgo de reforzamiento de las corrientes populistas, atraídas por una forma local de putinismo. Las externas llegarían de la mano del cuestionamiento, igualmente dramático, de la cohesión de la Unión. No nos encontramos por lo tanto ante un asunto menor.

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Una vez admitida la necesidad de intervenir, aunque sea caso por caso, ¿cuál es la amplitud del problema? La tasa de crecimiento de los nueve países de la Europa central y oriental que forman parte de la Unión pasará probablemente de alrededor del 5% al 0%, lo que, evidentemente, implica un número importante de parados y, más aún, de jóvenes parados. La mayoría de esos países han suscrito préstamos en euros: ¿cómo reprochárselo, cuando eso formaba parte del plan de convergencia económica y reflejaba su aspiración de integrarse en la zona euro? En el año 2009, el conjunto de vencimientos que habrá que cubrir de una forma u otra ronda los 730.000 millones de euros, a los que habrá que añadir los entre 100.000 y 150.000 millones necesarios para reflotar sus principales bancos, cuya situación repercute notablemente en otros bancos europeos, especialmente en Italia, Austria o Francia, ya que la imbricación de los sistemas bancarios estaba relativamente avanzada.

En este contexto, habría sido preferible que la Unión estuviese mejor gobernada, es decir, que se hubiese aplicado el Tratado de Lisboa. El no irlandés no lo hizo posible y hoy vemos cómo Francia y Alemania intentan ocupar el vacío político resultante de la insuficiencia de control institucional. Desde el desencadenamiento de la crisis mundial asistimos a una carrera de velocidad entre la profundización y los desarrollos de ésta, por una parte, y la capacidad de reacción de los Gobiernos, por otra. Sobre todo en Europa, donde padecemos una ausencia de unidad política. Esperemos que nuestros Gobiernos lo tengan en cuenta y actúen antes de que sea demasiado tarde.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

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