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Columna
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Retratos de un tipo con bigotes

España fue durante años un país de bigotes, de Franco a Aznar pasando por Tejero. Pero no era solo una cuestión política. Era una cosa medular, que aparecía inscrita en el lenguaje. Si el invierno era como este, especialmente crudo, se decía que hacía un frío de bigotes. Si alguien arriesgaba muchísimo, que se jugaba el bigote, y si demostraba firmeza, que era un tío de bigotes. Incluso, en un país de muertos de hambre, a comer se le llamaba mover el bigote. Y cuando un asunto era importante se enfatizaba diciendo que la cosa tenía bigotes.

Lo cierto es que, hasta no hace mucho, cuando aún era un partido como Dios manda, no había en el PP más bigotes que los de Aznar. Ahora el juez Garzón ha tirado de la manta y hemos descubierto a un tipo al que todos llaman El Bigotes, así, con el artículo precediendo al apodo, como si fuera el sobrenombre de un cantante de corridos, de un picador de toros, de un malo de culebrón, o de un salteador de caminos.

La dirección del PP ha intentado marear la perdiz con la inestimable munición del torpe ministro de Justicia, presentándose como víctimas y posando forzadamente en una foto de familia con la que intentar recomponer una cierta imagen de unidad.

Un esfuerzo inútil. Algo grave pasa en el PP cuando un personaje secundario, como Álvaro Pérez Alonso, El Bigotes, se lleva la primera página del domingo de este periódico. Detengámonos un momento, porque, cosa rara, es una foto de archivo la que se convierte en noticia de primera. De la imagen, tomada por Claudio Álvarez el pasado 7 de marzo en la plaza de toros de Valencia, la figura que interesa no es la de Mariano Rajoy, sino la del tipo que aparece agachado, detrás de él, en actitud de contener a los reporteros gráficos, otro esfuerzo inútil. "El coreógrafo de cabecera de Francisco Camps" lo llama en su crónica Joaquín Ferrandis para referirse a este personaje acusado de blanqueo de capitales, cohecho y tráfico de influencias. Un menda lerenda que, entre otros eventos, organizó la boda en el Escorial de la hija de Aznar.

El Bigotes también fue retratado en el mismo acto por el fotógrafo de Levante Fernando Bustamante, justo en el momento álgido del mitin central de campaña, dirigiendo la irrupción en escena de las niñas de Rajoy. La imagen parece querer confirmar aquello tan clásico de que el rostro es el espejo del alma y los ojos, sus delatores.

Pero, sin duda, la fotografía que resume perfectamente la situación de El Bigotes en el escenario popular es una magnífica instantánea de Carles Francesc, publicada por EL PAÍS el miércoles. En un lateral de la imagen, tomada en el congreso regional del PP, vemos a Ricardo Costa envolviendo entre sus manos la oreja, la boca y, suponemos, el móvil desde el que habla. En el centro de la escena aparece sentado Vicente Rambla, también tapándose la boca con la mano, mientras susurra algo en la oreja de El Bigotes, a quien vemos genuflexo y con la espalda inclinada sobre el vicepresidente. Delante de ellos, un Francisco Camps, sonriente y aparentemente feliz, mira hacia otro lado.

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Después de treinta años en el oficio periodístico, cada día admiro más a los reporteros gráficos. Ellos siempre están ahí, en primera línea, mirando y retratando lo que ven. Frente a sus instantáneas no hay posados que valgan.

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