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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La ciudad porticada

El chic de lo parisino -con su elegancia trasnochada y finolis- ha sido constante motivo de ensoñación para una parte de una ciudad como Barcelona que se ve a sí misma como un pariente -lejano, aunque fachendoso- de la capital francesa. No me extrañaría que eso ya fuese así desde antes del peludo Wifredo, cuando la nobleza catalana buscaba referentes con los que equipararse. No obstante, nunca fue tan fuerte y evidente esa influencia como en el pasado siglo XIX.

Bulevares aparte, muchos de nuestros burgueses se imaginaron paseando un día de lluvia por una selecta vía porticada, como las que adornan la metrópoli gala. Así, desde que fue redescubierto el templo romano de Augusto de la calle del Paradís, el asunto de las columnas y los capiteles cobró una especial importancia. Ejemplo extremo de esa fiebre sería la casa de los Hermanos Masriera, en la calle de Bailén, casi esquina con Consell de Cent. Extravagante templete grecolatino -recreación del de Augusto-, que fue estudio de una dinastía de pintores, escultores y joyeros.

'Fem Paral·lel' desea devolver los oropeles con sabor a Montmartre al calamitoso Paralelo

No es que los pórticos fuesen algo nuevo; quedan todavía las modestas construcciones de las calles del Consolat de Mar y del Rec, edificadas en el siglo XVIII para ampliar los pequeños talleres de salazón de pescado y curtido de pieles que había en esas calles. Pero la gran mayoría de espacios con columnas de la ciudad son decimonónicos, como los Porxos d'en Xifrè en Pla de Palau; los Porxos de Fontseré, en las calles del comercio y Paseo Picasso; o la plaza Real, que es la única totalmente porticada de la ciudad. Incluso el poeta y pastelero Josep Vicenç Foix llegó a proponer que se cubriese la Rambla -de Canaletas a Santa Mónica-, siguiendo los pórticos de estilo Regencia del mercado de la Boquería.

Me viene todo esto a la cabeza tras la reciente presentación de la plataforma Fem Paral·lel, que pretende devolverle los oropeles con sabor a Montmartre a nuestro calamitoso Paralelo. Esta asociación -en la que conviven personajes tan impensables como Miguel Bosé, Sánchez Vicario o José Luis Perales- ha tomado como enseña la reapertura del viejo Molino, un edificio con cuatro columnas en su fachada. Cuatro como las que tuvo el monumento que Puig i Cadafalch levantó junto a las fuentes de Montjuïc, derribado por la inquina de la dictadura de Primo de Rivera. O como esa columnata incomprensible -pilares formidables de un edificio invisible- que se asoman entre plaza de Espanya y la calle de Lleida. Recuerdos de cuando esta avenida estuvo a punto de convertirse en la Rue Rivoli barcelonesa.

En su inicio, el Paralelo tenía que ser más ancho que en la actualidad, pero los propietarios querían aprovechar mejor sus fincas y se negaban a respetar la normativa dictada por el consistorio. Décadas de discusiones con el Ayuntamiento terminaron con la Ley de Casas Porticadas, que mantenía las medidas municipales pero permitía ganar unos metros por finca a partir del primer piso. Sin embargo, antes de la Exposición de 1929 sólo se habían hecho 16 casas con pórticos y la idea se diluyó como un azucarillo, entre teatritos de feria y bares con terraza.

Hoy apenas queda nada de aquel proyecto monumental. Si acaso podemos seguir sus huellas dando un paseo que nos deje entrever lo que hubiera sido una de las arterias más señoriales de Barcelona, interrumpida en su crecimiento por la rapacidad inmobiliaria. Si los buscan, aún encontrarán varios tramos porticados, como los existentes cerca de las calles de Calàbria, Borrell o el Poeta Cabanyes. En otros casos, podemos vislumbrar apenas el diseño original de un edificio, con los pórticos tapiados para ganar espacio. Y es que -tanto ayer como hoy- cuando se habla de reformar esta avenida uno aguanta la respiración y se echa mano a la cartera.

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