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Columna
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El tocomocho

Tremendo lo de las fechas. Cuando hace 150 años Charles Darwin publicaba su obra cumbre, en la que ponía contra las cuerdas toda la tradición exegética del Génesis, en Valencia se inauguraba la plaza de toros. Así que, mientras ellos celebran el sesquicentenario de El origen de las especies, nosotros deberíamos celebrar el de la consolidación de la España cañí. En vez de discutir sobre las grandes preguntas del ser humano, las de quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, aquí nos apasionábamos por una chicuelina o por un descabello. Hombre, siempre criticando -ya estoy oyendo protestar al lector reticente-, ha llovido mucho desde entonces y ahora somos una sociedad moderna, plenamente integrada en los usos occidentales. Es cierto, pero... siempre hay algún pero. Vean si no. Estamos en pleno periodo de vacas flacas y, como suele ocurrir en estos casos, el sistema ya no puede seguir ocultando sus vergüenzas de modo que, un día sí y otro también, sus sinvergüenzas van saliendo a la luz. Esto no sucede en Malí, sucede en los países capitalistas. En Estados Unidos han desempolvado a sus grandes sinvergüenzas y ahí tienen a Madoff para demostrarlo. En España también, ya no damos la nota como hace 150 años, Europa ya no empieza en los Pirineos, ahora nosotros tenemos al Bigotes.

Perfecto, pero ¿de verdad les parece lo mismo? Siempre me había extrañado el bajo nivel de la novela policíaca española comparado con los maestros del género, con Raymond Chandler o con Simenon. Los asesinos de sus novelas son sutiles, refinados, complejos: por eso nos tragamos la obra entera sin llegar a descubrirlos. En España es imposible. En un país donde el asesino suele ser un tipo que le machaca el cráneo al vecino por una discusión sobre la propiedad de un campo de coles y luego se entrega a la guardia civil, el género policíaco no tiene futuro. Con los pillos de la pasta ocurre otro tanto. Ahora resulta que el malo de la película es un individuo llamado El Bigotes, que aparece con nuestras primeras autoridades en unas fotos que dan vergüenza ajena. ¡Por favor, a quién se le ocurre! El Bigotes es un malo previsible, demasiado bueno para ser verdad porque se le ve venir a la legua. Los maestros del crimen nunca habrían cometido la horterada de poner a alguien así como asesino. Bueno, pues en la Comunidad Valenciana hemos convivido con El Bigotes, que hacía y deshacía en los despachos oficiales, y al final resulta que, haciendo honor a su pinta inconfundible, era un (presunto) sinvergüenza. Incluso tenía una empresa de nombre previsible -menos mal que no intentó bautizarla All i pebre (eso sí, en inglés)-. Y, sin embargo, aquí nadie sospechó nunca nada.

Ahí nos duele. Dicen los periódicos de la cáscara amarga que la reacción de la Generalitat ha sido opaca porque han roto con El Bigotes, pero se niegan a dar explicaciones. No estoy de acuerdo, yo les entiendo perfectamente. Esto es como el timo del tocomocho en el que lo malo no es que te hayan birlado tus ahorros, sino que te hayas dejado engañar de una manera tan burda. No es precisamente edificante el espectáculo al que estamos asistiendo estos días. Con todo, lo frustrante no es la corrupción, que existe en todo el mundo, sino la jeta de los sinvergüenzas. El Bigotes tiene la misma pinta que Luis Roldán -recuerden aquella foto en calzoncillos-, pero nuestros gobernantes cayeron en la trampa del tocomocho como unos pardillos. ¿Cómo no van a estar callados cuando ni al más humilde de sus votantes se le habría ocurrido confiar en un individuo así?

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