La pequeña daga
Es cansino, molesto e insultante. El espectáculo de volver a ver a don Federico Trillo, comandante retirado del Servicio Jurídico de la Armada, letrado del Consejo de Estado, ex presidente del Congreso de los Diputados, ex ministro de Defensa y sempiterno diputado del PP por Alicante, ejercer otra vez de pinturero defensor de la legalidad, blandiendo herrumbrosas adargas en los juzgados para acabar con los malandrines socialistas, con algún juez pendón y un ministro avieso, cazadores por más señas, se ha convertido ya en un remoquete ridículo, en una coda degradante.
Experto en Derecho como es, recordará el señor Trillo el origen y etimología de los sicarios. Sabrá, claro, que en tiempos del Imperio Romano se denominaba así -por la sica, una daga pequeña- a quienes apuñalaban sacando el arma, oculta entre sus ropajes, a sus contrincantes políticos -o a los de sus amos- aprovechando los tumultos para luego, cual jeremías, lamentarse a grandes gritos para hacerse los distraídos. Tanto se extendió la execrable profesión que en el año 81 antes de Cristo, corríjanos el mismo Trillo si erramos, fue necesario proclamar la lex Cornelio de sicariis et veneficis (apuñaladores y envenenadores) para intentar acabar con la plaga.
Y es que siempre que se recupera por el PP la estrategia de la crispación -¿tienen otra?- allá aparece nuestro hombre, destacado en la primera fila, quinquenio tras quinquenio, década tras década, cargado de legajos escondidos en el capote. Una vez más, como un pinturero novillero, se cala la montera y allá que se va a ejercer de sacrosanto defensor de la justicia al servicio de su partido, que, por lo que se ve, siempre necesita, ay, a diestros operadores de la sica. Lo peor es que no renuevan, y siempre es el mismo ejecutor. ¡Qué agotamiento!
Lástima que ahora, cuando le suelta a un miembro del Gobierno socialista "no sé si quedarme con su incompetencia, su descaro, su fracaso o su desparpajo", todos creemos que se refiere a aquel ministro de Defensa que amontonó restos humanos en bolsas sin nombre y engañó y vejó a los familiares, muchos de ellos militares, de las 62 víctimas del Yak-42. Si entonces no hubo dignidad para retirarse de la política, hoy se le pide, al menos, silencio.
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