Buscando una oposición desesperadamente
Hay dos leyes que en nuestra ya no tan corta experiencia democrática se han venido cumpliendo a rajatabla: la primera es el declive electoral de los partidos que trasladan una imagen de desunión; y, la segunda, que sin contar con una oposición sólida aumentan los desvaríos del Gobierno y disminuye su rendimiento. Son leyes generales válidas para todos los países, pero en el nuestro tienen casi el carácter de leyes de hierro. Cuando ambas circunstancias, desunión más oposición desatinada, se combinan, el más perjudicado no acaba siendo sólo el partido en cuestión, sino el sistema político como un todo. Y ésta parece ser la situación a la que nos está conduciendo la crisis del PP.
Los escándalos del PP y sus cuitas internas son un lujo que no nos podemos permitir en esta situación de crisis
La foto de Rajoy rodeado de todos sus barones no hace más que ratificar aquello que se desea ocultar, el cuestionamiento interno del líder y la torpe gestión de la crisis madrileña de los espías. Apelar a una conspiración de los poderes del Estado y el Gobierno apoyándose en la coincidencia de una cacería del juez Garzón y el ministro de Justicia para aguar los preocupantes efectos políticos de la trama denunciada parece casi de risa. Eso significa no conocer a Garzón -a quién, por cierto, bien que jaleaban cuando su acción se dirigía contra el Gobierno de Felipe González-, ni saber cómo se organizan esas peculiares cacerías de nuestro país. Pero, sobre todo, no prejuzga nada sobre el caso desvelado, que es la auténtica cuestión.
Desde la perspectiva de los ciudadanos, lo preocupante es, sin embargo, la situación de ensimismamiento en que se ha colocado el principal partido de la oposición. Colgando balones erráticos al área contraria es imposible que tenga capacidad de regeneración para construir la oposición que queremos. Perdió la mitad de la legislatura pasada en cuestionar el resultado electoral, y el resto en crispar hasta la saciedad el ambiente político. A comienzos de ésta cerró en falso sus problemas de liderazgo, y en vez de reconocer sus errores insiste ahora en el victimismo y en las acusaciones retóricas. La proximidad de las elecciones vascas y gallegas ha podido conducirles a este nuevo simulacro de cohesión y unidad interna, que cotidianamente se encargan de subvertir algunos de sus supuestos voceros mediáticos. Pero cuanto antes hagan sus deberes y recuperen la autoconfianza perdida más nos beneficiaremos todos.
Este sainete de los escándalos de la oposición y sus cuitas internas es un lujo que no nos podemos permitir en esta situación de crisis. Una oposición inteligente e incisiva es una necesidad para cualquier sistema democrático, y bajo las circunstancias actuales se convierte en una verdadera urgencia. En particular, en lo relativo a su capacidad para lanzar alternativas y para presionar al Gobierno y obligarle a dar lo mejor de sí mismo. Como, por ejemplo, ir más allá de los métodos paliativos contra la crisis y utilizarla como una oportunidad para cambiar de una vez por todas nuestro desfasado modelo económico. Y, algo a lo que no solemos estar acostumbrados en nuestro país, a entrar en pactos constructivos que mejoren la gobernabilidad en momentos excepcionales. Si la situación es como todos nos tememos, y si sólo podremos salir de ella mediante medidas drásticas, más tarde o más temprano habrá que incorporar a los partidos de la oposición en consensos básicos sobre una multiplicidad de temas. Una oposición dividida carecerá de incentivos para ello, porque hacerlo estimulará las disensiones internas y las escaramuzas estratégicas. ¿Imaginan la reacción de Esperanza Aguirre y sus apoyos mediáticos si Rajoy pacta algo con Zapatero?
Además, con una oposición desestructurada, sin propuestas concretas, a la defensiva y con el enemigo dentro, lo normal es que le salgan enseguida equivalentes funcionales. Todos recordamos cómo durante algunos de los Gobiernos de González, los sindicatos suplieron a la oposición política de un PP en horas bajas. Y cómo un sector de la prensa asumió ese papel con una fiereza sólo explicable por la propia debilidad de un partido que todavía no había encontrado su brújula política. Casi hicieron realidad la máxima de Disraeli de que "un Gobierno no puede estar mucho tiempo seguro sin una oposición formidable". Porque, no nos engañemos, un Gobierno funciona mejor, argumenta mejor, actúa mejor, y está más controlado, si enfrente tiene a un grupo con capacidad para sacarle los colores y para ilustrar a los ciudadanos sobre cómo exigirle una verdadera rendición de cuentas. En estos momentos, sobra decirlo, necesitamos el mejor Gobierno y, por tanto, la mejor oposición.
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