Viva el coche
En el desangelado PAU de Carabanchel los vecinos prefieren usar el automóvil
La estación de metro se iba a llamar Salvador Allende, pero acabó con el nombre de La Peseta. La Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto presionó, pero ganó la Comunidad de Madrid. "Al final cedimos", explica Juan Fernández, técnico de televisión de 35 años y portavoz de la asociación. "Esperanza Aguirre llegó a decir que por qué no poníamos un nombre que nos uniese en vez de separarnos, algo como Libertad o Paz", cuenta el vecino con sorna. "Resulta irónico que al final ganase la moneda". Fue una pelea dura que acabó en pacto: la Comunidad aceptó cambiar el nombre de la avenida del Alcázar de Toledo por el del presidente chileno y, a cambio, la vía principal del PAU y su parada de metro se bautizaron La Peseta.
En el parque al que sale el metro no hay casi gente. "Ya sabes cómo son estos nuevos desarrollos... Desangelados, inhóspitos", dice Juan. "Ahora somos unos 20.000 vecinos y se espera que lleguemos a 40.000". Corona el parque uno de los aros de cemento que sirvieron de estructura para construir el metro. "Se llaman dovelas", explica Juan, que maneja los tecnicismos. "Debe de ser el único homenaje a una tuneladora del mundo", añade otra vez con sorna.
Alrededor del parque hay edificios típicos de PAU y alguno con más personalidad. "Aquel lo vienen a ver desde Japón los arquitectos", explica señalando unos pisos ultramodernos. Por dentro, las paredes son plegables y el inquilino puede crear habitaciones o espacios diáfanos a su antojo. "Como eran por concurso, la gente que vive en ellos no los eligió, y no a todo el mundo le gustan". Lo mismo pasa con el Anfiteatro. Es impresionante y bonito. "Pero demasiado grande, nosotros no podemos llenar todo eso", explica.
El PAU de Carabanchel no parece construido a escala humana. "Estos barrios están pensados desde la especulación", dice Juan. "La avenida de la Peseta es la única vía con continuidad comercial y, salvo algún chino que da vidilla, la mayoría de los locales son bancos. Es decir, que la gente viene en coche, hace la gestión y se va". Juan repite la retahíla de reivindicaciones de los nuevos desarrollos: falta un instituto, un centro de salud, hay deficiencias en la construcción... Pero lo peor es que no hay gente en la calle. El vecino señala uno de tantos jardines comunitarios ocultos tras un seto: "Nos cerramos a la calle. Es la teoría de mi casa es mi castillo, de usar el coche para todo. Tenemos vallas para que no nos vean, garaje, un guarda de seguridad... Es una forma de vivir como los ricos sin serlo, un quiero y no puedo". "Y es bastante aburrido", confiesa.
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