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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Moratoria para canciones

Diego A. Manrique

Ya hemos hablado aquí de la asombrosa avalancha de vocalistas femeninas que se venden bajo la bandera del jazz. Un etiquetado que sirve para promocionar cantantes de vuelo corto a las que se suma un (falso) plus de nobleza musical. Se trata de una ceremonia de la confusión en la que participan medios de razonamiento automático: si el ilustre sello Blue Note edita a Norah Jones, eso significa que Norah hace jazz. Sin olvidar la pura ignorancia que confunde los volúmenes de Rod Stewart haciendo el "great american songbook" con discos de jazz.

Otra picardía más de los genios de la mercadotecnia. Y no tendría mayor importancia -sólo se engaña a quién se deja engañar- de no ocupar estas liviandades el espacio mediático y el hueco en las programaciones que deberían reservarse para las verdaderas creadoras. Que las hay, ya lo creo. Miguel Ángel Iniesta me trae de Nueva York la última enciclopedia de cantantes de jazz. Un tomo de Scott Yanow que, entre voces femeninas y masculinas (las menos), cubre 521 solistas, más varios apéndices que juntan otros 250 cantantes (y 30 grupos vocales).

El abuso de versiones mella el filo de muchas canciones sublimes

Yanow se congratula del boom de las solistas pero señala flancos débiles. Primero, su carácter de objeto sexual, que inclina la balanza hacia las más convencionalmente bellas (no, no son casualidad esas portadas de Diana Krall). Segundo, el problema del repertorio. Ya se han secado las fuentes de los standards, que eran Broadway, Hollywood, Tin Pan Alley; queda el recurso a jazzear temas de pop, soul, rock. Lo que, advierto, necesariamente no significa intentar insuflar vida al árido repertorio de Radiohead.

De momento, hay un verdadero exceso de interpretaciones de clásicas. Yanow propone una moratoria y ofrece un listado de 10 canciones que no se deben interpretar, durante bastantes años:

1. My funny Valentine.

2. Stolen moments.

3. God bless the child.

4. Send in the clowns.

5. All blues.

6. Summertime.

7. Lover man.

8. Love for sale.

9. Round midnight.

10. Over the rainbow.

Están ordenadas de mayor a menor obviedad. Para Yanow, My funny Valentine debería estar vetada ad eternum. Según él, Stolen moments no tiene la suficiente riqueza melódica, por lo que sugiere que quede en el congelador durante 50 años. Y así hasta Over the rainbow, que condena a cinco años fuera de cualquier repertorio.

Fobias particulares aparte, urge aplicar parecidas normas higiénicas en la música pop. Convendría que todos los cantantes actuales se olvidaran del Hallelujah, de Leonard Cohen, especialmente si conocen la catártica versión de Jeff Buckley. Igual con el I'm not in love, de 10 cc, sobre todo para evitarnos escucharla presentada como "una canción de desamor", confirmando que los locutores no han entendido nada de la letra.

Aún más. Propondría que se gravaran con un impuesto especial los discos que contengan temas de los Beatles. Hablo en serio: la sobreabundancia de versiones vulgares puede estar consiguiendo que las nuevas generaciones crezcan odiando a los de Liverpool. ¿Qué es una medida muy radical? Vale, que la prohibición solo se aplique a las 100 mejores canciones de los Beatles; queda toda una serie B de temas no muy manoseados, sin olvidar las casi treinta composiciones que Lennon-McCartney cedieron a otros artistas durante los años sesenta.

¿Y en España? Quizás algún gravamen oneroso para las grabaciones de boleros y coplas. Generalmente, la selección parece obra de algún recaudador de la SGAE: sólo se toca la puntita del iceberg. Por fortuna, los ruiseñores españoles son tan geniales que no sienten demasiado la necesidad de recrear material ajeno. Aun así, yo sugeriría un veto total para Corazón partío. Y lo mismo para Mediterráneo, incluyendo las interpretaciones de su autor.

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