No basta pedir perdón
Las administraciones públicas deben coordinar sus planes ante las emergencias naturales
La virulencia de algunos fenómenos naturales recientes ha revelado la debilidad de los protocolos de actuación de las administraciones ante situaciones de emergencia. Ocurrió con la nevada que paralizó Madrid, y su aeropuerto, el 9 de enero; con el vendaval que provocó el derrumbamiento del techo de un pabellón deportivo y la muerte de cuatro niños en la localidad catalana de Sant Boi el sábado, y con los apagones de luz, y la falta de agua, en el norte de A Coruña y Lugo desde que el ciclón Klaus azotó la costa gallega el último fin de semana. El espectáculo que han dado los responsables políticos no ha estado a la altura de la gravedad de los problemas. Más que analizar dónde se produjeron los fallos en la cadena de respuestas que han de coordinar entre sí las distintas administraciones (el Estado, las comunidades autónomas y los ayuntamientos), lo que han hecho sus responsables ha sido echar balones fuera y acusar a los demás.
Culpar al Gobierno porque llueva es una broma clásica. Servirse del descontento ciudadano ante circunstancias naturales extremas para minar al rival político se ha convertido en una fórmula eficaz para desgastarlo. Lo que han mostrado los recientes episodios meteorológicos, sin embargo, es que para actuar han de coordinarse administraciones gobernadas por fuerzas políticas distintas. Tanto la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, como Francisco Granados, consejero de Presidencia, Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid, han pedido perdón a los ciudadanos por los fallos de sus departamentos, pero aprovecharon de paso para dar algún coscorrón a sus rivales. Y al mensajero, es decir, a la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). También en Cataluña, la primera reacción de los políticos fue apuntar contra los encargados de predecir el tiempo.
Ante fenómenos tan violentos, la responsabilidad de comportarse con prudencia y cautela alcanza a los propios ciudadanos, que tampoco estuvieron siempre a la altura de las circunstancias. La reacción de las autoridades de Euskadi ante el vendaval del sábado y las lluvias posteriores fue eficaz. Quizá el recuerdo de las dramáticas inundaciones de Bilbao en 1983 los empujó a tomarse las cosas en serio de forma inmediata. Las medidas previstas por el Gobierno para modificar los protocolos de actuación y mejorar medios e infraestructuras no pueden quedar en papel mojado para evitar que hechos tan bochornosos y desgraciados vuelvan a ocurrir.
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