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Columna
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Los límites del optimismo

Tres días antes de que Joaquín Almunia diese cuenta de las previsiones de Bruselas sobre la marcha de la economía comunitaria, el vicepresidente Solbes informaba de las actualizaciones introducidas por el Gobierno en el Programa de Estabilidad 2008-2011. El espejismo del círculo virtuoso de desarrollo económico a salvo de crisis cíclicas forjado por tres lustros de crecimiento ininterrumpido, creación de empleo y mejora de las cuentas públicas se ha evaporado en el arenal depresivo. El vigor y la amplitud de la actual recesión aconsejan una prolongada cura de humildad (si no de arrepentimiento) a los economistas que castigan a la opinión pública con su jerga oscurecedora y extravían a los políticos con su arrogancia omnisapiente. El terremoto que sacudió el sistema crediticio americano en agosto de 2007 y alcanzó dimensiones dramáticas en el mundo entero a partir del otoño de 2008 ha visto agravados sus efectos en España a causa del sector inmobiliario; iniciado en los primeros años del mandato de Aznar, el boom de la construcción residencial prosiguió durante la primera legislatura de Zapatero. Las advertencias sobre las peligrosas implicaciones de ese monocultivo del ladrillo fueron despreciadas olímpicamente: el consejo de no cambiar de caballo mientras se cruza un torrente olvidó la posibilidad de que montura y jinete pudieran ser arrastrados por las aguas turbulentas de la crisis. El endeudamiento exterior para hacer frente a las inversiones inmobiliarias ha debilitado igualmente las defensas de la economía española frente a la recesión.

Las advertencias sobre las peligrosas implicaciones del 'monocultivo del ladrillo' se despreciaron olímpicamente

El cuadro macroeconómico actualizado por el Consejo de Ministros el pasado viernes adelanta que en 2009 el PIB sufrirá una caída del 1,6%, la tasa de paro escalará hasta el 15,9% (desde el 11,1% de diciembre de 2008 y el 8% de septiembre de 2007) y el déficit público se elevará al 5,8% (frente al 3,4% registrado en el actual ejercicio y los superávit de años anteriores). Aunque las perspectivas para 2010 y 2011 ofrezcan una mejoría comparativa de los indicadores, el mantenimiento del paro en niveles ligeramente por debajo del 16% y la acumulación de los déficits anuales ponen de relieve que las consecuencias de la crisis tardarían en ser absorbidas.

La asunción de esas previsiones para el próximo trienio parece indicar que el Gobierno ha comprendido finalmente que la negación verbal de la existencia de realidades desagradables es un conjuro ineficaz para hacerlas desaparecer. En las economías de mercado de un mundo globalizado, el talante optimista del poder político no crea puestos de trabajo duraderos. Las previsiones serán fiables o suscitarán desconfianza (por las fuentes utilizadas, la metodología aplicada y la cualificación de los investigadores) y resultarán acertadas o erróneas (sólo el tiempo lo dirá) en función de su correspondencia con los hechos: en cualquier caso, pertenecen al ámbito del conocimiento y no pueden ser sustituidas por los buenos deseos. La conciliación propuesta por Gramsci entre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, o la paradoja defendida por Scott Fitzgerald sobre la necesidad de seguir actuando a partir de ideas contradictorias, podrían servir de pauta a las relaciones entre las antipáticas previsiones formuladas a palo seco por los economistas y los planes proyectados por los políticos para frenar o invertir su cumplimiento.

Por si las previsiones del Gobierno anunciadas por Solbes no hubiesen sido ya una medicina difícil de tragar para quienes confunden el principio de realidad con el pesimismo, la comparecencia anteayer de Joaquín Almunia en Bruselas habrá consternado a los que identifican las falsas ilusiones con el optimismo. Según las previsiones de la Comisión Europea, la economía española retrocederá en 2009 un 2%, la tasa de paro llegará al 16,1% y el déficit público alcanzará el 6,2% del PIB, indicadores todos ellos situados por encima de los avanzados por Solbes. La recuperación europea "gradual y modesta" tendrá en España ritmos más lentos que la media comunitaria: el ajuste de la construcción explica en buena parte ese desfase.

Esos cuadros macroeconómicos tal vez sean considerados erróneos por quienes permanecen fieles al espíritu de los iniciales diagnósticos gubernamentales sobre el carácter pasajero de la crisis comenzada en la segunda mitad de 2007. O quizás les parezcan insuficientemente sombríos a los que pronostican desde 2004 el final apocalíptico del mandato de Zapatero. Pero el optimismo y el pesimismo no son los términos más adecuados para describir esas encontradas posturas: los optimistas que actúan únicamente porque piensan que van a ganar están muy próximos a los pesimistas que anuncian el fin del mundo cuando pierden la esperanza de seguir mangoneándolo.

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