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Columna
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Autogobierno y crisis

Es innegable que las generaciones actuales tienen el privilegio de asistir a profundas mutaciones impulsadas por la tecnología, que modifica el modelo de producción, transformando comportamientos individuales y colectivos. Y todo ello en tiempo real, con repercusiones -probablemente imprevistas- en las instituciones. La crisis financiera resume de modo paradigmático este complejo escenario, en el que, una vez más, sale a la palestra el sector público y su papel, otrora protagonista indispensable, luego tiznado de azufre y de nuevo salvavidas, en un mar sombrío y turbulento.

Las hondas corrientes del cambio parecían venir a erosionar al Estado westfaliano, enfrentando su impotencia a problemas cada vez más supranacionales. A su vez, la descentralización de múltiples funciones antes reservadas al Estado nación se justificaba por la mayor adaptabilidad de los gobiernos próximos a la ciudadanía, al tiempo que permitía fijar más eficazmente los sentimientos de identidad, amenazados por la ola de uniformidad empujada por la mundialización contemporánea.

Los gobiernos autónomos deben ayudar a las pymes, mal defendidas por el lobby de los grandes

Lejano ya el voluntarismo liberal que, del brazo de Fukuyama, proclamaba el "fin de la historia", se tenía la impresión de que la confrontación entre civilizaciones acabaría por suplantar el conflicto ideológico, y, sin embargo, estamos asistiendo a un regreso a viejos debates, animados por las renacidas controversias en el seno del pensamiento económico. Y, en cualquier caso, existe una notoria evidencia de que la globalización de la economía viaja en asincronismo con la globalización institucional.

Las alteraciones en la percepción de las coordenadas espacio-tiempo han ido más de prisa que la comprensión social de esas perturbaciones que, con una velocidad manifiestamente elevada, han trastocado la marcha más o menos lineal de las sociedades desarrolladas. Como guinda, además, la bipolaridad en el liderazgo internacional dio paso a una hegemonía que detenta una cosmovisión muy particular de los problemas, con una patente incapacidad, o falta de voluntad, para construir consensos.

La crisis financiera desatada ha subrayado las insuficiencias del multilateralismo institucional y los riesgos extremos de la regulación débil por parte del Estado-guía, que sólo por la urgencia en reducir las consecuencias del contagio a la economía real, dramatizó la respuesta supuestamente global del G-20 y otros actores como la Unión Europea.

Podemos, pues, preguntarnos por el papel que podrían jugar los gobiernos subcentrales en este contexto, más allá del que, bien en el seno de una federación, o en un Estado profundamente regionalizado, ya vienen desempeñando, en coherencia con el relativo vaciado del Estado convencional. A mi juicio, deberían ejercer una función esencialmente microeconómica, concertada en los niveles horizontal y vertical, en la misma longitud de onda macro. Es decir, si estamos aproximadamente de acuerdo en que ha de animarse la demanda global, la ayuda a esa dinamización -con recursos propios y otros transferidos para la ocasión- deberá concentrarse en aquellos sectores y empresas más sensibles a la recesión y sobre las cuales tienen una información menos imperfecta que el gobierno europeo o central.

Por eso es tan importante la atención a la pequeña y mediana empresa, con penurias financieras y potenciales soportes de la creación de empleo, en riesgo de ser mal defendida por los lobbies de los grandes. Identificar correctamente a quien se debe ayudar, sea para sostener inversiones materiales, inmateriales o circulante, utilizando fondos que se pueden obtener, por ejemplo, en el Banco Europeo de Inversiones. El fortalecimiento de las agencias de garantía recíproca, inyectándoles dinero para que mantengan una saludable relación entre avales vivos y recursos propios, es otra palanca a utilizar, así como el estímulo a la fusión entre pymes, que les permita vivir con más éxito la incorporación tecnológica y la exportación, sin la obsesión permanente por el flujo de caja.

El acceso a la financiación se ha vuelto el punto crítico de esta crisis y las pequeñas y medianas empresas se están convirtiendo en rehenes de la situación. Seguramente necesitarán una especie de mediador de crédito, que estará a cargo, supongo, del Igape. Pero el autogobierno deberá tener también su papel cerca de las entidades bancarias, tanto más por cuanto están accediendo a dinero público.

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