Israel asedia la ciudad de Gaza
El Ejército israelí registra su primera baja tras la invasión terrestre de la franja - El presidente Simon Peres rechaza un alto el fuego pese a la petición de la UE
Avanza por tierra, parsimonioso pero aplastante, el Ejército israelí en Gaza. Respaldada la infantería por una aviación dueña del cielo, los soldados se desplegaron ayer al sur de la ciudad de Gaza, y la franja quedó dividida en dos mitades. La guerra cuerpo a cuerpo no llegó al centro de las zonas urbanas, pero la sangre de una veintena de civiles corrió abundante por el fuego de artillería en una zona comercial y junto a una mezquita. Son ya más de 500 los palestinos fallecidos en nueve días de guerra. También murió el primer militar israelí, en una jornada en la que 60 cohetes golpearon varias ciudades de Israel. No hay visos de ver la bandera blanca. Los esfuerzos diplomáticos tropiezan con la decisión de los países más influyentes, como Estados Unidos, de dar tiempo a Israel.
La franja quedó partida en dos. Los soldados israelíes se plantaron en la zona arenosa donde se alzaba el asentamiento judío de Netzarim, destruido tras la evacuación de los colonos en 2005. La aviación ya había aplastado la víspera los puentes de la franja y bombardeado la carretera que atraviesa la franja de norte a sur.
El brazo armado de Hamás sabía que Israel, en el supuesto de una operación terrestre, seccionaría Gaza. Antes de la evacuación de los colonos, era frecuente que los uniformados impidieran el tráfico de norte a sur a la altura de Deir el Balah, en el centro del territorio. A veces, el corte se prolongaba días o algunas semanas. Los máximos jefes de las Brigadas Ezedín el Kassam han calculado esta partición. Un miliciano explicaba hace un par de meses que Gaza había sido dividida en tres sectores, y que cada uno de ellos debería contar con armamento y material similar para afrontar ataques israelíes sin contar con sus colegas en otras zonas.
Las escaramuzas se desataron al este de la ciudad de Gaza, en el barrio de Zeitún, un bastión de Hamás escenario de combates siempre que Israel lanza sus campañas de represalia. Lentamente avanzan los uniformados israelíes. "El objetivo es destruir la infraestructura de Hamás. Vamos a tomar varias de las zonas utilizadas para lanzar cohetes", declaró la portavoz militar Avital Leibovitch.
Se apoyan para ello en un incesante bombardeo de la aviación y de la artillería que ayer causaron bajas civiles. En un mercado céntrico de la ciudad de Gaza una mujer y cuatro de sus hijos fallecieron en un bombardeo. En Beit Lahia, en el norte del territorio, una docena de personas, 10 de ellos civiles, corrieron la misma suerte.
No hay, por tanto, lugar seguro en Gaza para ninguno de su millón y medio de habitantes. El argumento de que todo miliciano de Hamás y policía sea un objetivo del Ejército convierte a la franja en un territorio en el que no es posible refugiarse. Soldados llaman por teléfono a los vecinos antes de derribar su edificio, pero ¿quién garantiza que los parientes a los que acudir no tienen también un vecino de Hamás? No es nada extraño, dada la implantación social del movimiento islamista.
La cifra de milicianos fallecidos en las refriegas en el norte es una incógnita. Las ambulancias no pueden acercarse al campo de batalla. No obstante, mandos militares israelíes señalaron que varias docenas de ellos "han sido alcanzados". Y fuentes hospitalarias apuntaron que son ya 507 las víctimas mortales -450 antes de la invasión terrestre- y más de 2.300 los heridos.
La campaña acaba de comenzar. El presidente Simon Peres aseguró que Hamás "está recibiendo una lección" y rechazó la posibilidad de un alto el fuego la víspera de la llegada del presidente francés Nicolás Sarkozy y de la comisaria europea Benita Ferrero-Waldner. Aunque el Estado Mayor abogó por una invasión rápida y demoledora, todo apunta a que se prolongará bastantes días. La primera jornada de invasión terrestre no ha servido para limitar el lanzamiento de cohetes contra Israel. Casi sesenta, una veintena más que el sábado, impactaron en Ashkelón, Netivot, Sderot y Ashdod.
En el frente de batalla, los portavoces de Hamás muestran tanta determinación como siempre. "Han venido donde queríamos. Ahora recibirán nuestros regalos", proclamaba Abu Obaida, portavoz de la milicia islamista. Aludía a que los soldados israelíes ya se aproximaban a las áreas densamente pobladas, prácticamente el único lugar en el que los milicianos pueden hacer algún daño a sus enemigos.
A pesar de esa fe en la victoria, Hamás está recibiendo un golpe devastador. Durante algún tiempo, nada volverá a ser como antes del estallido de esta guerra, la más mortífera en muchas décadas en Palestina. Otra cosa bien distinta es la inyección de popularidad que recibirá el movimiento fundamentalista. Y más que por sus decisiones, de consecuencias dramáticas, por la desidia de la Autoridad Nacional Palestina, cuyas fuerzas policiales se dedican a disuadir a los ciudadanos de acudir a las manifestaciones en Cisjordania.
Israel ha colocado a Fatah, el partido del presidente, Mahmud Abbas, entre la espada y la pared. Decidido a seguir el camino de la negociación con Israel, nada ha conseguido hasta la fecha. En Cisjordania, la colonización judía sigue adelante. Saeb Erekat, jefe negociador palestino, enfatizaba ayer: "Israel ha enterrado el proceso de paz con sus tanques". Lo que resulta patente, a tenor de las expresiones que se escuchan a los palestinos de a pie, es que Fatah, o cuando menos su actual liderazgo, está cavando poco a poco su tumba.
Una contienda, dos visiones
En los medios de comunicación israelíes, especialmente en televisión, se observan muchos tanques, soldados en la oscuridad, columnas de humo sobre Gaza, analistas explicando las vicisitudes de la guerra. Pero no se ven cadáveres. En la cadena árabe Al Yazira, también se ven los cuerpos despedazados. Imágenes a menudo dantescas. Israelíes y palestinos, aún viviendo a metros de distancia, contemplan dos realidades que nada tienen que ver. Los ministros israelíes y su jefe, Ehud Olmert, repiten una y otra vez que nada tiene contra los palestinos de Gaza, que su lucha es sólo contra Hamás. Ríen los palestinos, repletos de ira, cuando se les comentan las palabras de Olmert. Porque se preguntan: "Si no quieren destrozar a los palestinos, ¿Por qué bombardean el Parlamento? ¿Por qué el Ministerio de Justicia?". No son instalaciones militares. Ni siquiera pertenecen a Hamás.
Otro tema preocupa al liderazgo israelí. La ministra de Exteriores, Tzipi Livni, se empeña a diario en desmentirlo. Aunque resulta flagrante. "No hay crisis humanitaria", asegura sin desmayo. Las ONG y organismos internacionales que trabajan en la franja replican contundentes. Gaza es un desastre. Ya lo era antes de comenzar la contienda por el bloqueo de año y medio. Ahora es una catástrofe. En la polémica de los tremendos estragos causados a la población civil, la visión israelí está aislada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.