Propósitos de año nuevo
Año nuevo, vida nueva, pontifica la antigua paremia. Los años, como se sabe, no empiezan en el mismo momento para todo el mundo (yo hubiera preferido que los míos comenzaran el 1 de Vendimiario), pero en lo que todos coincidimos es en utilizar la rotundidad cronológica del primer día del nuevo ciclo para iniciar compromisos de cambio que hemos aplazado hasta la fecha mágica y que, generalmente, tienen que ver con aspectos de nuestro comportamiento o de nuestro cuerpo que consideramos manifiestamente mejorables. Desde que Gregorio XIII (1582), con la inestimable ayuda del jesuita alemán Cristophorus Clavius, fijara definitivamente (pero ya sabemos que no hay nada que lo sea: veremos qué hace Obama al respecto) el calendario que usamos en Occidente (y no todos), el uno de enero -fiesta de la circuncisión del Señor- ha pasado a ser la frontera que marca el primer día del resto de nuestra (nueva) vida.
Me he propuesto rebajar mis expectativas sobre el nuevo emperador afroamericano: no me gusta su silencio sobre Gaza
De manera que, a su modo y con variable publicidad, quien más quien menos se estará formulando (conscientemente o no) en estas horas previas lo que los anglosajones -que son más contumaces en sus tópicos- denominan New Year Resolutions, los propósitos para el nuevo año. Políticos, famosos y famosillos (además de monseñor Rouco) ya han formulado los suyos. Y el resto, también. En los primeros puestos del ranking siempre están los mismos: además de dejar de fumar o perder (o ganar) peso, los "clásicos" son pagar / cobrar deudas, cambiar de trabajo, pasar más tiempo con familia y amigos, divorciarse, no procrastinar, lograr más autoestima, ser más ecológico, más creativo (por ejemplo: publicar una novela, como hace todo el mundo), leer más. En fin, de todo. Este año hay un habitual que (a la fuerza) se refuerza: ahorrar.
Los neurólogos explican que los cambios de nuestra conducta son un negociado que depende del córtex prefrontal y que cuando afectan a hábitos muy arraigados son lentos y trabajosos. Los sociólogos afirman que sólo un 12% consigue los objetivos propuestos y que la tarea es más fácil si uno tiende a ser concreto: en vez de "perder peso" el propósito de adelgazar debería formularse como "perder medio kilo a la semana"; en lugar de leer más, leer el primer volumen de En busca del tiempo perdido, etcétera.
Como es natural, yo también he formulado los míos. Y, como cada año, lo he hecho -como me enseñó el maestro Ángel González, que se estará tomando un johnnie walker con almendras en el cielo al que van los poetas- sin esperanza, pero con convencimiento. No se los voy a contar todos: primero porque no creo que les interesen, y después porque algunos afectan a mi vida privada y me daría coraje que alguien -un redactor jefe, un editor, Elvira Lindo- me echara en cara su (posible) incumplimiento. Pero hay tres que sí me atrevo a poner negro sobre blanco.
En primer lugar, me he propuesto rebajar drásticamente mis expectativas sobre el nuevo emperador afroamericano que, en todo caso, tampoco eran excesivas: no me gusta su silencio sobre la masacre de Gaza, y casi menos que haya elegido al reverendo pastor evangélico Rick Warren -conocido por su radical oposición al aborto y a los matrimonios gays- para pronunciar la solemne Invocation en la ceremonia de su toma de posesión. Los otros dos son menores: adquirir un sonyreader -lo que me liberará, de entrada, de estantería y media de clásicos universales de derecho público-, y ver (en el cine) un mínimo de 52 películas al año (éste he visto, por ahora, 51). En cuanto a los demás, se parecen mucho a los de casi todo el mundo. Sólo que, ante los reiterados fracasos, he rebajado la tasa de adelgazamiento a los 200 gramos por semana. Que tengan un feliz año nuevo.
Babelia
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