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Y luego está el resto del mundo

Está cada vez más claro, al menos para este observador, que el equipo de Barack Obama, por muy listo, experimentado y maravilloso que sea, no puede satisfacer todas las esperanzas que han depositado en él todos esos estadounidenses alegres pero ansiosos y todas esas multitudes de otros países igualmente ansiosas pero ilusionadas.

Este próximo presidente de Estados Unidos, audaz y optimista en sus discursos y precavido, reflexivo y prudente después de ellos, tiene el temple necesario para ser un gran líder. Pero, al mismo tiempo, se enfrenta a una extraordinaria lista de problemas y retos en este momento en que Estados Unidos y el mundo van entrar en el año 2009. Barack Obama debe saber que tiene que establecer sus prioridades: no puede ser todo para todos, no puede cumplir todas las esperanzas, no puede ocuparse de todos los males de la Tierra. Si no se centra, estará perdido.

Obama no va a tener mucho tiempo para ocuparse de América Latina, África, la ONU y Europa
Es difícil que el gran aprecio de Europa por Obama sea correspondido

Hay dos áreas que exigen una atención inmediata y sostenida del Gobierno de Obama. Debe dedicar gran parte de sus energías al rescate y la recuperación de la economía estadounidense y sus redes financieras y comerciales en todo el mundo; sin esa recuperación, estaremos en una situación muy difícil. Pero Washington no puede concentrarse sólo en los asuntos económicos, porque debe prestar asimismo mucha atención a la política mundial, es decir, a las relaciones con una China susceptible y en ascenso, una Rusia susceptible y cada vez más débil (lo crean o no), el polvorín del sur de Asia, el horrible campo de minas que constituyen los países árabes. El nuevo presidente estadounidense tiene que encaminarse hacia el futuro con Adam Smith y John Maynard Keynes en una mano y Carl von Clausewitz y sir Halford Mackinder en la otra.

Ahora bien, si el plan nacional de recuperación socioeconómica, la economía mundial y la geopolítica de las grandes potencias ocupan el centro del primer mandato de Obama, ¿qué cuestiones tendrán que quedarse relegadas a segundo plano, empujadas a la periferia? ¿A qué asuntos puede no dedicar mucha atención o muchos recursos una nueva Administración llena de buenas intenciones, tremendamente optimista y enormemente popular, sin dejar de hablar de lo importantes que son?

La lista es larga y el espacio corto, así que vamos a limitarnos a cuatro áreas que, por importantes que sean sus protagonistas, no tienen muchas probabilidades de ocupar los primeros lugares en la agenda de Obama. Personalmente, creo que todas ellas son importantes, pero no me parece que vayan a ser objeto de demasiada atención. ¡Cuánto me gustaría equivocarme!

La primera es Latinoamérica.Siempre me ha asombrado la escasa atención que presta Estados Unidos al resto del hemisferio occidental, sobre todo a nuestro vecino del sur, México, pero también a países tan fundamentales como Brasil y Argentina. Las visitas que he hecho en los últimos años a estos tres países indican que en todo el subcontinente existe un deseo muy extendido de tener una relación respetuosa y equilibrada con su primo yanqui. Pero ¿le dedicará mucha atención el Washington de Obama, aparte de una o dos visitas presidenciales simbólicas? Lo dudo. Solemos dar a Latinoamérica por descontada, y sería extraordinario que Obama fuera capaz de romper con esa forma de pensar.

En segundo lugar, África. Parece ridículo, ya lo sé. Toda la retórica de la campaña del nuevo presidente hace pensar que el destino del continente en el que se encuentran sus raíces familiares es algo que le toca muy de cerca. Es muy posible que sea así. Pero el verdadero enigma es qué puede hacer exactamente y de forma sistemática la nueva Administración para ayudar a África. La ayuda más eficaz e inmediata sería organizar un alza brusca de los precios de las materias primas mundiales -café, cacahuetes, caucho, petróleo, madera, fosfatos- que invirtiera la caída de sus exportaciones, les proporcionara divisas fuertes y asegurase puestos de trabajo. Pero la actual depresión mundial hace que eso sea poco probable, y, además, Estados Unidos prefiere que los precios de las materias primas en el mundo sean bajos, porque importa muchas de ellas.

También sería fantástico que el Gobierno de Obama pudiera llevar milagrosamente la paz y la seguridad a unas regiones desgarradas por la guerra que, en puro tamaño, son seguramente el doble de Europa. Ninguna otra potencia exterior podría hacerlo. Un compromiso de enviar 250.000 soldados estadounidenses durante 10 años, con todo el apoyo logístico necesario, podría lograrlo. ¿Qué probabilidades hay de eso? Ninguna. De aquí a dos o tres años, ¿a qué altura del tótem de la nueva Administración estará África central? No estoy siendo cínico, estoy siendo meramente realista. Si se produce en el futuro una crisis importante relacionada con Ucrania o Taiwán, ¿cuándo hablará el subsecretario para África con el presidente, si es que alguna vez lo hace?

Lo tercero es la reforma de Naciones Unidas y las instituciones de Bretton Woods. Buena suerte con eso. Todo el mundo sabe que las estructuras internacionales creadas en 1944 y 1945, tanto las económicas y financieras como las políticas y de seguridad, se han quedado anticuadas en este nuevo siglo; en realidad, seguramente se quedaron anticuadas hacia 1980. Un sistema mundial de seguridad en el que sólo cinco de los 192 países pertenecientes a él tienen derecho de veto y privilegios como miembros permanentes (por ejemplo, del Consejo de Seguridad de la ONU), y en el que tres de esos cinco se encuentran en un declive relativo desde hace tiempo -Reino Unido, Francia y, digámoslo con claridad, la Rusia aldeana y del Potemkin de Putin- es un verdadero absurdo en estos tiempos.

Como los Cinco Permanentes no van a renunciar a sus poderes, lo mínimo que pueden hacer es permitir que India y Brasil se unan a su excelsa mesa. Pero eso no puede ser una de las prioridades del nuevo Gobierno de Washington. Tampoco puede serlo un cambio significativo en los equilibrios de poder del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, hábilmente situados en el propio centro de esa ciudad; a Estados Unidos le gusta el statu quo actual de Bretton Woods. Por supuesto, Obama empujará al Banco Mundial a ayudar a los 60 países más pobres del mundo y presionará al FMI para que sea benévolo con Islandia. Pero no es una de las cuestiones principales. En cuanto a otras reformas relacionadas con la ONU -lograr una mejor cooperación en las labores de paz, perfeccionar las técnicas de desarrollo-, todo es estupendo, pero que no se molesten en venir a buscarnos a nosotros.

En cuarto lugar, Europa, la UE y las relaciones transatlánticas en general. Esta conclusión quizá suscite reacciones en Berlín, Roma, Londres y París (¿qué es lo que no suscita reacciones en París?), pero me da la impresión de que la tendencia de toda Europa a derretirse con Obama -¿se acuerdan de los 200.000 entusiastas en el Tor de Brandenburgo?- no tendrá una identificación recíproca de Europa como la estrella y la guía de la política exterior y la estrategia de Estados Unidos. Europa está bastante bien como está. No es un problema, como China, Rusia, Oriente Próximo, Irán. Cada vez sirve menos de ayuda en el terreno militar y estratégico. Desde luego, es importante a la hora de pensar en la coordinación económica, pero eso se hace más desde Nueva York que desde el Distrito de Columbia. Para decirlo claramente, el extraordinario aprecio que sienten en Europa por Obama no tendrá seguramente un equivalente a la inversa, aunque oiremos muchos discursos muy bonitos sobre la larga y sólida relación en los años que se avecinan. Pero el nuevo presidente tiene otros asuntos más importantes de los que ocuparse.

Los expertos, por tanto, tienen razón: rescatar la economía estadounidense y preservar el orden geopolítico tienen que ser las dos grandes prioridades del nuevo Gobierno de Obama. El resto, incluso áreas tan importantes como África, Latinoamérica, Europa y la ONU, están un poco por detrás. Aquellos maravillosos y cínicos diplomáticos franceses de otros tiempos lo habrían sabido ver. Al fin y al cabo, ¿cuál era la expresión que utilizaban?: "Gouverner, c'est choisir". "Gobernar es escoger". Siempre lo ha sido.

Paul Kennedy ocupa la cátedra J. Richardson de Historia y es director del Instituto de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. © 2008, TRIBUNE MEDIA SERVICES, INC. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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