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Columna
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¿Queda más madera?

Francisco G. Basterra

El hombre probablemente hoy con más poder del planeta, Ben Bernanke, subido en la locomotora de la Reserva Federal, acaba de gastar todos sus cartuchos. Recuerda a la fantástica escena de Groucho Marx pidiendo frenéticamente: "Más madera, traed madera", para alimentar la caldera del tren, que acaban desguazando hasta dejar los vagones en el chasis. La diferencia es que a los Hermanos Marx les salió bien la operación. A Bernanke ya se le ha acabado la madera y ha empezado a darle a la impresora para hacer dinero nuevo. Algo que no podemos hacer los europeos desde nuestro banco central en Francfort. Hace una década, su augusta majestad británica, Isabel II, se quejaba de haber sufrido un annus horribilis, tras el deceso de Diana, la princesa del pueblo, y el incendio de su palacio en Windsor. ¿Lo recuerdan? 2008 ha sido el año en que vivimos peligrosamente. La velocidad del descalabro económico: por primera vez desde la II Guerra Mundial todos los países industrializados, en conjunto, han reducido su producción, no invita estas navidades ni al pesimismo de la razón. Es imposible saber ahora que título llevará dentro de 12 meses el año 2009. Todo lo que sea detener la caída puede ser un logro razonable.

"Obama tendrá que adentrarse en el futuro, con Keynes en una mano y Clausewitz en la otra"

En gran medida, casi todo en 2009 está pendiente de un hombre delgado, de 47 años, aún no probado en puestos ejecutivos. Se siente que el mundo, no sólo el nuestro, espera con una mezcla de aprensión y esperanza lo que pueda hacer Barack Obama. Sólo quedan 30 días. El 12 de enero, los equipos de Obama, junto con los del presidente saliente, simularán qué ocurriría si toda la cadena de mando de la nación fuera aniquilada de golpe por un ingenio nuclear. Optimista ejercicio heredero de la guerra fría para iniciar la cuesta de enero. Al tiempo, según nos ha contado The New York Times, la Casa Blanca de Bush le ha preparado al presidente electo una docena de planes de respuesta a eventualidades como un ciberataque contra el sistema de ordenadores del país, una explosión nuclear en Corea del Norte o un ataque terrorista contra intereses estadounidenses en el extranjero.

Pero la historia, que no cesa, no va a permitirle a Obama dedicarse sólo a la recuperación económica. Como ha escrito Paul Kennedy: "Tendrá que adentrarse en el futuro, con Keynes en una mano y Clausewitz en la otra".

¿Cuál será su primer viaje al extranjero? Atendiendo a la realidad del mundo, lo lógico sería volar a Pekín. China, con el 25% de la población mundial, es el segundo gigante y tiene la llave de casi todos los problemas globales. Acumula tres billones de dólares de deuda de Estados Unidos. Los norteamericanos no pueden seguir viviendo del crédito y sin consumir. Por su parte, China necesita imperativamente exportar.

La segunda escala de Obama le llevaría al arco del sur de Asia, de donde puede venirle al nuevo presidente la primera grave crisis internacional. En Islamabad y Delhi podría intentar un pacto de estabilidad entre India y Pakistán, las dos potencias nucleares, con un arreglo para Cachemira. Continuando su periplo desde el Pacífico al Atlántico, el Air Force One aterrizaría en Tel Aviv. En la zona, Hillary Clinton ya le habría preparado el terreno para una distensión entre Israel y Siria, con la retirada israelí de los Altos del Golán y la neutralización de Hezbolá y Hamás, y un preacuerdo para la retirada de Israel a las fronteras de 1967 y la declaración de Jerusalén como capital compartida de israelíes y árabes.

De Israel a Berlín, donde después de un laborioso consenso con sus aliados europeos, Estados Unidos aceptaría la propuesta de Rusia de una nuevo tratado de seguridad europeo. Creo que estos días nos podemos permitir creer en este cuento de Navidad. Desafortunadamente, la mayoría de los problemas del mundo hoy sólo pueden ser gestionados o contenidos, más que resueltos.

La revista Time, como es tradicional, ya ha designado a la persona del año: Barack Obama. De acuerdo. Pero en mi opinión, otros cuatro nombres, por muy diferentes razones, se merecen el premio. George W. Bush. Por haber nacionalizado el capitalismo. John Maynard Keynes, economista británico. A título póstumo. Por el triunfo en 2008 de sus ideas de mayor intervención del Gobierno. Lula da Silva, presidente de Brasil. Por haber sabido reunir a Latinoamérica, ideológicamente dividida, en una nueva alianza, sin Estados Unidos y, ojo, sin España. Al tiempo integra a Cuba. Y premio especial a Bernard Madoff, el último, por ahora, estafador de Wall Street.

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