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Columna
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Pensamiento positivo

Esto de la crisis no deja de sorprenderme. Tengo un amigo propietario de una pequeña empresa de consultoría financiera que siempre fue una persona razonablemente inteligente. Es decir, pesimista. Pero hace dos meses, tras verse obligado a cerrar el negocio por culpa del fiasco de las hipotecas subprime, ser abandonado por su mujer, y haber perdido el ático que habitaba en el mismo centro de Valencia a causa de un cortocircuito casual, acudió desesperado a un psicólogo con el fin de evitar caer en una profunda crisis de ansiedad e intentar estimular, según sus propias palabras, el pensamiento positivo que, según parece, todos llevamos dentro.

Yo era muy escéptico al respecto y así se lo dije. En mi opinión lo que a él le pasaba no era más que un pequeño reflejo, casi insignificante, del desastre global que se avecina. Adaptarse a la fatalidad y aprender a convivir con ella es, en tales circunstancias, el mejor ejercicio posible para afrontar tan incierto futuro. Eso, o acomodarse en el sofá y dejarse llevar por las inclasificables tertulias políticas de Canal 9.

Pero él insistió y, por lo que parece, el tratamiento ha resultado tan eficaz que ahora se ha convertido en un entusiasta propagandista del llamado "pensamiento positivo". Y lo que es aún peor, ha intentado convencerme durante semanas de los numerosos efectos beneficiosos que se esconden detrás de esta maldita crisis.

Según su versión, las pruebas que corroboran esta tesis están por todas partes, si se quieren ver. Para empezar, la crisis inmobiliaria ha paralizado la urbanización que estaba proyectada frente a su apartamento de la costa (lo que, de no haberse producido, le hubiera impedido ver el mar de por vida). Además, ha vuelto la amabilidad a los vendedores de coches y pisos; la gasolina es ahora mucho más barata que antes, se han reducido las colas en los supermercados, los restaurantes de Valencia ya se plantean reducir los astronómicos precios que nos cobran a todos sin saber muy bien por qué, en el banco te regalan un televisor de plasma o una vajilla completa simplemente por depositar la nómina. Y, lo que es aún más importante, cuando vas a comprarte un par de zapatos del 42 siempre lo encuentras.

Me explica que estas cosas las percibe porque ahora, gracias al psicólogo, solo ve el lado positivo de las cosas, mientras que la mayoría de la gente, como es mi caso, únicamente percibe el negativo. Mi impresión, siendo sincero, es que el muchacho estaba bastante peor que antes de comenzar el tratamiento.

Sin embargo, el sábado pasado, mientras buscaba ansioso la crónica deportiva para confirmar la vuelta de Silva ante el Español, apareció ante mis ojos un reportaje sobre la pena de muerte en EE UU titulado La crisis está frenando las ejecuciones en EE UU. Según relataba el autor del informe, cada condenado a muerte cuesta allí alrededor de 90.000 dólares anuales, contando todos los gastos en los que incurre la Administración hasta su ejecución final (apelaciones, abogados de oficio y demás dispendios de seguridad) a lo largo de un periodo que casi nunca baja de 12 años. La consecuencia de todo ello es que el número de ejecuciones está cayendo en picado en algunos Estados, como California, en donde las autoridades andan cada vez más cortas de presupuesto por culpa de la crisis. ¡Hasta la compasión se abre paso en medio de las dificultades!

O sea que quizá mi amigo esté en lo cierto y en realidad todo tenga su lado positivo si se le busca. No es mucho, pero tal como están las cosas...

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