"Salir de la oficina a las cinco es posible"
La rectora de la Universidad Ramon Llull llega a un restaurante cercano al campus montada en una bicicleta eléctrica. Como buena ciclista de Barcelona -la ciudad se ha llenado de entusiastas de la bici en los últimos años-, saca a relucir su vehículo nada más aterrizar en la cita, cuánto lo usa, y lo práctico que resulta para ir a todas partes. Aunque, en esta ocasión, Esther Giménez-Salinas ha llegado 10 minutos tarde. "Y no está bien, porque la puntualidad es clave, yo antes era muy impuntual, mucho, cogía los aviones casi en marcha porque creía que así me daba tiempo a hacer muchas más cosas, pero eso no es verdad, al final haces menos cosas y peor".
"Antes" es antes de incorporarse a la Llull como rectora, en 2002. Catedrática de Derecho Penal, psicóloga y experta en criminología, se ha unido ahora a la causa de la conciliación de la vida laboral y personal de la mano de la Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE), que preside Ignacio Buqueras, y quiere convencer a los españoles de que hay que trabajar mejor. Que salir de la oficina a las cinco es posible. "Si a una reunión le pones 12 puntos del día, es imposible que dure sólo dos horas. Y si empieza tarde, peor. Por ejemplo, si decimos que esta comida acabará a las cuatro, que acabe, sólo hay que organizar mejor el tiempo", enfatiza.
La rectora de la Universidad Ramon Llull batalla por horarios racionales
La hora a la que retiran las ensaladas y traen dos de raviolis hace pensar que será posible. De la misma manera que, según explica, son los jefes los que pueden hacer posible los horarios sensatos: "Es responsabilidad de todos, pero sobre todo de los jefes, porque si tu jefe valora verte en la oficina hasta las diez de la noche, pues esto no sirve de nada", aunque yo no soy experta de esto.
Y eso que los horarios de su vida, racionales o no, han sido a veces interminables, cuando fue vocal del Consejo General del Poder Judicial, cuando dirigió el Centro de Estudios Jurídicos de la Generalitat, cuando estuvo en el Consejo de Europa... Y mientras tanto, nacieron sus cuatro hijos. Entonces, ¿es que no hay que elegir? ¿Se puede hacer todo? "Sí hay que elegir. Yo me he llegado a dejar a un hijo con 39 de fiebre en casa, con una canguro y ¿sabe lo peor? que al llegar al trabajo se me olvidó. No pensé. Y al llegar a casa me daba cuenta y me sentía tan mal... Pero me niego a ser por eso mala madre, no lo soy, ya me he sentido bastante culpable en la vida", relata tranquila, como quien está acostumbrada a romper los discursos habituales.
El padre de sus hijos, dice, fue un aliado en esta carrera. "Pero sí cambiaría algo del pasado", continúa, "yo ahora sería menos estricta". "Una vez uno de mis hijos le dijo a la maestra que yo era muy aburrida, que los fines de semana siempre estudiaba. Me lo contó la profesora y salí del colegio llorando. Ahora entiendo lo que quería decir".
Hoy, sus cuatro chicos tienen entre 24 y 34 años. De otra forma, dice, sería difícil ocupar el puesto que ocupa y, al tiempo, batallar por horarios racionales. No pide café, y eso que tras el almuerzo tiene que escribir un artículo sobre el plan Bolonia.
"Diga que mi frase favorita es 'Odio la herencia napoleónica, que el regulador lo regule todo", dice en un momento. A las cuatro y cuarto -imposible acabar puntual-, se monta en la bicicleta y se larga al rectorado.
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