Negro y bien negro
Ya no recuerdo si fue Simone Weil quien dijo que hombres y mujeres sólo serán iguales en un país cuando el presidente de su Gobierno sea una mujer idiota. Si la frase no es falsa, entonces quizá pueda servir también para blancos y negros; si la frase no es falsa, entonces la elección de Obama no significa que en Estados Unidos los negros ya sean iguales que los blancos: de Obama no puede decirse, como ha dicho Gore Vidal de Bush, que sea "un personajillo loco sin un gramo de inteligencia".
Algunos piensan que el hecho de que los americanos hayan elegido a un intelectual de Harvard para presidir su país es todavía más raro que el hecho de que hayan elegido a un negro; yo lo que pienso es que el hecho de que hayan elegido a un intelectual de Harvard podría servir para poner un poco entre paréntesis el cliché, propagado por los intelectuales americanos y acogido con entusiasmo por nuestro narcisismo y nuestro complejo de inferioridad, según el cual el americano medio es un perfecto analfabeto, y el europeo medio, un dechado de cultura. Otros, para frenar la ola de chovinismo que recorre Estados Unidos, sostienen que lo de Obama no es para tanto, y hay adictos a la incorrección política que repiten sin saberlo aquel poema de José Agustín Goytisolo que, proclamando la urgencia de poner en su sitio a los grandes hombres ("César usó peluca y se vestía de matrona romana / Carlomagno fue un liante de cuidado"), concluía con la revelación de que "Martin Luther King no fue tan negro como ahora se dice": Obama es hijo de madre blanca, ha sido criado como un blanco, ha recibido una educación de blanco; Obama, en resumen, no es tan negro como ahora se dice. No sé. A mí Obama me parece bastante negro, pero no vamos a discutir por eso. Yo lo que quería, como de costumbre, era hablar de mis cosas.
Hace dos décadas viví durante dos años en una pequeña ciudad del Medio Oeste norteamericano, en Illinois, justo el Estado por el que era senador Obama. Aquello no era Nueva York, que a mí me parece Estados Unidos, pero sólo hasta cierto punto; aquello era eso que llaman la América profunda. No se sabe muy bien por qué lo llaman así (como no se sabe muy bien por qué a Teruel, pongamos, lo llaman la España profunda); pero en fin, ya nos entendemos: mi ciudad era otra cosa. En realidad era un lugar estupendo, donde lo pasé estupendamente. Daba clases en la Universidad, y me las daban; hice amigos de los cinco continentes, muchos de ellos americanos de todos los orígenes: judíos, latinos, coreanos, iraníes. Ninguno de ellos era negro. Tuve algunos compañeros negros, pero no creo haber hablado mucho con ellos, y apenas los recuerdo en las fiestas de la Facultad. También tenía alumnos negros. Salvo excepciones, no eran buenos estudiantes; cada cierto tiempo tenía que escribir un informe sobre ellos, como si fueran discapacitados, y en él decía la verdad: que no eran buenos. Los estudiantes negros apenas se relacionaban con estudiantes que no fueran negros; no sólo con los blancos: con los que no fueran negros. Comían juntos, bebían juntos, salían juntos, vivían juntos. Nunca supe de una pareja de novios formada por un negro y un blanco. Eso es lo que yo vi. Por aquella época se publicó un libro que causó gran escándalo, sobre todo entre la izquierda; su autor era el filósofo Allan Bloom; se titulaba The closing of the american mind y era un análisis de la Universidad norteamericana que acababa erigiéndose en un análisis de la sociedad norteamericana. A mí no me escandalizó: mal podía escandalizarme la descripción de lo que incluso yo, que no suelo ver nada, veía a diario. Bloom describía la radical separación entre los negros y los blancos (o entre los negros y todos los demás), pero no la atribuía al racismo: el racismo existía, pero, según Bloom, la causa primera de la separación era una forma equivocada de combatir el racismo. Era la política de cuotas, el trato preferencial -en lo económico, en lo académico, en lo social- que la Universidad dispensaba a los negros, colocándolos en una posición ficticia que no podían sino aceptar aunque los humillaba; eran discapacitados con privilegios: la discapacitación ilusoria los abocaba al resentimiento; el miedo a perder los privilegios, al aislamiento. Bloom pensaba que una sociedad democrática sólo puede ser una sociedad meritocrática, sea cual sea el color del mérito. O dicho de otro modo: Bloom pensaba que un presidente blanco no debe ser un idiota, pero un presidente negro tampoco.
Está claro que Obama no lo es. Es listo, es culto, es hábil, tiene el encanto de un galán, el sentido común de una madre de familia numerosa y el instinto asesino de un político puro; lo tiene todo, y un ventarrón de entusiasmo lo empuja. Quizá nada de eso baste, porque todo está hecho un asco y porque una cosa es enamorar a medio mundo y otra cosa es cambiarlo. Mientras tanto, lo mejor es no hacer el ridículo tratando de hacerse el interesante: Obama es negro y bien negro, y que lo sea no es una anécdota; es una categoría: nos pongamos como nos pongamos, ya no podrá haber tanto falso discapacitado, tanto privilegio vejatorio, tanto aislamiento temeroso. América cambiará: no sabemos cómo cambiará, pero cambiará. Nosotros también cambiaremos. Yo sí que soy idiota: de repente me he puesto optimista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.