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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cae Txeroki

La política antiterrorista obtiene un gran éxito, que aconseja perseverar en el acoso a ETA

Doce días después del comunicado en el que los jefes de ETA extendían sus amenazas a todos los que no estuvieran de acuerdo con ellos, y de que advirtieran de que seguirían matando hasta "obligar al Gobierno a sentarse de nuevo" a negociar, la policía francesa, en colaboración con la Guardia Civil, detuvo ayer cerca de Lourdes al más buscado miembro de la banda.

Lo era, sin duda, Garikoitz Aspiazu, Txeroki, nombre que aparece desde hace años detrás de cada atentado, como el de Barajas a fines de 2006, o de cada comando detenido, como el Nafarroa, cuyos miembros fueron apresados en octubre. Sin que ello signifique que fuera el dirigente principal de la banda, a la manera como lo fueron en su momento Josu Ternera o Mikel Antza, Txeroki era, especialmente desde la ruptura de la tregua de 2006, el eje de toda la actividad terrorista: el jefe de los comandos, a los que instruía, armaba, transmitía objetivos y despedía cuando iban a pasar la frontera para cumplir sus órdenes.

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Esta captura es un espléndido éxito de las fuerzas de seguridad y de la política antiterrorista. Permitirá verificar si Txeroki, como dijeron algunos de esos detenidos recientes, participó personalmente en el asesinato, el 1 de diciembre pasado, de Raúl Centeno y Fernando Trapero, en Capbreton. El ministro Alfredo Pérez Rubalcaba tuvo ayer interés en subrayar que los agentes que han participado en la operación pertenecen a la misma unidad en la que estaban ambos jóvenes guardias civiles. Es lógico, por tanto, que las autoridades españolas y las francesas destacaran la importancia de la captura. La decadencia de ETA está muy relacionada con la intensa colaboración francesa: el pasado año, 41 de los 84 etarras detenidos lo fueron en ese país.

Es pronto para saber si la caída de quien pasaba por ser el cabecilla del sector opuesto a la tregua de 2006 tendrá consecuencias políticas. Es, en cambio, seguro que no hay en el horizonte ninguna posibilidad de reiniciar un proceso como aquél. Como declaraba hace poco en este periódico Michael Burleigh, autor de una monumental historia del terrorismo moderno, no fue la negociación lo que acabó con el IRA, sino la infiltración del espionaje británico, que provocó su derrota total; su conclusión era que después de la derrota puede buscarse una salida personal para los terroristas, pero nunca antes.

También es seguro que la batalla para convertir la debilidad de ETA en derrota política se juega en España y sobre todo en el País Vasco: todos los días. Quitar toda esperanza a los terroristas pasa por demostrar con hechos que casi todos acaban en la cárcel, pero también por su deslegitimación política. No tiene sentido que los mismos dirigentes nacionalistas que condenan los atentados mantengan el rutinario discurso de la "mala calidad de la democracia española", identificando la prohibición del brazo político de ETA con "ilegalización de ideas", ligando el fin de ETA con aspiraciones nacionalistas y pactando con sus representantes en algunos ayuntamientos.

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