La cumbre que no pudo ser
Una cataplasma para curar un cáncer. Eso era la cumbre político-económica que el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, con el inestimable concurso de José Vicente González, presidente de la CEV, y de Rafael Recuenco, secretario general de la UGT del País Valenciano, había convocado para el pasado 5 de noviembre con la pretensión de mandar un mensaje de confianza a la sociedad valenciana en tiempos tan angustiosos. La reunión fracasó por la defección a última hora del secretario general de los socialistas valencianos, Jorge Alarte. Y la ausencia, no se olvide, del dirigente de CC OO, Joan Sifre.
Es cosa sabida que una cataplasma malamente puede curar una enfermedad grave, pero en estos tiempos que corren cualquier remedio o consuelo, por parvo que sea, resulta muy de agradecer. Nadie espera grandes cosas de la cumbre financiera de estos días en Washington, ¿pero alguien podría imaginar las consecuencias si no se hubiera celebrado? Comparar ambas convocatorias no deja de ser en cierta medida una exageración, pero también lo es colocar los 200 millones de euros que el Instituto Valenciano de Finanzas inyectará en el sistema financiero regional junto a los 150.000 que tiene previsto el Gobierno de España. Y nadie ha ridiculizado el esfuerzo autonómico.
La iniciativa del presidente Camps estaba justificada de sobra; pero Alarte se temió una encerrona y decidió no acudir. A esa desconfianza contribuyeron los métodos seguidos desde el gabinete de Presidencia de la Generalitat y la convicción de que había otros intereses en juego que iban más allá de la benemérita imagen de unidad de todos los agentes sociales ante la crisis. Algunos hechos posteriores han venido a confirmar que los recelos estaban justificados, al menos en parte. Nada se sabe del documento, lo que vendría a confirmar su inanidad, y no deja de sorprender que se responsabilice del fracaso a Alarte, con manifiesto olvido de la ausencia de CC OO, sin cuyo concurso la reunión tampoco tenía sentido.
Con todo, el secretario general del PSPV tenía que haber acudido a la cumbre. Por razones obvias, el texto debía ser de carácter genérico y sin otro compromiso que no fuera el de transmitir un mensaje de confianza a la sociedad. Reclamar medidas concretas y pactos escritos condenaba la cumbre al fracaso. Los intereses de las partes podrán ser coincidentes en los objetivos, pero no en los métodos.
El secretario general del PSPV no entendió, o no quiso entender, esta obviedad. Alarte soporta dar por buena la política presupuestaria del PP en las instituciones porque así se lo ordena Madrid, pero no se ve en una foto junto a Francisco Camps porque está convencido de que será éste quien la rentabilice. Sin duda es así; pero él también pudo capitalizarla, dando una imagen de político responsable que sabe dejar en un segundo plano los intereses partidistas cuando las necesidades lo requieren. No fue capaz de levantar la vista en la primera gran ocasión que tuvo para actuar como un político con amplitud de miras.
No es este tiempo de mediocres ni de pusilánimes, sino de líderes capaces de asumir decisiones arriesgadas. El dirigente socialista lleva poco tiempo en el cargo y, aunque solo sea por eso, merece el beneficio de la duda. Pero ese escaso lapso lo ha destinado íntegramente a cuestiones internas de su partido con resultados no especialmente brillantes para sus objetivos. Las hipotecas con que resultó elegido para el cargo son gravosas para su autonomía política y cada vez más evidentes. Pero las trifulcas internas de su partido tienen un relativo interés para los ciudadanos. ¿Qué piensa Alarte sobre la crisis económica? ¿Cuál es su modelo alternativo al del PP? ¿Qué medidas piensa tomar para proteger el empleo y la industria? ¿Tiene alguna propuesta para el modelo financiero? ¿Algo que decir sobre lo que ocurre en las universidades valencianas? ¿Alguna idea sobre la Ley de la Dependencia que no sea echarle la culpa al Consell de todo? ¿Cómo piensa suturar la fractura social que existe entre su partido y la sociedad? ¿Alguna opinión sobre la Ley de Costas?
Es verdad que Alarte no ha encontrado ninguna colaboración en su partido. La oposición interna no le ha dado tregua y algunos miembros de su ejecutiva podrían haberse revelado más eficaces a la hora de apagar las hogueras que permanecen encendidas en el PSPV. La pregunta del millón es: ¿Alarte no hace política porque está metido hasta las cejas en los conflictos de su partido o está metido hasta las cejas en los conflictos de su partido porque no tiene política?
Mientras tanto, Camps no para. Ha reducido las revoluciones de su discurso victimista, y el agua ya no baja tan embravecida como estos últimos años. Mantiene un Consell de perfil discreto, mediocre en algunos casos, que debería revisar porque la oposición, se supone, no va a estar practicando el absentismo de por vida. Pero no le faltan iniciativas. La de pedirle una reunión a Zapatero en la que participen todos los presidentes autonómicos para ver cómo afrontar la crisis no es una cuestión menor. Alguien, en Blanquerías o donde quiera que esté el centro de poder del PSPV (¿Ferraz, tal vez?), debería tomar nota.
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