¡Hoy tengo una pesadilla!
Animado por los nuevos aires de la historia, recordé igual que todo el mundo a Martin Luther King y pensé que iba a tener un sueño, un buen sueño de libertad, como aquel que hizo famoso el político negro en la marcha sobre Washington de 1963. Pero la película de dibujos animados a la que hemos asistido en los últimos días convive con el cine de terror y las estrategias nocturnas del inconsciente son poco previsibles. Las conmociones fuertes se esconden en los pliegues secretos del alma, acechan bajo las alegrías y saltan como hienas en forma de pesadillas. Sufro una incomodidad íntima desde que la joven Asha fue lapidada en Somalia y los soldados islamistas ametrallaron a quienes intentaban ayudarla. Una muchacha de 14 años había sido violada por tres hombres de un clan poderoso. Los canallas borraron las huellas de su crimen promoviendo una acusación de adulterio y una ejecución pública. ¿Qué hubiera hecho yo de estar en la ciudad de Kismayo? ¿Hubiese sido capaz de correr en su ayuda, o me hubiese paralizado el miedo?
Otras noticias, menos sangrantes, son lo mismo de estremecedoras por la prepotencia y la falta de escrúpulos que encierran. La asociación Memoria y Libertad pidió hace años que se construyese un monolito en recuerdo de los 371 fusilados republicanos que yacen en la fosa común de Almería. El Ayuntamiento ha construido un templete religioso y ha colocado sobre sus huesos una frase del Apocalipsis. Bienaventurados los que mueren en el Señor, que descansan de sus fatigas porque sus obras nos acompañan. Esperemos que se proceda pronto a la exhumación de la fosa para borrar la infamia de un templete que ofrece consuelo religioso a la memoria de unos ciudadanos ejecutados por defender un país laico, a salvo de las maquinaciones bélicas de un clero que no estuvo nunca dispuesto a perder sus privilegios medievales.
La lapidación de Asha y el templete de Almería debieron trabajar el laberinto de mi noche, porque después de la victoria de Obama me acosté dispuesto a tener un sueño y en verdad os digo, hermanos, que sufrí una pesadilla. Las lluvias otoñales habían cesado, el invierno pasaba de largo, la tierra empezaba a secarse bajo el sol tranquilo de la primavera y un grupo de expertos acometía ya los trabajos de exhumación en la fosa de Federico García Lorca. Los restos del poeta salían a la luz para confirmar con su terrible presencia que la muerte de uno de los más grandes poetas de nuestro idioma simboliza la tragedia de todas las víctimas del golpe militar de 1936. Algunos políticos e intelectuales afirmaban entonces que la exhumación de García Lorca significaba la verdadera reconciliación nacional y preparaban un gran funeral de Estado para dignificar el humilde territorio de los republicanos granadinos. Varios miembros de la familia real anunciaban su presencia en el funeral como testimonio definitivo de la reconciliación. Una familia sagrada, que cree en el poder religioso como única explicación del origen de la vida, que se escandaliza ante los matrimonios homosexuales, que no comprende el orgullo de defender la propia condición sexual, que se extraña de que pueda haber republicanos en el contexto español, que se opone a algunas de las demandas tradicionales de los movimientos feministas, presidía el funeral de Estado en honor de Federico García Lorca. Esa fue la pesadilla que tuve. Así acababa la ley de Memoria Histórica.
Hay quien piensa que los reyes deben permanecer callados en los debates políticos. Pero ni los reyes ni los muertos pueden callarse. Hay voces que llaman en la noche, aunque les pongan un templete encima. ¿Y, entonces, cómo debía comportarme yo dentro de mi pesadilla? Quise salir corriendo hacia Víznar en ayuda de los muertos. Pero un ejército de silencios y de ojos fundamentalistas me lapidaba.
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