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Doce de los 14 niños de la escuela rural de Paredes son marroquíes

Educación estudia redistribuir a los pequeños para facilitar la integración

Sonia Vizoso

En la escuela de Paredes el chopped de cerdo ha sido desterrado de los bocadillos. Doce de los 14 alumnos de 3 a 6 años que estudian en esta aldea de Vilaboa (Pontevedra) proceden de Marruecos, hijos de una colonia de 220 inmigrantes que en los últimos 15 años han echado raíces en este punto del sur de Galicia por razones que los autóctonos no se explican. Al llegar al aula, los pequeños no pronuncian ni palabra de gallego o castellano. Tres años después, ya manejan estas dos lenguas sin perder la materna, aseguran sus profesoras. Una lección para quienes en el país de acogida aún desconfían de su propio bilingüismo.

En este colegio de Vilaboa las barreras del idioma son altas y cada uno las salta como puede. Los padres no entienden las circulares y precisan la intervención de una mediadora del Ayuntamiento para acudir a las reuniones. Las maestras tampoco comprenden lo que les dicen los niños en marroquí, aunque al final media el lenguaje universal. "Se hacen entender. Cuando te dicen algo con mala baba se lo notas en la cara. Y si no, los mayores te lo chivan", explica, con una sonrisa, la directora, María Martínez.

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La Consellería de Educación estudia redistribuir a los alumnos marroquíes por las cinco escuelas rurales del municipio para evitar su concentración en Infantil y en el resto de las etapas, ya que los matriculados en Paredes están adscritos al mismo colegio de Primaria. "Enseguida aprenden el gallego y el castellano pero todo es más fácil si están redistribuidos", defiende el delegado de Educación en Pontevedra, Cristóbal Fernández.

Educación promete reformar en verano la escuela de Paredes, un edificio de piedra sexagenario, sin calefacción, y con las infraestructuras deterioradas. Una de las hipótesis que circulan en el pueblo para explicar la concentración de niños marroquíes en este centro es que las familias gallegas prefieren los otros colegios por sus instalaciones. "Queremos que no haya ni una sola disculpa para no matricular a los niños de Paredes allí", subraya el delegado.

Cinco ordenadores y una pizarra electrónica les proporcionan a las profesoras materiales en árabe para facilitarles las lecciones. Pero los recursos no llegan. Una de las dos profesoras de apoyo que atienden las cinco escuelas rurales de Vilaboa pasa 16 de sus 25 horas semanales de trabajo en Paredes, donde es imprescindible. "Necesitamos más recursos personales, materiales y organizativos para darles a estos niños la mejor atención posible", demanda la responsable de las escuelas. "Son como esponjas", apunta Maica, la profesora de apoyo. "El trabajo satisface mucho porque son niños muy agradecidos. Cuando avanzan se ponen muy contentos y ¡mira que les debe costar!".

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La directora se extraña cuando se le pregunta si esta mayoría marroquí en la escuela provoca problemas. "La única dificultad aquí es el idioma", señala Martínez. "El esfuerzo para introducir el gallego y el castellano es continuo, pero en lo demás todo es igual. Llevan el mismo ritmo que cualquier otro niño y se hacen entender". "Fuera del aula tampoco hay conflictos, hay diferencias de opinión", añade la mediadora cultural del Ayuntamiento, Gemma Vilas.

La mediadora prefiere no hablar de ello pero hace dos años la intención de los marroquíes de Vilaboa de abrir una mezquita evidenció que la convivencia en el pueblo no tiene todas sus aristas pulidas. Una parte de los vecinos católicos se puso de uñas. En aras de la paz, los musulmanes dieron marcha atrás a su proyecto. Hoy en la escuela rural de Paredes, ni siquiera piden para sus 13 niños un profesor de religión, pese a que las dos niñas gallegas del aula sí reciben clases de fe cristiana.

La mediadora, cuyo puesto depende de una ayuda de la Xunta que expira en diciembre, cree que en Vilaboa "aún falta muchísimo" para la integración y que ésta no llegará hasta que unos vecinos se sepan los nombres de los otros. "Los gallegos me dicen que [los nombres de los marroquíes] son muy difíciles. Pues hay que intentarlo". Este año, por primera vez, una hija de la comunidad magrebí de Vilaboa ha entrado en la universidad. Estudia Medicina en Santiago. Y se llama Suleyya.

El marroquí Anás, en primer plano, con dos de sus compañeras en el aula de Paredes, una compatriota y otra gallega.
El marroquí Anás, en primer plano, con dos de sus compañeras en el aula de Paredes, una compatriota y otra gallega.ANDRÉS FRAGA

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Sobre la firma

Sonia Vizoso
Redactora de EL PAÍS en Galicia. Es licenciada en Periodismo por la Universidad de Santiago. Lleva 25 años ejerciendo el oficio en la prensa escrita y ha formado parte de las redacciones de los periódicos Faro de Vigo, La Voz de Galicia y La Opinión de A Coruña, entre otros. En 2006 se incorporó a El País Galicia.

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