En busca del 'facebook' perdido
Fui al balneario Prats de Caldes de Malavella y pensé que iniciaría esta crónica con una frase del tipo "durante mucho tiempo me acosté temprano", pues acostarme temprano es justamente lo que hice allí, pero luego caí en la cuenta de que eso ya lo había escrito alguien antes y de que además, siendo verdad, no reflejaba lo más importante que me ocurrió, de modo que empezaré esta crónica con una confesión muy distinta: "Durante mucho tiempo viví sin facebook".
Fui al balneario Prats con mi mujer y mis hijos y, aparte de acostarnos todos temprano, entre masaje completo y baño de esencias, que cada uno tomaba a horas convenidas, nos reuníamos en el jardín, a la sombra de las moreras teñidas por el otoño, y hablábamos pausadamente de la vida y el trajín de la ciudad, hasta que una de mis hijas dejó caer la pregunta, sin que yo detectara en ella -en la pregunta, aunque tampoco en mi hija- malicia alguna: "¿Todavía no tienes facebook?". No lo tenía y ni siquiera sabía muy bien para qué servía. Es cierto que desde hacía meses me venía tropezando con esta palabra en los diarios y las emisoras de radio, pero esto no me había provocado ningún deseo irreprimible de propiedad, como no me lo ha provocado, pongamos por caso, el sincrotrón, también muy citado por los medios. Sin embargo, sí creí descubrir en el tono de la pregunta una velada invitación a salir de la confortable era cuaternaria en la que me hallaba fosilizado y ponerme en busca del tiempo perdido. La sospecha quedó confirmada cuando mi hija añadió, esta vez sí con un punto de suficiencia: "No te preocupes, yo te envío un mensaje y ya verás que es fácil".
He aterrizado en la adolescencia, donde han cobrado vida amigos que desde entonces no veía
De vuelta del fin de semana en el balneario Prats, allí estaba el mensaje, acompañado por el link a la Tierra Prometida, que diligentemente cliqué. Tras registrarme, inventarme una clave de acceso que pronto olvidaré sin remedio -por más que activé la casilla "recordar mi clave"- y algunos otros pasos sencillos, tuve acceso al fascinante mundo del facebook. Un espacio multicolor y optimista, gratis total, que te invita a escribir lo primero que se te ocurra, por ejemplo "durante mucho tiempo me acosté temprano", y también a colgar fotos y vídeos de tus estancias en los balnearios. Un mundo donde el tuteo es ley y que pone a tu disposición "muros" de grafitero para que te expreses libremente.
El artefacto que yo había activado me preguntaba ahora si quería "confirmar como amiga" a mi hija, la cual así lo había solicitado. Traté de explicar en alguna parte que no era mi amiga, sino mi hija, pero no me fue posible, de modo que la confirmé como amiga, y acto seguido me dirigí a su muro, donde garabeteé que yo era su padre, y no su amigo, como espero que le haya quedado claro tras todos estos años. Así que hube acabado de perpetrar mi airada reflexión, descubrí que ésta figuraba públicamente entre muchos otros mensajes, poblados de kas y apócopes no siempre comprensibles, éstos sí escritos por amigos de mi hija. Quise fundirme y cerré el ordenador.
Pero no me he librado del facebook. Desde que me di de alta, mi buzón de mensajería se llena a diario de solicitudes de personas que quieren ser amigas mías y a las que me veo en la obligación de aceptar, pues lo contrario me parecería un desaire, mientras busco en vano la manera de darme de baja del servicio. Ya me ven: me puse a buscar el tiempo perdido y he aterrizado en la adolescencia, donde han cobrado nueva vida amigos que desde entonces no había vuelto a ver. Todo esto es francamente fatigoso, de modo que pienso volver al balneario Prats para reponerme. Creo que esta vez iré sin hijos y me llevaré la Recherche de Proust para leer a la sombra de las moreras teñidas por el otoño.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.