Hermanados
Para estar hermanado con alguien sólo hace falta ser su hermano (vía forestal) o querer serlo (vía administrativa). Es una idea bastante humana. Los animales tienen distintos concepto sobre el particular: no es lo mismo una camada de gatos que el desove de un lenguado. (Esto es porque, hasta ahora, no existen gatos menier: veremos a ver con la crisis). Los objetos inanimados no se hermanan solos. Ni siquiera una reproducción en serie les da la conciencia de ser familia de sus clones y a ningún ser humano se le ocurre hermanar a dos figuras de Lladró, por ejemplo.
Cuando se trata de objetos únicos, como una ciudad o un monumento, la cosa cambia. Aquí sí que intervienen los responsables del objeto y deciden, de acuerdo con los responsables de otro objeto, hermanarlos con el objeto de pasar un buen rato y quedar bien. Al objeto inanimado ni se le pregunta si quiere ser hermanado con otro porque no suele contestar. Salvo algunas psicofonías -de dudosa autenticidad- escuchadas en su interior, ni la Torre de Hércules ni la Estatua de la Libertad han dicho nunca ni mú. Los responsables de la Torre de Hércules, con buen criterio, no le preguntaron nada cuando decidieron hermanarla con la estatua neoyorquina.
A Nueva York viajó una Torre de Hércules de plata y vino una Estatua de la Libertad de esas para turistas
Lo que pasa es que tampoco le preguntaron nada a ella, y sus responsables, que no son mudos, permanecieron sordos a los requerimientos herculinos. Hasta Nueva York viajó una hermosa y cara reproducción de la torre hecha en plata y de vuelta viajó una Estatua de la Libertad de esas para turistas que adornan millones de hogares americanos y de medio mundo, como las figuras de Lladró. El intercambio de un objeto singular por otro hecho en serie, dejó el hermanamiento un poco cojo. Más que hermanos, ambos símbolos de occidente se quedaron en primos hermanos. Y, como pasa en estos casos, siempre uno es el primo y otro el hermano.
Los monumentos que no se pueden trasladar, una vez hermanados, se quedan en su sitio y siguen tan campantes viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá. El hermanamiento de ciudades tiene otras connotaciones. Las calles, las plazas, los edificios o el alcantarillado de la una no conocerán jamás a sus equivalentes de la otra, pero ¿qué pasa con los ciudadanos? Desconozco qué villas gallegas están hermanadas entre sí o con otras del extranjero (no me consta que Cambre esté hermanada con Cambridge, por ejemplo) y esto es un vacío familiar grave.
Imagínese usted que viaja a Vladivostock, por el asunto que sea, y la gente, toda la gente, le para por la calle para besarle y preguntarle por todos y cada uno de sus hermanos del otro lado del planeta. Habría que estar muy bien preparado para ello o, sencillamente, no viajar jamás a Vladivostock porque va a ser un poco engorroso decirles que no, que usted no conoce a todos sus conciudadanos. Conviene pues que nuestros responsables, que son también los de nuestras ciudades y monumentos, nos informen detalladamente de los términos en los que, dado el caso, nos hermanan por el mundo adelante.
Estar bien hermanado, por consiguiente, es importante. Cuando sus responsables decidan hermanar A Cidade da Cultura -que lo harán- tendrán que buscar bien a su hermana por el mundo. No vale hermanarla con Fonseca por el mero hecho de que las dos se queden tristes y solas: hace falta encontrar una ciudad equivalente y, dado que Babilonia ya no existe, va a ser un asunto peliagudo. El problema es que es, como el kinder sorpresa, varias cosas a la vez: es una ciudad, es un monumento, es un museo, es una biblioteca, es un teatro de la ópera...
La reproducción en plata (como la Torre de Hércules), en plástico (como la Estatua de la Libertad) o en porcelana (como las figuritas de Lladró) va a ser un poco complicada. Quizá sea el momento de hermanar un paisaje (en este caso un monte) por primera vez. Para Monte Gaiás habrá que buscar un buen hermanito: el Kilimanjaro, el Monte de los Olivos, la cordillera entera del Himalaya, el Alpe D'Huez o las Montañas Rocosas son buenas opciones. No valen los Andes porque por allí hay caníbales.
julian@discosdefreno.com
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