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OPINIÓN
Columna
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Argentina

Juan Cruz

Argentina. Nada más bajar del avión me previno el amigo que me fue a buscar: "Tené cuidado con las monedas".

En los años setenta cuando llegabas a Inglaterra te decían: "Cuidado". En Inglaterra, entonces, si eras extranjero eras sospechoso. Tú preguntabas una dirección a un guardia, y antes de dártela, el bobby sacaba una librerita: "¿Para qué quiere saberlo? ¿Quién le espera?". Había que tener cuidado con los guardias, eran desconfiados, como lo fue Inglaterra. El país más permisivo del mundo era el más estricto, y estaba en guardia; lo podíamos contaminar. Tenían cuidado contigo, contaminabas. Europa les vino a quitar el corsé.

En Francia también tenías que ir con cuidado. Con los taxistas, por ejemplo. Los taxistas llevaban unos perros enormes con los que ahuyentaban a los clientes que les parecieran indeseables. Y los perros nos miraban a todos como indeseables. Los gendarmes de la Revolución eran los perros de los taxistas. En EE UU se instituyó la sospecha; ahora son sospechosos hasta tus zapatos; te los quitan cuando entras al aeropuerto, y ya tú mismo sospechas: "Cabrón zapato, ¿qué me quieres hacer, delincuente de mierda?".

En España es sospechoso hasta el cinturón en los aeropuertos. El otro día me encontré al diputado vasco Olabarría, indignado en Barajas: "¡Ustedes los periodistas tienen que denunciarlo!". No hay derecho. Hay que tener cuidado sobre todo del arco de seguridad de los aeropuertos. Son implacables: te desnudan, y además te gritan: "¡No se desnude ahí! ¡Fuera!". Qué violencia para un viajero.

En Argentina te previenen sobre las monedas y les está esperando el síncope jubilatorio. La calderilla era un problema para esta nación acostumbrada los tsunamis económicos. El espinazo del diablo de la bancarrota circuló por la espina dorsal del mundo, y en todas partes se volvió a decir eso que ya parece una tautología sobre la delicada salud económica de la Argentina. Y aquí aún estaban contando calderilla.

Por la calle eso no se ve. No te dan monedas, pero te dan conversación, en los bares, en los restaurantes, en las librerías y en las taquillas del cine. ¿La crisis? Ah, te dicen, nosotros somos expertos en crisis, para algo nuestro país tiene el nombre del dinero, argentina. Y el tango mayor de la historia se llamó Cambalache.

Lo bueno de los argentinos es que cambian de conversación como de hora. De pronto pasaron de la calderilla a la discusión sobre los husos horarios como Borges pasaba de la ceguera a ver luces. Pero detrás de ese rumor de risas entrecortadas en las conversaciones se deja escuchar estos días el pavor que produce la escasez, también, de calderilla.

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