McCain hunde a McCain
Estados Unidos es una nación profundamente conservadora. Más del 41% de los estadounidenses se declaran conservadores frente a un 19% que se definen como liberales o socialdemócratas a la europea. Todas las encuestas demuestran de qué lado basculan los norteamericanos en temas que van desde la pena de muerte a la definición legal del matrimonio pasando por el papel del Estado en la sociedad. Incluso en situaciones tan dramáticas como la actual crisis financiera y económica, el escepticismo y la desconfianza que la intervención del Gobierno suscita en el estadounidense medio son casi genéticos. Así lo demostró la abultada derrota que sufrió, en la primera votación, el plan de rescate del sistema financiero que la Administración de Bush envió al Congreso. Y a muchos de los miembros de la Cámara de Representantes y del Senado posiblemente les costará su escaño el próximo 4 de noviembre haber cambiado el sentido de su voto cuando la ley fue sometida a una segunda votación.
Palin ha demostrado ser un error garrafal. Sus meteduras de pata son continuas
No hay que olvidar que, además de la elección presidencial, el martes 4 se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio de los miembros del Senado.
Si se da por válida esta premisa, ¿por qué el candidato demócrata, Barack Obama, considerado el senador que más apoyo ha prestado a leyes liberales, por encima, incluso, de Edward Kennedy, va por delante de su adversario republicano, el conservador John McCain, en todas las encuestas nacionales y estatales? Sencillamente porque para los votantes independientes, que, a fin de cuentas, son los que deciden las elecciones en Estados Unidos, el McCain de la campaña electoral ha dejado de ser el McCain con el que se identificaba el norteamericano medio, un maverick o llanero solitario, adversario de George W. Bush hace dos elecciones, capaz de enfrentarse a su propio partido y votar con los demócratas en toda clase de asuntos como la reanudación de relaciones con Vietnam, la emigración, la tortura o los intereses especiales, los lobbies, que tratan de influenciar la política en la capital federal.
Por su historial militar y sus 26 años de servicios en el Senado, McCain sigue gozando del respeto personal de todos, incluido su adversario, Barack Obama. Pero su campaña ha hundido su prestigio político. En su editorial de apoyo a la candidatura de Obama, The Washington Post, un periódico nada sospechoso de republicanismo, casi se lamentaba de no poder apoyar a McCain. "No nos produce ningún placer oponernos a [la candidatura de] McCain. Durante años ha sido una fuerza en la defensa de sus principios y del bipartidismo... Pero, la dureza de una campaña puede revelar algunas verdades esenciales y la imagen que ha proyectado [el senador por Arizona] está lejos de proporcionar seguridad". McCain ha cambiado tres veces de director de campaña hasta caer en manos de los ayudantes de Karl Rove, el gurú electoral de Bush.
El tremendismo y el negativismo, a cuya utilización se opuso durante las primarias, han dominado la parte final de la carrera presidencial con resultados nada positivos para su candidatura. Véanse los sondeos. Su confesión, llena de honestidad pero suicida desde el punto de vista político, de que la economía no es precisamente su fuerte, se ha vuelto en su contra a causa de la crisis actual. Sus asesores económicos, aunque dignos, no pueden competir con el equipo de Obama, que incluye dos secretarios del Tesoro con Clinton, Robert Rubin y Lawrence Summers, un ex presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, y el mago de las finanzas, Warren Buffet.
Para mayor inri, su elección de la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como compañera de candidatura -que, en un principio, sirvió para entusiasmar a la base fundamentalista republicana, por cierto, nada cercana a McCain-, ha demostrado ser un error garrafal, ante las continuas meteduras de pata de la gobernadora. La última, su desconocimiento del papel del vicepresidente en el Senado, nulo salvo empate en una votación.
La gobernadora Palin no está preparada para convertirse en presidente, que es el fin último de los vicepresidentes, según sentenció el general afroamericano Colin Powell, antiguo asesor de Seguridad Nacional y jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor con Bush padre, el pasado domingo durante el anuncio de su apoyo a la candidatura de Obama. La decisión de Powell es tremendamente importante. No sólo por su apoyo a Obama, sino por lo que representa que un republicano de toda la vida considere que su partido ha virado demasiado a la derecha. Una eventual derrota de McCain significaría, entre otras cosas, el fin del secuestro del partido de Lincoln, Teddy Roosevelt, Eisenhower e, incluso, Reagan por parte de la derecha religiosa fundamentalista, que ha campado a sus anchas durante los ocho años de George W. Bush.
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