Nostalgia de los espantos
Mientras en los foros económicos y políticos se sigue debatiendo si el capitalismo ha muerto o sólo sufre un tumor (aún pendiente de biopsia), y entre la población lega aumenta la convicción de que los expertos en economía lo son precisamente en razón de todo lo que de su ciencia ignoran, un extraño fantasma recorre los que antes llamábamos "países desarrollados": el de la nostalgia. Fareed Zakaria, uno de los comentaristas más leídos por sus colegas en busca de inspiración, lo expresaba indirectamente a propósito del actual desastre financiero: "Algunos de nosotros -especialmente los menores de 60 años- nos hemos preguntado siempre cómo sería vivir la clase de acontecimiento que marca una época y sobre el que uno ha leído en los libros. Pues bien, aquí lo tenemos".
En la población lega aumenta la convicción de que los expertos en economía lo son en razón de todo lo que de su ciencia ignoran
Dejando aparte el hecho de que sólo puede producirse así alguien que se siente seguro de que esos epochal events no van a afectarle negativamente, lo cierto es que las ansiedades colectivas acerca de la última catástrofe financiera han encontrado también cauce de expresión en la panoplia de imágenes y manifestaciones que reviven o representan momentos significativos de otras crisis (de las que ya salimos) o de otros peligros (conjurados). En los días siguientes a los últimos viernes o lunes (o quizá martes, o miércoles, o jueves) negros del capitalismo, hubo muchos ciudadanos que desempolvaron recuerdos (vividos o no) de gente haciendo cola para obtener un tazón de sopa caliente (crash de 1929) o informarse sobre el destino de sus ahorros (corralito de 2001). Estas semanas, la evocación servía tanto para el miedo como para su alivio.
Pero la de ahora es una nostalgia, si se me permite la paradoja, "negativa": en lugar de idealizar un pasado legendario, se utilizan sus espantos para conjurar que nuestro presente se le parezca. Claro que -lo que resulta bastante más provechoso-, al tiempo que se convoca al ominoso ayer para que derrame sobre nuestras tribulaciones sus (improbables) poderes balsámicos, se exploran la iconografía que nos legó, y los testimonios y análisis de quienes fueron particularmente lúcidos en la descripción de los síntomas, en el intento, tal vez vano, de encontrar respuestas para las nuevas zozobras.
Una de las formas que adopta el retorno de un pasado no demasiado lejano es el actual revival de los años de la llamada guerra fría, marcados por la rivalidad -ideológica, económica, militar- entre los dos superpoderes antagónicos surgidos de las humeantes ruinas de la última carnicería mundial. La magnífica exposición Cold War Modern: Design 1945-1970, que puede visitarse en el Museo Victoria & Albert de Londres hasta principios de enero, viene nimbada del aura de ese tipo de nostalgia negativa, pero constituye una excelente ocasión para comprobar hasta qué punto la competencia entre los dos sistemas y la cultura del recelo que engendró han determinado buena parte del arte y la cultura de la segunda mitad del siglo XX. Durante algunos años, mientras la URSS y EE UU se observaban obsesivamente (el espionaje fue la parte más oculta del examen recíproco), los dos sistemas se esforzaron por convencer al mundo de cuál sería el que se llevaría el gato del futuro al agua. Y "futuro" era una palabra grávida de significado en un mundo en el que el holocausto nuclear se encontraba inscrito en el horizonte de probabilidades.
Volver a revisar aquella cultura del miedo ambientada en las obligadas austeridades de la desolada posguerra, cuando la amenaza estaba clara y cualquier manifestación -desde la tecnología al deporte- adquiría la contundencia de un proyectil ideológico, se convierte ahora en un ejercicio de humildad y sentido histórico. Y también en una especie de didáctico conjuro más o menos balsámico: si pudimos salir de aquello, saldremos de todo lo que nos echen. O, al menos, es lo que nos gustaría creer.
Babelia
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