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Crisis financiera mundial
Columna
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White y Keynes, ¿otra vez?

Joaquín Estefanía

¿En qué momento se dio cuenta Zapatero de la que estaba cayendo y giró, de modo copernicano, su discurso y la política económica respecto a la crisis? ¿En qué reunión con el vicepresidente Solbes y el gobernador del Banco de España, Fernández Ordóñez, se dio cuenta de que aquí también podía ocurrir lo que a nuestro alrededor a pesar de la solvencia del sistema financiero, si no se activaba el mercado interbancario y unos bancos comenzaban a prestar a los otros, y todos a las empresas y a los ciudadanos? ¿Quién fue, en última instancia, el que le demostró que la actividad se estaba deteniendo, y en esas condiciones sería imposible cumplir sus promesas respecto al empleo y la protección social? ¿Cuándo percibió que el marco de reacción estaba en la Unión Europea, que hasta entonces sólo había practicado el lenguaje de madera, que seguía poniendo por delante de la reactivación la rigidez de la lucha contra la inflación, el déficit, la deuda... y que podía agonizar de ortodoxia?

Los políticos han asumido la reivindicación de los críticos de la globalización: falta gobernanza
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Aunque con notable retraso respecto a una crisis veloz, el discurso oficial se ha corregido. Del inicial "crisis, ¿qué crisis?" a subir la garantía de los depósitos bancarios, comprar activos financieros de calidad, avalar la deuda de las entidades financieras y, en caso de necesidad, recapitalizarlas. Y todo ello en el seno europeo, en el que ZP ha asumido un papel de desconocido protagonismo (el pasado sábado, en un estupendo Informe semanal de TVE, el presidente del Banco Santander, Emilio Botín, poco dado a lisonjas gratuitas, declaró que las medidas se habían llevado muy bien "y nuestro presidente de Gobierno ha jugado un papel decisivo en este proceso"). Las citas con los responsables de las seis grandes entidades bancarias españolas, con los presidentes de las patronales del sector, con los agentes sociales, la más discreta con los principales editores de medios de comunicación, e incluso la participación de los dos vicepresidentes junto al gobernador del Banco de España y los presidentes de los tres grandes bancos y las dos mayores cajas de ahorros en el citado programa de televisión, son demostraciones de que alguien se ha puesto las pilas en La Moncloa.

La oposición ha quedado atrapada en un discurso estático. Su portavoz económico, Cristóbal Montoro, está permanentemente sobreactuado en sus declaraciones. El PP critica pero no propone nada, salvo la bajada del impuesto de sociedades, que pertenece a la periferia de los problemas. El mejor momento de comprensión de la coyuntura lo tuvo Mariano Rajoy cuando exigió que las medidas anunciadas por el Gobierno se aplicasen con control parlamentario y transparencia en su desarrollo.

Esta pequeña batalla nacional de confrontación partidista es una anécdota en el conjunto de lo que se juega. Tras los rescates financieros de urgencia, el mundo se dispone a afrontar una recesión global. Y a medio plazo, los líderes políticos han asumido -por necesidad o por convencimiento- la reivindicación fundamental de los críticos de la globalización realmente existente: su falta de gobernanza en beneficio de unos mercados desbocados e ineficaces. Así es como ha surgido la idea de un nuevo Bretton Woods.

Pero la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas (no del G-8) en Bretton Woods, en junio de 1944, no fue un camino de rosas ni una improvisación. Detrás quedaban casi tres años de intensas negociaciones, en las que los principales protagonistas fueron los representantes de Estados Unidos y Reino Unido. Desde 1942, Harry Dexter White y John Maynard Keynes habían discutido sus propuestas para organizar el sistema monetario internacional de la posguerra. Y aunque la historia económica ha puesto a Keynes en su frontispicio, fueron las posiciones de White las que resultaron dominantes en el planeta, después de aquella conferencia.

Sesenta y cuatro años después, el papel desempeñado por el canciller británico Gordon Brown en la filosofía de los planes de rescate y de una nueva arquitectura financiera internacional puede proporcionar la paradoja de que Reino Unido -sin pertenecer a la zona euro- vuelva a tener un protagonismo superior al que le corresponde en una nueva cumbre multilateral. Bretton Woods ha quedado como ejemplo de la colaboración a la que se puede llegar cuando se comparten unos objetivos comunes ante los excesos y los abusos, aunque estén motivados por diferentes objetivos nacionales.

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