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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Plan urbano de la muerte

Seguro que usted tiene planeada una muerte mediocre, clasemediera y sin glamour. Una de esas exequias que vienen con el paquete de la mutua, en un nicho anónimo y barato. Allá usted. Pero sepa que hubo un tiempo en que morirse era toda una señal de éxito social. En el siglo XIX, la gente fallecía a lo grande, comme il faut.

El cementerio de Poblenou, que guarda la memoria y los restos de todos esos muertos con buen gusto, causó furor en su inauguración oficial, en 1819. Sus muros neoclásicos, de la más rabiosa modernidad, estaban decorados con pirámides, para escándalo de quienes preferían el diseño tradicional de motivos cristianos. Sus sepulcros no eran subterráneos, sino que estaban organizados según el último grito de la moda en camposantos: por nichos, como pequeños edificios de apartamentos.

El cementerio de Poblenou guarda la memoria y los restos de muertos con buen gusto

¿Por qué? Para distinguirse, por supuesto. La industrialización estaba produciendo una nueva clase burguesa que bajo ningún concepto pensaba dejarse enterrar bajo el nivel del suelo, como la chusma. De hecho, el departamento primero del cementerio está organizado según los mismos principios que guiarían la construcción del Ensanche: orden simétrico, igualdad entre los inquilinos y esquinas en chaflán.

Para ser sinceros, el cementerio tampoco era tan exclusivo que digamos. Al mejor estilo de vivienda de protección oficial, el proyecto original del arquitecto Antonio Ginesi fue alterado: sus columnas de tres nichos se convirtieron en siete, para acoger a toda la gente que quería incluirse en la exclusividad.

También había una razón práctica para el overbooking sepulcral: a la gente le dio por morirse mucho en el XIX. Sólo en la epidemia de cólera de finales de siglo, cayeron 54.000 personas. Y 60 años antes hubo otra de fiebre amarilla. Una Barcelona acorralada entre sus muros recibía demasiada gente en busca de trabajo. En esa ciudad atestada y sin instalaciones de agua y desagüe, los crespones negros proliferaron de tal manera en las fachadas que el Ayuntamiento tuvo que prohibirlos.

Los burgueses no tenían más remedio que compartir algunas incomodidades de la vida en común. Pero el socialismo de la muerte en común, de ninguna manera. A mediados de siglo ocuparon un nuevo barrio en el cementerio: el departamento segundo, recinto de los panteones.

Los ocupantes de los panteones no sólo compraban un sepulcro, sino el equivalente de la época a una página en la revista Hola. Sus ostentosas criptas eran diseñadas por los mejores arquitectos y tenían la forma de pequeñas iglesias, con vitrales, pináculos y gárgolas. Una vez al año, la prensa local informaba sobre los nuevos palacetes del barrio, muchos de los cuales exhibían imágenes de los negocios de sus ocupantes. La tumba era un símbolo de prosperidad.

Por supuesto, el cementerio también tenía un barrio para menesterosos, que también se mueren. El estrecho departamento tercero albergaba las fosas comunes, identificadas con rústicas cruces sin nombre. Pero en las primeras décadas del siglo XX, en un movimiento digno de la burbuja inmobiliaria, también aquí pusieron sepulcros de pago. En términos urbanísticos, el departamento tercero es una especie de barrio de chabolas convertido en urbanización residencial de las afueras.

Más allá de esos sepulcros, oculto a las visitas en un rincón lejano, excluido incluso del tour guiado por el cementerio, se encuentra el verdadero barrio pobre: el departamento cuarto, también llamado "departamento gitano". La estatua más destacada aquí es la de un hombre con botella de cerveza, tabaco, reloj, gafas de sol y zapatillas de deporte. Ilustra su lápida una foto del difunto con su objeto más preciado, su coche.

Es una imagen única en un cementerio lleno de ángeles, desnudos de mármol y ancianos venerables. Ante la tumba del gitano, decorada con una guitarra de rosas artificiales amarillas y celestes, el visitante puede constatar una verdad universal que trasciende la muerte: los pobres siempre han sido gente más divertida.

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