"Dejad que os cuente una historia"
Cada cultura está atrapada en sus historias. En un cuento de Las mil y una noches, un hombre se cruza con la muerte en el mercado de Bagdad y ésta le mira fijamente. Entonces, regresa a su casa corriendo, le pide a su amo su mejor caballo y huye a Samarra. El amo, indignado, se va a buscar a la muerte y le dice: "¿Por qué has asustado a mi criado?". Y ésta responde: "No pretendía asustarle, me extrañó verle en Bagdad porque tengo una cita esta noche con él en Samarra". Esta historia explica mejor que cualquier análisis político la violencia que ha sacudido en los últimos años Irak, un país en el que todo el mundo acabó por tener una cita en Samarra. Y no deja de ser terrorífico que la guerra civil entre chiíes y suníes estallase después del ataque contra una mezquita, precisamente en Samarra. "Quizás atrapada no sea la palabra exacta o no sea la única, porque también los países viven de sus historias, pero no me cabe la menor duda de que es así", señala en un café de Beirut el escritor libanés de lengua inglesa Rabih Alameddine. "Y no se trata sólo de Oriente Próximo. Los estadounidenses también están atrapados en sus propias historias. Es un lugar en el que a muchos les extraña que alguien no quiera instalarse allí porque realmente se creen el mito del país de las oportunidades. La importancia que pueden tener personajes como John Wayne sólo se explica por la fuerza de los relatos".
"El contador de historias' es una novela experimental y no lo es. Todo escritor está obligado a conseguir algo nuevo"
"No creo que ocurra nada en Líbano que no esté relacionado con la guerra. Es algo que nos define y marca nuestras vidas"
Su novela El contador de historias (Lumen), que acaba de aparecer en castellano tras haber logrado un gran éxito de crítica y ventas en el mundo anglosajón, trata precisamente de eso, de cómo las historias van creando un mundo a veces más real que la realidad. La novela mezcla la saga de una familia libanesa cuyos miembros son hakawatíes, contadores de historias profesionales, con los propios relatos que van narrando, sacados de las infinitas tradiciones de las que ha bebido el autor.
Alameddine nació hace 49 años en Ammán, aunque pertenece a una vieja familia drusa (los drusos son una de las confesiones que componen el mapa de Líbano, representan en torno al 5% de la población y habitan en las montañas del Chuf, su religión es una escisión del chiismo aunque muchos musulmanes la consideran una herejía). Creció entre Kuwait y Líbano, aunque con el comienzo de la guerra civil, en 1975, se fue a Estados Unidos. Actualmente vive entre San Francisco, donde pasa unos ocho meses al año, y Beirut, donde tiene lugar la entrevista, en un viaje organizado por su editorial. El escenario es un viejo café del barrio cristiano de Gemmayzé en una mañana tranquila -anoche se celebró el fin del Ramadán y a las fiestas se apuntan todas las confesiones-, mientras de fondo se escucha una partida de backgammon y a la gran cantante libanesa Fairuz.
"En Oriente Próximo explicamos muchas cosas a través de cuentos. Por ejemplo, el mito de que los árabes seríamos muy grandes si no llega a ser por las influencias exteriores. Eso es algo que los libaneses cristianos dicen de los musulmanes y al revés", prosigue Alameddine, un tipo muy simpático y apasionado de los relatos, que se cuelan a menudo en sus palabras. "Con la televisión, los hakawatíes acabaron por desaparecer, pero sus historias no", explica. En sus libros, Koolaids; The Perv; Yo, la divina (Seix Barral), una novela formada sólo por primeros capítulos, y ahora El contador de historias (The hakawati), Alameddine retuerce la narrativa tradicional en busca de nuevos caminos para comunicarse. "Aquí he tratado de mantener la atención del lector utilizando los métodos de los hakawatíes que podían contar historias durante meses porque tenían una interacción de la que yo carezco, ya que es obvio que no estoy presente cuando alguien me lee. He tratado de llevarlo de un lugar a otro, de un plano a otro. Pero la ruptura de la narrativa tradicional es algo que hacen cada vez más autores, como por ejemplo Javier Marías".
El contador de historias arranca con la llegada de Osama, el protagonista y narrador, a Beirut desde Estados Unidos porque su padre se encuentra muy enfermo. Las palabras con las que empieza la novela marcan todo el ritmo: "Escuchad, dejad que sea vuestro Dios, dejad que os guíe en un viaje hacia los confines de la imaginación, dejad que os cuente una historia". A partir de ese momento se mezclan los planos, se superponen las historias: los relatos que contaban sus antepasados hakawatíes, la larga y apasionante saga de una familia a lo largo de 100 años -que resume la historia de esa nación tan compleja, rota, violenta y de un atractivo sin igual llamada Líbano- y el presente. Por un lado, no hay nada tan tradicional como los cuentos, y nada tan propio de la novela clásica como una saga familiar (¿quién no recuerda el principio de Ana Karenina?: "Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su manera"), llena de personajes que se quedan atrapados en la memoria mucho después de haber llegado al final -como el tío Yihad o la madre del protagonista-. Por otro lado, es un libro que se salta muchas convenciones narrativas.
"Es una novela experimental y no lo es. Todo escritor tiene que experimentar porque está obligado a conseguir algo nuevo, algo que no haya hecho nadie más", afirma el autor, él mismo un personaje de difícil encaje. La gran desgracia de Líbano es a la vez su mayor riqueza: la mezcla de confesiones -este país está habitado por cristianos de todas las ramas imaginables y por musulmanes chiíes y suníes, además de los inclasificables drusos- y esas líneas de separación religiosa marcan la vida política y social y sirven para definir la identidad de la mayoría de sus habitantes. Sin embargo, Alameddine se niega a admitir estas barreras, acoge sus tradiciones drusas pero se siente libanés y estadounidense. Sus relatos proceden de todas las religiones del Libro. "Las historias de musulmanes, judíos y cristianos son casi idénticas, las diferencias son mínimas. La tragedia se produce cuando esas pequeñas variaciones se convierten en importantes y ése es el problema de Líbano. Porque no se trata sólo de que los musulmanes y los cristianos no se entiendan, sino que tampoco hay entendimiento entre chiíes o suníes o entre ortodoxos y maronitas. Aunque siempre he creído que es más un problema de clase social y de educación porque no hay ninguna diferencia".
Como ocurre con casi todas las historias libanesas, en un momento u otro aparece en El contador de historias el horror que ha marcado este pequeño país de cuatro millones de habitantes en los últimos treinta años: la guerra civil, que se prolongó entre 1975 y 1990 y que, tras 16 años de calma relativa (en el sur nunca dejó de haber enfrentamientos), volvió a resurgir en 2006 con los bombardeos israelíes y el conflicto con Hezbolá. Hace apenas cinco meses, en el barrio beirutí de Hamra, que la semana pasada celebraba entre luces de colores, petardos y cafés rebosantes el final del mes del ayuno musulmán del Ramadán, las milicias se enfrentaban a tiros en sus calles. Pero ahora nadie lo diría, nadie pensaría que la espada de Damocles de la guerra sigue ahí. "Siempre ha sido así en mi país: no se puede acabar con los libaneses, tienen un espíritu indomable. Durante los peores días de bombardeos de la guerra civil recuerdo que había un bar en el que no entraba un alfiler mientras impactaban los obuses. Pero no creo que ocurra nada en Líbano que de una forma u otra no esté relacionado con la guerra. Es algo doloroso pero es así, es algo que nos define y que marca nuestras vidas".
Uno de los muchos momentos emocionantes del libro se produce cuando el protagonista va con su tío a un café a escuchar algo que une a todos los árabes: un concierto de la cantante egipcia Um Kulzum (1904-1975), a cuyo entierro asistieron cinco millones de personas. "Puse esta escena porque quería describir cómo son los contadores de historias y Kulzum era la más grande. Tenía una capacidad increíble para conectar con su público incluso a través de la radio. Cuando sentía que esa conexión no se había producido, repetía la canción... ¿Por qué es tan importante para los árabes? Es más profundo de lo que puedo explicar. Era una mezcla de música tradicional, pero también introdujo nuevos ritmos. Mi personaje, el tío Yihad, la define como una diosa. Es algo mágico". Y ésa es la magia que Alameddine ha querido atrapar en las casi 700 páginas de El contador de historias, la luz tenue de los cuentos que definen nuestro mundo por encima de cualquier diferencia, las historias de genios, de djins, de magos y conquistadores, de cruzados y mujeres que van al Más Allá, pero también las historias de familias felices y familias desdichadas, de familias que sobreviven a las guerras, a los exilios y a los amores imposibles. Son relatos de la vida que siguen flotando sobre los cafés cuando acaba la conversación, mientras el humo de un narguile se mezcla con la voz de Fairuz, con el sonido de las fichas de backgammon y con la luz del Mediterráneo, el mar de las historias, el mar del Libro, el mar de Ulises. -
. Barcelona, 2008. 660 páginas. 22,90 euros.
. Rosa dels Vents. Barcelona, 2008. 655 páginas. 22,90 euros. www.rabihalameddine.com/
Rabih Alameddine. El contador de historias. Traducción de Tony Hill. Lumen L'home que explicava històries. Traducción de Sílvia Alemany
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