O Zimbabue o Mugabe
Nominalmente, Robert Mugabe ya no es el dueño absoluto de Zimbabue, tras su acuerdo el mes pasado con el líder opositor Morgan Tsvangirai, después de interminables negociaciones y meses de violento caos. La Constitución deberá cambiarse para acoger este teórico reparto del poder que habría que celebrar si estuviera presidido por la buena fe. Pero tres semanas después del pacto, el déspota africano sigue burlándose de su teórico primer ministro por el reparto de carteras. Mugabe quiere todas las que cuentan en una sangrienta dictadura.
Los tiranos no comparten el poder, ni aun perdiendo el control de un vistoso Parlamento (en marzo) o tras presentarse sin antagonista a una farsa de reelección, como sucedió en junio pasado. Mugabe, al frente de Zimbabue prácticamente desde su independencia del Reino Unido, en 1980, no es una excepción. Las desastrosas circunstancias internas -hambre y una inflación simplemente fuera de medida- han forzado al antiguo guerrillero marxista, que ha convertido su país en una gigantesca prisión al aire libre de la que han huido millones, a poner su firma al pie de un documento contradictorio y ambiguo en el que obviamente no cree. Mugabe, a los 84 años de edad, sigue siendo el presidente "ejecutivo" y controla el Ejército que sembraba el terror hace unos meses entre sus opositores. Tsvangirai, su enemigo histórico, ejecutaría, como jefe del Gobierno, las políticas diseñadas por quien hasta ayer mismo le encarcelaba y ordenaba el asesinato de sus partidarios.
La actitud de EE UU y Europa es importante en este dramático marasmo. La ayuda debe llegar a la antigua Rodesia, pero después de transmitir inequívocamente a Mugabe que un Gobierno real de Tsvangirai es la única apuesta posible. La supervivencia de Zimbabue como Estado exige el definitivo apartamiento de Mugabe de cualquier resorte efectivo de poder.
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