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Columna
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Finanzas globales

Joaquín Estefanía

Desde hace dos décadas se han publicado numerosos estudios analizando la fase de globalización que estamos viviendo. Casi todos ellos coinciden en aplicarle dos calificativos: mutilada y deforme. Globalización mutilada, porque no ha llegado a todos los lugares del planeta con la misma intensidad; por ejemplo, todavía hay partes del continente africano que no se benefician de sus efectos más positivos. Deforme, porque el único espacio en el que la globalización es completa es en las finanzas, no así en el resto de los territorios económicos, y mucho menos en los sociales, ecológicos o políticos.

Por ser la globalización realmente existente una globalización financiera, era ilusorio pensar que los problemas que han tenido su epicentro en EE UU no iban a acabar llegando a la vieja Europa. Ya están aquí. Y sin embargo, no por publicitados nos han cogido menos a contrapié.

La UE no dispone de un Departamento del Tesoro para los casos de crisis. Se visualiza así la parálisis institucional

Siendo Europa un glacis más heterogéneo que EE UU, las dificultades son distintas en unos países que en otros. Y también en unos bancos que en otros. Pero la prueba del algodón de esa globalización la hemos tenido la semana pasada, cuando Irlanda tomó una decisión unilateral que ha acabado por contagiar al resto de los Veintisiete: decidió asegurar los depósitos bancarios, y no sólo una cantidad de los mismos, como ocurre en el resto de los países de la UE. Inmediatamente, el riesgo de un trasvase de dinero a los bancos irlandeses desde cualquier rincón de la UE se activó y la Comisión Europea tuvo que comenzar a negociar, con extrema urgencia, una regla común para este asunto.

Ésta es sólo la primera disfunción que ha surgido. Ante la hipótesis de un paquete de rescate financiero elaborado a imagen y semejanza del de la Administración de Bush, la dificultad inicial es saber quién lo instrumentaría. La UE no tiene un Departamento del Tesoro y un Henry Paulson. Dispone de un organismo -el Banco Central Europeo- para paliar la falta de liquidez de su sistema financiero, pero no de una institución equivalente a la americana que aborde los problemas de solvencia, que habrían de resolver las autoridades nacionales. Hace escasamente tres semanas tuvo lugar en Niza una reunión informal de los ministros de Economía de los Veintisiete, de la cual sólo salió una apelación genérica a las reformas incorporadas a la Agenda de Lisboa y los preceptos del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Pero ninguna concreción sobre el sistema de supervisión y vigilancia de bancos que actúan en más de un país, o la regulación de las infaustas agencias de calificación de riesgos, que tanto se han equivocado en esta crisis (y en las anteriores). Quizá para evitar esta ineficacia comunitaria es para lo que Sarkozy convocó a los miembros europeos del G-8 (Francia, Reino Unido, Alemania e Italia) con el objeto de tener una postura común. Pero el lugar donde se tienen que tomar las decisiones, si no se quiere vaciar de contenido a las instituciones, es el Ecofin, que se reúne mañana.

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