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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El activismo como catástrofe

El 30 de noviembre de 1999 fue una fecha clave en la historia del activismo: el bautismo de fuego -y el trauma fundacional- de un movimiento antiglobalización que, al margen de las organizaciones de partidos, supo instrumentalizar el poder de comunicación de Internet para congregar a un heterogéneo grupo de manifestantes con el fin de obstaculizar la Ronda del Milenio de la Organización Mundial de Comercio en Seattle. La convocatoria logró sus objetivos inmediatos, pero la severa represión policial hizo que los disturbios callejeros convirtiesen a la ciudad en zona de guerra durante tres jornadas.

El episodio no debió de impresionar demasiado a la comunidad liberal de Hollywood -¿qué estarían haciendo Oliver Stone, Spike Lee y Michael Moore en esos instantes?-, porque a esta revuelta le faltó un Haskell Wexler que se dirigiese, cámara al hombro, al centro del huracán. Wexler -que, en su fundamental Medium cool (1969), utilizó las armas del cinéma verité para registrar los disturbios que rodearon la convención demócrata celebrada en Chicago en 1968- protagoniza un cameo en Batalla en Seattle, debut en la dirección del actor irlandés Stuart Townsend, que fue el Dorian Gray de La liga de los hombres extraordinarios (2003) y el vampiro Lestat de La reina de los condenados (2002). El detalle -casi inapreciable, conviene repasar la lista de créditos finales- demuestra que Townsend se sabe su manual de teórica; lamentablemente, a la hora de desplegar sus habilidades prácticas, se cae con todo el equipo.

BATALLA EN SEATTLE

Dirección: Stuart Townsend.

Intérpretes: Michelle Rodriguez, Woody Harrelson, Charlize Theron, Ray Liotta, André Benjamin.

Género: drama. EE UU, 2007.

Duración: 98 minutos.

La presencia del director de fotografía Barry Ackroyd -habitual de Kean Loach y responsable del estilo pretendidamente gélido y objetivo de United 93- funciona, igualmente, como una declaración de principios que encuentra escasos argumentos a su favor en el resultado final. Batalla en Seat-tle se abre y se cierra en vehemente tono informativo aleccionando al espectador acerca de la naturaleza y las perversas mecánicas internas de la OMC y de esos inmediatos (aunque efímeros) daños colaterales que le propinó el movimiento antiglobalización: Townsend, pues, pone sus cartas sobre la mesa y deja claro que tiene clarísimo que ha hecho una película política. Como no cabe dudar de sus buenas intenciones, casi da reparo tener que sacarle de su error: Batalla en Seattle no es cine de combate, sino una película de catástrofes -quizá la primera en su género con aparente conciencia social-, cuya forma, naturaleza y estructura son tan conservadoras que resultaría ideal para animar una adormecida sobremesa televisiva de fin de semana.

Un par de activistas unidos (y temporalmente desunidos) por la tensión romántica, ideológica y sexual, un alcalde agobiado, un airado representante de Médicos sin Fronteras, un pacifista afroamericano, un policía con mal pronto y su mujer embarazada, una reportera a la que le crecerá una conciencia política más vistosa que su peinado y el representante de una golpeada nación del Tercer Mundo integran el reparto coral de este desatino de efectos un tanto contraproducentes: antes que politizarse en la soledad de la butaca, el espectador tiende a esperar que, por lo menos, las porras policiales suenen en sensurround.

Inspirada en hechos reales, La Batalla de Seattle aborda las protestas que conmovieron al mundo en 1999, cuando miles de activistas tomaron las calles en una manifestación contra la Organización Mundial del Comercio (OMC).
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