Un partido en la encrucijada
El PNV celebra su fiesta anual bajo el síndrome del fracaso de la consulta y sin despejar la duda de si Ibarretxe volverá a ser el candidato en las autonómicas
La gran familia peneuvista acude hoy a su fiesta anual en las campas de Foronda con sentimientos entreverados de desconcierto por la sucesión de reveses cosechados desde las elecciones generales de marzo y de prevención hacia un futuro que tendrá dentro de seis meses un momento decisivo. Y espera que sus líderes le despejen las dudas que se han instalado en los militantes más conscientes. La primera, si será Juan José Ibarretxe quien vuelva a encabezar la candidatura del partido y con qué oferta. Después de casi tres décadas al frente del Gobierno vasco, nunca como ahora había sentido el centenario partido de Sabino Arana el riesgo de ser desalojado del poder.
Ciertamente, se vio al borde del precipicio en 1986 y en 2001, pero en circunstancias muy distintas. Entonces hubo una escisión de por medio y, catorce años más tarde, el trauma del fin de la tregua de Lizarra, en la que el PNV quedó entrampado. El peligro actual, como analiza la dirección peneuvista, no procede de unos episodios traumáticos acotados, sino que es consecuencia de una secuencia de "errores" y disfunciones que han llevado a que el PNV vea discutida su histórica condición de eje central de la sociedad vasca. "La paradoja es que estamos al frente del Gobierno y de las tres diputaciones, pero la impresión que damos es de precariedad, de desorientación, de no saber muy bien hacia dónde vamos y qué queremos hacer", resume un concejal alavés.
"El sabio manejo de la ambigüedad en el partido ha dejado de ser sabio"
Los intentos del EBB de recuperar la dirección estratégica no han prosperado
"A algunos les gustaría volver a los tiempos de Ardanza y al autonomismo"
El PNV no ve posibilidades de que Ibarretxe cambie de registro político
La palabra "encrucijada" aparece repetidamente en las valoraciones de los militantes consultados, que se expresan con una contundencia crítica desacostumbrada, si bien con la condición del anonimato. Y lo que inquieta más a la mayoría es percibir que no se trata de una situación coyuntural, sino que responde a desarreglos y movimientos de fondo. El descalabro de la consulta, el estandarte de la legislatura, y las improvisaciones y torpezas cometidas desde el Gobierno tripartito a la hora de articular una respuesta política al portazo dado por el Estado, han acentuado en un sector importante del partido las dudas sobre la estrategia seguida y sobre la pericia de su conductor.
No es que se cuestione la continuidad de Ibarretxe como candidato a lehendakari por cuarta vez -"si él quiere, lo será", se afirma con unanimidad-. Lo que está en revisión por parte de los más críticos es el papel predominante que el presidente del Gobierno ha asumido en la dirección ideológica del partido desde que lo salvó del abismo en los cardiacos comicios de 2001 y Xabier Arzalluz le cedió la vara de mando. Lo que critican no tanto la apuesta en sí por el derecho a decidir (el soberanismo) -ni siquiera su traducción en el interrupto Nuevo Estatuto Político y, más tarde, en la consulta- cuanto la inversión de papeles que se ha producido en el partido con Ibarretxe.
Con su liderazgo ha quedado neutralizada la provechosa ambivalencia del PNV, que conjugaba los mensajes de radicalidad ideológica dirigidos a la comunidad nacionalista con una gestión pragmática desde el Gobierno en la que podía sentirse cómoda la mayoría de la sociedad. "El problema es que ese manejo sabio de la ambigüedad, que es un activo histórico del partido, ha dejado de ser sabio. Y en los últimos meses ha sido incluso chapucero", dictamina un alto cargo, defensor del reparto de tareas tradicional. Es decir, que los responsables de las instituciones se ocupen de "gobernar para todos" y que los dirigentes del partido administren a conveniencia las esencias ideológicas. La magnitud de la inversión de papeles operada pudo comprobarse durante la etapa de Josu Jon Imaz, cuyo mensaje abierto e integrador chirriaba, por proceder del presidente del Euzkadi Buru Batzar, con el discurso identitario y de confrontación del lehendakari.
Imaz pretendió enderezar el rumbo, pero se topó con la obstinación de Ibarretxe en dirigir el salto soberanista y un tenso equilibrio interno con el sector de Joseba Egibar, que se mantiene por el respaldo, más o menos entusiasta, a las iniciativas del lehendakari. Su mensaje cuando tiró la toalla para evitar un choque que habría fracturado al PNV, contenía un sintetizado diagnóstico del problema. "Un partido no puede llevar adelante una modernización necesaria en un contexto de competición por el discurso", escribió el 14 de septiembre de 2007. Un año más tarde, la situación no ha avanzado sustancialmente y se llega a un nuevo Alderdi Eguna con otro pulso soterrado entre la cúpula del partido y de lehendakari. Los intentos de Iñigo Urkullu de recuperar para el partido la conducción de la estrategia se han visto desbordados una y otra vez por el empeño de Ibarretxe en llevar hasta el final su "hoja de ruta", con el aliento del sector egibarista asentado en Guipúzcoa y Álava.
Urkullu no logró evitar que la convocatoria de la consulta llegara al Parlamento ni fue atendida su demanda de que la primera pregunta incluyera una condena clara de ETA para dificultar que EHAK respaldara la ley. Sin embargo, no ha salido reforzada la posición del lehendakari. Las expectativas de convertir el rechazo del Estado a la consulta la palanca victimista para ganar las elecciones de marzo se han ido pinchando con el desinterés ciudadano ante la cuestión y los balbuceos del tripartito para articular la prometida denuncia en Europa. Aunque quizá el factor que más ha debilitado a Ibarretxe fue el resultado de las últimas elecciones generales, cuando el PNV fue batido por el PSE en el conjunto de Euskadi y en cada uno de los tres territorios. Ese golpe, unido a la caída del voto en las autonómicas de 2005 y las locales de 2007, llevó a Ibarretxe a olvidar su promesa de adelantar las autonómicas si no se le permitía celebrar la consulta, y a la cúpula del partido a perder definitivamente la confianza en la estrategia del lehendakari.
Le ha acompañado hasta el final de la ruta que trazó, pero considera suicida proseguir por la misma senda. "Lo mejor que podemos hacer con la consulta es pasar página, guardarla en el desván y dedicarnos a otras cosas que estén más en sintonía con las preocupaciones de nuestra sociedad", defiende un militante guipuzcoano discrepante con las tesis de Egibar. La necesidad de un cambio de rumbo se verbalizó ya hace varios meses desde Vizcaya, aunque siempre por boca de cargos electos. Las palabras del diputado general, José Luis Bilbao en abril cuando dio por "caducada" la fórmula del tripartito y desaconsejó la consulta mientras permaneciera la violencia de ETA se interpretaron como algo más que una opinión personal, aunque luego fueran reprobadas con la boca pequeña. Desde entonces, la corriente favorable a forzar un cambio de rumbo para no darse "contra la pared", en palabras del alcalde bilbaíno Iñaki Azkuna, ha ido engrosándose, sobre todo en la poderosa organización de Vizcaya. "Sí, ya sabemos que algunos les gustaría volver a los tiempos de Ardanza y del autonomismo, pero eso no va a ocurrir porque no es esa la línea marcada en la ponencia política aprobada en la última Asamblea General", replica un cargo público guipuzcoano.
La notoria falta de entusiasmo del equipo más próximo a Urkullu a la hora de secundar algunas iniciativas del lehendakari y su indisimulado desafecto a los socios minoritarios del Gobierno, alimentan los recelos en el sector soberanista. Sin embargo, los vizcaínos protestan ante cualquier insinuación de juego desleal con Ibarretxe. "No se le puede pedir al EBB que arrope todo lo que hace el lehendakari, y menos si no cuenta con la opinión de la dirección del partido y fuerza las cosas", zanja un burukide.
El PNV acude a la cita del Alderdi Eguna con la sensación incómoda de haber llegado a un punto del camino más allá del cual sólo hay incertidumbre. El hecho de que a menos de seis meses de la fecha de las elecciones no se haya despejado si Ibarretxe será de nuevo el candidato del partido resulta sintomático de las vacilaciones que lo recorren. Y esas tensiones soterradas se infiltran en una militancia que se mueve más por emociones que argumentos y que espera hoy mensajes claros por parte de las dos cabezas del PNV, Urkullu e Ibarretxe. No se trata sólo de decidir quién será el candidato a lehendakari sino, muy especialmente, con qué condiciones y con qué agenda programática. Esos dos aspectos esenciales son los que están bajo la mesa cuando, más allá de los calendarios oficiales, Urkullu demora el ofrecimiento formal a Ibarretxe de la candidatura y éste remolonea a la hora de comunicar al partido si está o no con "fuerzas" para seguir, castigando los nervios de la dirección del partido.
El EBB quiere que Ibarretxe repita como candidato, tanto porque considera que es el mejor cartel que tiene en las circunstancias actuales, como por evitar las disensiones internas que abriría su eventual retirada y la búsqueda de un sustituto. Pero no desea que la próxima legislatura, en el caso de ganar en las urnas, discurra por el camino estéril de la actual y que las opciones de gobierno estén abocadas a repetir el tripartito más Aralar, aunque no alcance la mayoría absoluta.
Sin embargo, el equipo de Urkullu es consciente de que las posibilidades de que el lehendakari reprograme su trayectoria son tan reducidas como las que tiene para imponerle un programa y un liderazgo más acordes con el funcionamiento histórico del partido. La presión del EBB, según las opiniones recabadas, no podría llegar hasta el punto de dar argumentos a Ibarretxe para anunciar un intempestivo adiós. Proseguir con su política puede llevar al PNV a perder el poder, pero al mismo tiempo le necesita para lograr el mayor número de votos y mantener la tensa unidad del partido. Y en esa encrucijada está.
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